El problema es el
siguiente: a los jóvenes radicales les interesa un cuerno prepararse
para ser útiles en la gestión, para servir para algo. Alcanza con
aprender, con suerte, el discurso de Parque Norte y alguna frase
célebre de “el Viejo”. Y a veces, ni eso.
Para ser justo, el Opa
nota que algunos han comenzado a discutir temas importantes en los
que los dirigentes “de mayores” han mostrado una incompetencia
solamente comparable con su insensibilidad y su desorientación
política, como las políticas de género y ambientales. Algo es
algo, dirán. Pero no alcanza. Sobre todo cuando puede constatar que
los jóvenes que se ocupan de estos temas pertenecen casi
religiosamente a los sectores minoritarios del viejo partido. La
mayoría, los que “conducen” los comités, suelen ser tan
iletrados para estos temas como para cualquier otro.
Recuerda el Opa una
charla que mantuvo con uno de ellos, ex presidente de la Juventud
Radical. El Opa cuestionaba a un dirigente partidario que votó contra la
ley de matrimonio igualitario anteponiendo sus visiones religiosas
antes que la plataforma históricamente laica y liberal de la UCR.
Este joven lo defendió aduciendo que el radicalismo era un partido
conservador, “porque representa a la clase media que quiere
conservar lo que tiene”. Lo cito con cierto pudor, tan profunda
es la inanidad del concepto. Supo así que este joven (abogado él)
acababa de cometer dos proezas intelectuales en una sola frase:
redujo al radicalismo a la condición de partido “clasemediero”,
y por lo tanto a la miserable suma de un 20% de los votos posibles; y
les reescribió el libreto conservador a Edmund Burke, Thomas Hobbes
y Winston Churchill.
Mientras, los seminarios
y congresos sirven para que el 80% de los militantes vaya a
emborracharse y tratar de “levantar minitas”, y que por lo tanto
no estén en condiciones de participar sensatamente en ningún
debate. Los congresos partidarios son, así, tiempo, dinero y
esfuerzo perdido. Recuerda el Opa que en los '90 los que levantaban
la mano para discutir eran siempre los mismos, un grupo de loosers
que perdíamos tiempo escribiendo y discutiendo documentos mientras
el resto se dedicaba a la guitarra y el “chamuyo”. No está mal
hacerlo, cuando se tiene claro que la prioridad de esos encuentros es
(o debería ser) la formación de cuadros, y que luego de completada
la tarea uno podrá dedicarse al esparcimiento que más le interese.
Pero la imposibilidad de tener cualquier panel antes de las 12 del
mediodía habla de un desinterés agudo, o de algo más siniestro.
El Opa recuerda también
los actos en la Casa Radical, a la que algunos grupos iban con bombos
que hacían tronar justo cuando hablaban los dirigentes de otros
grupos. El Opa lo escribirá nuevamente, para que se entienda: cuando
el dirigente "A" estaba por comenzar su discurso, los jóvenes B-ístas
(es decir, militontos generalmente rentados del dirigente "B") le
entraban al bombo con rotunda energía. Desconoce el Opa si con ello
pretendían impedir que se oiga la voz del dirigente "A", casi siempre
enfrentado al dirigente "B". Pero la mera probabilidad de que ello
ocurriera se le antojaba una muestra de fascismo de nivel inicial,
torpe y estúpida, pero no por eso menos fascista. Se trataba de
quitarle la palabra a otra persona, de silenciarla por la fuerza
violenta de los bombos y redoblantes, la percusión idiota monótona
de una banda de orates.
Aún cuando no se trataba
de silenciar a nadie -es un suponer-, la mera idea de ponerse a tocar
el bombo y el redoblante al Opa siempre se le antojó como una forma
estúpida de subrayar la presencia propia (del grupo, no del Opa). Un
estruendo sin contenido, aún más zonzo que los cantitos que el Opa
desprecia por carentes de talento e imaginación, o por reivindicar
un pasado que se desinfla cada vez que se lo mira con las lentes del
presente. Alguna vez, para alguna campaña, fue el Opa en un Mehari
atronando con un redoblante. Pocas veces se sintió tan estúpido e
indigno.
Piensa el Opa que es un
problema grande que un partido entretenga a adultos entre 18 y 30
años, a veces capaces y talentosos, en peleítas insípidas por la
“conducción” de comités que apenas sirven como base para las
campañas electorales. Semejante desperdicio de esfuerzos explica por
qué desde el ´83 hasta la fecha la JR no ha sido capaz de proveer
de cuadros interesantes que renovaran la política argentina. Ha
provisto, sí, una larga lista de ineptos que cobran en los concejos
deliberantes o en las legislaturas, tullidos políticos cuya gran
aspiración suele ser la concejalía o el sueño más grande de
todos: abrir un bar, o un café, para los tiempos de sequía.