jueves, 31 de julio de 2014

Son una “Orga”

Algunas vidas atrás el Opa trabajaba en políticas públicas. En alguna ocasión acompañó a un conocido especialista en políticas de seguridad que venía de trabajar para el gobierno de Él, el marido y antecesor de la Presidenta Fernández de Neón. Esto ocurrió en los primeros años del mandato, cuando comenzábamos a salir de lo que se llamó “default”. Pero eso es otra historia, y el Opa no quiere confundir a los lectores.
Le preguntó el Opa por las políticas que implementaría el gobierno de Él, ya que su discurso por momentos lucía “progre”. La respuesta lo llenó de estupor e intriga: “mirá, son una orga. No les importa nada ni nadie. Van a hacer lo que les convenga a ellos, más allá del discursito. Son una orga de cuatro que llegaron para quedarse con todo”. El Opa no entendió muy bien, y puede que su lábil memoria flaquee. Pero recurrió a esa misma memoria para desentrañar el concepto de “orga”.
En los tempranos ´70 las organizaciones armadas se llamaban a sí mismas “orga”. Las medidas de seguridad elementales de cualquier organización clandestina incluían una alta dosis de paranoia, porque debían estar todo el tiempo alerta a posibles (y frecuentes) infiltraciones, a delatores y desertores, aventureros y oportunistas. Por eso tenían una estructura militar en forma de pirámide: unos pocos jefes que decidían y daban órdenes a grupos que obedecían sin chistar. La obediencia también es un requisito de las “orgas”, porque no cabe ponerse a deliberar en medio de una balacera.
Esto también requiere fragmentar la información: sólo los líderes tienen derecho a tener la información necesaria. Nadie más. Para el resto, el silencio o las mentiras, o los fragmentos de verdad que sean útiles a las necesidades de los jefes. Por eso tampoco nadie podía cuestionar mucho: simplemente porque no sabían lo que ocurría alrededor. ¿Cómo es eso?, se preguntará el lector. Simple. Los militantes de las bases estaban “compartimentados” en células, en grupos de tres o cuatro personas que apenas se conocían y que respondían a uno, del que tampoco sabían mucho. Por elemental seguridad, cada miembro tenía que mantener estricto secreto sobre su pertenencia a una “orga”.
Así, al estar compartimentados, podían participar en acciones de superficie, como ir a una huelga o una asamblea, pero podían no saber que la persona que tenían al lado (un amigo, la novia) también pertenecía a esa “orga” u a otra. A medida que iban ascendiendo en sus responsabilidades pasaban a responder a otras personas, pero siempre bajo el mismo sistema: conocer poco del resto, obedecer sin chistar, no sacar conclusiones propias, o en todo caso callarlas religiosamente.
Los líderes sí sabían. Centralizaban todo el conocimiento. Personas, datos, estructuras, recursos, armas, refugios, dinero. Dinero. Decidían en función de sus intereses, con todas las cartas en su mesa íntima, de la que se excluía celosamente a cualquier otra persona. El resto no debía conocer las cartas. Tenían que no conocerlas, como presupuesto de la obediencia. Hay algo de mesiánico en ello, y mucho de desprecio por el semejante.
Es mesiánico arrogarse la clarividencia de los iluminados que saben a dónde van, y pueden dirigir las masas idiotas. Y hay un enorme desprecio en considerar al resto como un objeto, una ficha en el tablero del poder. Por eso para las “orgas” todo era una ficha, especialmente la vida del semejante. Era irrelevante que el semejante que moría como consecuencia de las acciones armadas fuera súbdito o enemigo, en todo caso su vida valía menos que el argumento que circunstancialmente querían difundir. La vida ajena era la tinta con la que escribían las páginas de su relato. Así, podían tirarle a Perón el cadáver de su hijo político, para demostrarle que la tenían bien larga. Había en las orgas una celebración de la muerte, que permitía naturalizarla y convertirla en mercancía política.
Eso eran las “orgas”. Fascismo de manual.
¿Cómo es que, según el conocido del Opa, Fernández de Neón y Él eran una “orga”? No matan gente, pero tienen la SIDE y los carpetazos para apretar y embarrar adversarios. No matan gente, pero tienen el mismo desprecio fascista por el otro, sea aliado o adversario. Si es aliado se lo puede someter a cualquier humillación manu militari, y después descartarlo. Los cretinos del conurbano y de varias provincias han conocido el ascenso y la gloria, antes de ser prolijamente defenestrados. Si es adversario es por definición un enemigo que no merece respeto y debe ser aniquilado políticamente. Salvo cuando el enemigo demuestra tener igual o más poder que ellos, y en ese caso concederán negociaciones en la lógica de un acuerdo entre gángsters. Y siempre, en todo caso, esos acuerdos serán travestidos en un relato para que los cumpas, hacia abajo, propaguen y repitan.
La “orga” en el Palacio se maneja sin escrúpulos, sin rendir cuentas, sin asumir errores: infalible y arrogante, en medio del incendio. Psicópatas de manual, las culpas de sus errores son siempre de los otros, de cualquier otro. Irresponsables de manual, los daños de sus desastres los pagan los otros, siempre los otros. O sea, nosotros.

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