sábado, 31 de mayo de 2014

Abolir la Juventud Radical

El problema es el siguiente: a los jóvenes radicales les interesa un cuerno prepararse para ser útiles en la gestión, para servir para algo. Alcanza con aprender, con suerte, el discurso de Parque Norte y alguna frase célebre de “el Viejo”. Y a veces, ni eso.
Para ser justo, el Opa nota que algunos han comenzado a discutir temas importantes en los que los dirigentes “de mayores” han mostrado una incompetencia solamente comparable con su insensibilidad y su desorientación política, como las políticas de género y ambientales. Algo es algo, dirán. Pero no alcanza. Sobre todo cuando puede constatar que los jóvenes que se ocupan de estos temas pertenecen casi religiosamente a los sectores minoritarios del viejo partido. La mayoría, los que “conducen” los comités, suelen ser tan iletrados para estos temas como para cualquier otro.
Recuerda el Opa una charla que mantuvo con uno de ellos, ex presidente de la Juventud Radical. El Opa cuestionaba a un dirigente partidario que votó contra la ley de matrimonio igualitario anteponiendo sus visiones religiosas antes que la plataforma históricamente laica y liberal de la UCR. Este joven lo defendió aduciendo que el radicalismo era un partido conservador, “porque representa a la clase media que quiere conservar lo que tiene”. Lo cito con cierto pudor, tan profunda es la inanidad del concepto. Supo así que este joven (abogado él) acababa de cometer dos proezas intelectuales en una sola frase: redujo al radicalismo a la condición de partido “clasemediero”, y por lo tanto a la miserable suma de un 20% de los votos posibles; y les reescribió el libreto conservador a Edmund Burke, Thomas Hobbes y Winston Churchill.
Mientras, los seminarios y congresos sirven para que el 80% de los militantes vaya a emborracharse y tratar de “levantar minitas”, y que por lo tanto no estén en condiciones de participar sensatamente en ningún debate. Los congresos partidarios son, así, tiempo, dinero y esfuerzo perdido. Recuerda el Opa que en los '90 los que levantaban la mano para discutir eran siempre los mismos, un grupo de loosers que perdíamos tiempo escribiendo y discutiendo documentos mientras el resto se dedicaba a la guitarra y el “chamuyo”. No está mal hacerlo, cuando se tiene claro que la prioridad de esos encuentros es (o debería ser) la formación de cuadros, y que luego de completada la tarea uno podrá dedicarse al esparcimiento que más le interese. Pero la imposibilidad de tener cualquier panel antes de las 12 del mediodía habla de un desinterés agudo, o de algo más siniestro.
El Opa recuerda también los actos en la Casa Radical, a la que algunos grupos iban con bombos que hacían tronar justo cuando hablaban los dirigentes de otros grupos. El Opa lo escribirá nuevamente, para que se entienda: cuando el dirigente "A" estaba por comenzar su discurso, los jóvenes B-ístas (es decir, militontos generalmente rentados del dirigente "B") le entraban al bombo con rotunda energía. Desconoce el Opa si con ello pretendían impedir que se oiga la voz del dirigente "A", casi siempre enfrentado al dirigente "B". Pero la mera probabilidad de que ello ocurriera se le antojaba una muestra de fascismo de nivel inicial, torpe y estúpida, pero no por eso menos fascista. Se trataba de quitarle la palabra a otra persona, de silenciarla por la fuerza violenta de los bombos y redoblantes, la percusión idiota monótona de una banda de orates.
Aún cuando no se trataba de silenciar a nadie -es un suponer-, la mera idea de ponerse a tocar el bombo y el redoblante al Opa siempre se le antojó como una forma estúpida de subrayar la presencia propia (del grupo, no del Opa). Un estruendo sin contenido, aún más zonzo que los cantitos que el Opa desprecia por carentes de talento e imaginación, o por reivindicar un pasado que se desinfla cada vez que se lo mira con las lentes del presente. Alguna vez, para alguna campaña, fue el Opa en un Mehari atronando con un redoblante. Pocas veces se sintió tan estúpido e indigno.
Piensa el Opa que es un problema grande que un partido entretenga a adultos entre 18 y 30 años, a veces capaces y talentosos, en peleítas insípidas por la “conducción” de comités que apenas sirven como base para las campañas electorales. Semejante desperdicio de esfuerzos explica por qué desde el ´83 hasta la fecha la JR no ha sido capaz de proveer de cuadros interesantes que renovaran la política argentina. Ha provisto, sí, una larga lista de ineptos que cobran en los concejos deliberantes o en las legislaturas, tullidos políticos cuya gran aspiración suele ser la concejalía o el sueño más grande de todos: abrir un bar, o un café, para los tiempos de sequía.

