En un lejano rincón de la Comarca ha sucedido un
hecho inusual. Se ha juntado un gran número de dirigentes radicales para
definir qué harían con su partido en las elecciones de este año. Es inusual
ubicar las palabras “gran número” y “radicales” en la misma frase, por lo que
el Opa tratará de aclarar qué ocurrió. La Unión Cívica Radical, a la que el Opa
sigue afiliado con sufriente constancia, suele utilizar sus canales orgánicos
para tomar sus decisiones. Según su Carta Orgánica, la Convención Nacional
decidirá sus candidatos, plataformas y alianzas en una asamblea compuesta por
sus delegados elegidos en elecciones internas en cada provincia. Esto también
es inusual, porque en la política de la Comarca cada fuerza política tiene un
jefe que ordena y multitud de subordinados que obedecen sin cuestionar la
orden. Así de militarizada es la política en la Comarca.
Pero los radicales no. Contra viento y marea
insisten en sus convenciones, que suelen terminar a sillazos. Casi siempre los
arreglos (espurios y también) se realizan puertas afuera, y en la Convención
los delegados levantan la manito para votar lo que ya acordaron en otro lado. Los
discursos se vuelven irrelevantes porque casi nadie cambia su voto porque ha
sido persuadido en el ámbito de debate correspondiente. Practican un ritualismo
que a veces es tragicómico. Sus dirigentes lo han vaciado de contenido y queda
casi solamente el folclore.
Pero aun así, las decisiones se toman en un ámbito
en el que los delegados y los militantes pueden hablar, e incluso revolearle un
tacho de basura al operador político más poderoso de las últimas décadas.
En esta oportunidad decidieron aliarse con dos
fuerzas políticas dispares. El PRO es la PYME política de un niño bien que
profesionalizó la gestión pública, no exento de negociados, espías y marketing.
Es “la derecha”. La Coalición Cívica es un conglomerado anónimo cuyas
filigranas describen el rostro de una mujer temperamental, de dudosa cordura y
con pretensiones de clarividencia. Uno tiene una papa en la boca, la otra celebra
que sus patitos no estén en fila. Juntos se están convirtiendo en un polo
antagónico al de la de la Presidenta
María Estela Fernández de Neón. Se espera que la UCR aporte su estructura
territorial en todo el país para sostener esa lucha electoral, ya que sus
dirigentes nacionales todos juntos no sirven ni para jugar con barro. No tienen
un solo voto, y son inútiles redomados que no podrían conducir nada más
complejo que una intendencia chica, hasta que la saturen con sus parientes balbuceantes.
Ahora bien. Las repercusiones de ese acuerdo han
sido interesantes. Los radicales resentidos con su dirigencia (con justa razón
o sin ella) despotrican como si les importara algo el partido que dejaron por
comodidad, o por cargos, o por vergüenza. Se fueron, y ahora hablan de los
principios de un partido que abandonaron. Hablan de Illia y Alfonsín los mismos
que se hacen los otarios ante la mención de Boudou y Milani. Se envuelven en
banderas ajenas, que han despreciado o que creyeron llevarse cuando se fueron
al populismo. Guardianes de valores políticos que sus nuevos jefes desprecian
minuciosamente. Ladran desde afuera un agravio que resulta abstracto.
Pero es el miedo, Opa. Esos radicales que se fueron
en realidad están asustados: le creyeron el cuentito a Clarín y La Nación, que
tanto dicen detestar, y creen que
realmente Macri ganará las elecciones con el aparato territorial de la UCR. Los
asusta ver a Máximo entrando a Comodoro Py, o peor aún, a la Presidenta
Fernández de Neón entrando a Devoto, a causa de unos hoteles ya demasiado
notorios para esconder debajo de la mesa, de unos pagos demasiado sospechosos,
de un lavado de dinero tan ostensible que aparecería en los manuales de derecho
penal.
Al mundo K le preocupa y los asusta este acuerdo,
y lo denuestan con furiosa ponzoña. Algunos perderán su trabajo, otros no.
Disfrazan de ideología un temor más atávico: que a la Jefa le pinten los dedos,
que al Modelo le saquen la careta, que se ventilen en alguna audiencia las
pruebas de los desfalcos, que la estafa se vuelva tan visible que ya no puedan
echarle la culpa a la corporación judicial. Temen quedar desnudos frente a la
verdad, que es incómoda. Temen la posibilidad de dudar, de perder certezas, de
volver a transitar esa intemperie que se alimenta de las migajas del ’83 o –peor
aún- del ‘73. Temen que les bajen a cascotazos sus ídolos de barro.
El Opa los consuela: ello no ocurrirá. Supongamos
que se confirma la peor pesadilla del militonto K que dice que “no es K pero apoya las cosas buenas de este
gobierno”. Supongamos que Macri es presidente. ¿En serio piensan que
impulsaría una Jihad ética contra la
Presidenta y sus cómplices? ¿De veras creen que romperá la alianza de poder que
mantienen Mauri y Ella desde el 2007? ¿Creen honestamente que Mauri hurgará en
las cuentas de Hotesur, en los archivos del hijo presidencial, en los
negociados de la juventud maravillosa? Mantienen desde hace años una sociedad
de negocios inmobiliarios y de los otros, que preservan detrás de una máscara
de imprecaciones y acusaciones mutuas. Son como esas parejas que están juntas
pero en público ni se hablan por el qué dirán. Son lo mismo, pero con envases
distintos, con chamuyos distintos.
Hubo otras reacciones. Los sectores más
reaccionarios de la Comarca creyeron, con fruición, en exactamente lo mismo que
los furibundos neoperonistas-de-izquierda-que-bancan-a-Moreau. Creen que se
viene la revolución de la gente bien, que se terminará la chusma y los
negociados, que los modales tradicionales de La Recoleta desplazaran a la
soberbia sudorosa y fumona de los nuevos ricos de Puerto Madero. El Opa les tiene
menos compasión, porque representan casi todo lo que el Opa teme.
Pero acaso lo único que queda de la Convención
radical es esa sensación de escenario vacío, de libro muerto de pena, de
dibujos destruidos y la caridad ajena. Esa sensación de haber presenciado una
farsa que muchos creen, el agobio de mirar un televisor inútil que repite, en
un loop absurdo, una ficción que comienza una y otra vez. El eterno cuentito de
la ilusión y el desengaño, la sensación de que cuando hacemos pie en la
realidad hay en el fondo cenagoso una sustancia oscura y espesa, de que la
superficie cristalina del lago de la esperanza es una mentirita como las que le
contaban al Opa para que se durmiera cuando era niño, para alejarlo de los
miedos y las sombras.