viernes, 23 de mayo de 2014

La Belleza del Escándalo (Continuación)

Y cree el Opa que la prensa le ha hecho un favor inopinado al Alguacil, puesto que debido a la presión de la opinión pública los denunciados han tenido que renunciar a su cargos y marcharse (en principio) a sus casas. No sólo han dejado de cometer fechorías a cuenta del presupuesto de la Comarca, sino que también han dejado de cometer errores e inepsias en sus oficinas. Porque convengamos que está absolutamente mal que los funcionarios utilicen el estado como herramienta de enriquecimiento personal. Pero está casi igual de mal que sean inútiles incapaces de jugar con barro. Y la combinación de ambas cualidades ofrece un resultado que se parece mucho a la foto de la Comarca: una administración paralizada, sin liderazgo, sin proyecto, sin idea ni ideas, sin enfoque. Sin mística.
El Opa recorre la lista de las oficinas municipales y trata de encontrar alguna en la que pueda rescatarse algún proyecto, alguna iniciativa, alguna propuesta interesante y novedosa. En vano. Sólo en los últimos tiempos ha notado un proyecto educativo que tiene implicancias en cuestiones de integración social, pero ya volveremos sobre eso.
Algunas áreas son muy caras al afecto del Opa, y nota con tristeza que las designaciones en ellas han sido paupérrimas. Los nombres que ha puesto el Alguacil en la Secretaría de Derechos Humanos hablan de su desprecio por el área, por la temática, por su implicancia en la historia de la Comarca y la historia grande del partido al que pertenece el Alguacil. Que es el mismo partido al que pertenece el Opa.
Hubo allí un abogado a punto de jubilarse, que nunca entendió de qué iba la historia. Apenas su propia biografía lo ubicaba como sobreviviente de la invasión de los Marcianos, y aparentemente su condición lo dotaba, para el Alguacil, de los requisitos para ejercer ese cargo. Después del sacudón de cargos, terminó por jubilar al susodicho abogado, para nombrar allí al hijo de un político del partido, un señor que ha sido representante permanente en el Gran Consejo de la Comarca, reelecto una y otra vez. El hijo, actual funcionario de Derechos Humanos, padece de una ignorancia profunda y supina acerca del tema. El Opa recuerda sus cantitos en ocasión de su onomástico (del hijo de, no del Opa), en que el muchacho cantaba y cantaba que se iría de cabarets. La letra del cantito decía “vamo al campo rentaaado”, una y otra vez. En la jerga de la Comarca, ello significa pagar por sexo. Este muchacho ahora quiere intervenir en la lucha contra la trata de personas.

Decía antes que los funcionarios denunciados le han hecho al Alguacil el inmenso favor de apartarse y no enlodarlo aún más en una trama de denuncias, tribunales y rubias que saben demasiado. El Alguacil no hubiera podido sacárselos de encima de otro modo, porque además de ser amigos íntimos, esos otros hombres también sabían demasiado del Alguacil y sus entuertos.
Piensa el Opa que si fuera el Alguacil llamaría al periodista indiscreto para agradecerle. Le ha dado la oportunidad de ubicar en su gobierno a gente responsable, de intentar reconstruir la estructura mancillada de la administración de la Comarca. La oportunidad de arreglar los baches, y que las luces funcionen. Habrá que ver, el Opa concede un dejo de esperanza. La función de la Secretaria de Educación es esperanzadora: la chica ha estudiado afuera y trabajaba en los tribunales como cualquier hijo de vecino. Ya eso sólo la distingue nítidamente de la rotunda caterva de “hijos de” que rodea al Alguacil, portador él mismo de esa condición.
Por lo pronto no sabe el Opa si el Alguacil logrará terminar su mandato y podrá aspirar a ser reelecto o dirigirse a cumplir funciones en otra área. Aspirará (a) otras cosas, seguramente. Aspirará a terminar razonablemente bien su trabajo, y en lo posible no acabar en las mazmorras purgando sus fechorías y las de sus amigos. Pero nada de ello sería posible con sus amigos dando vueltas en los despachos, como funcionarios inconmovibles por obra y gracia de las complicidades adolescentes. Porque además de ladrones, los amigos del Alguacil son ladrones tontos: roban, y dejan los dedos marcados.

(Los ladrones de la Comerca son sofisticados, y no admiten chapuceros e improvisados, niños bian angurrientos de figuración y desesperados por un mango).

miércoles, 21 de mayo de 2014

La belleza del escándalo

Así se llama un libro de relatos de don José Playo, a quien el Opa lee con asiduidad. Piensa en ese nombre y piensa que es apropiado para describir lo que ocurrió en la Comarca chica. Porque hay Comarca chica, con Alguacil; Comarca mediana, con Gobernador; y Comarca grande, con la Presidenta Fernández de Neón. El Opa se siente tentado de escribir “Comerca”, pero como el mote se les aplica a las tres, prefiere no hacerlo para no confundirse.
El Opa nota que el Alguacil de la Comarca chica andaba con el paso cruzado en los últimos meses. Hubo elecciones el año pasado en las que se postuló su hermano para ir al Gran Consejo de la Comarca (grande), y que terminó en escándalo porque acusaron a su partido de participar, beneficiarse o tolerar un aparente manoteo indecente de sufragios. Mientras esto sucedía, el Gobernador de la Comerca estaba teniendo un traspié tras otro porque se difundían noticias que lo vinculaban con el tráfico de ajenjo y otras sustancias tóxicas. Tanto así que el Jefe de los Esbirros contra el Tráfico de las Sustancias Tóxicas y su plana mayor terminaron presos por, precisamente, tráfico de sustancias tóxicas. En medio del escándalo, allanaron una oficina de los esbirros y encontraron más sustancias tóxicas. El Ministro (no el tío abuelo del Opa, otro Ministro) dijo que “era para los perros” que entrenan para luchar contra las sustancias. El delegado sindical de los perros ofreció rinoplastías para limpiar el honor canino, pero no le dieron bolilla.
Mientras esto ocurría, en la Comarca chica el Alguacil perdía las elecciones en las que postuló a su hermano. Pocos meses después, la prensa denunció que el Alguacil, su ViceAlguacil y su Secretario Privado, todos ellos junto a sus respectivas esposas, fueron a una fiesta organizada por un empresario de otra Comarca. Según la denuncia, el empresario los invitó al pelotero donde festejó su cumpleaños, y les mandó una alfombra voladora para llevarlos y traerlos y les costeó la noche en la posada. Este empresario había sido elegido por el Alguacil, meses antes, para manejar los desechos y el transporte de la Comarca.
Se comenta en los mentideros de la Comarca que esa misma empresa habría pertenecido alguna vez al padre del Alguacil, que también fue a su vez Alguacil y Gobernador, e interventor de la comarca donde vive el empresario y donde organizó su fiesta.
Mandaron al ViceAlguacil a un canal de televisión, y solito admitió que “es cierto, nos pagaron los pasajes y el hotel para ir a la fiesta del empresario”. El Opa consulta con un jurisconsulto de confianza, y éste le dice que eso en el Código Penal de la Comarca grande se llama “recepción de dádivas”. Coima con delay, ponele. El Opa mira el programa y lo escucha una y otra vez porque no puede creer que el ViceAlguacil sea capaz de enterrarse solito. Enterrarse tanto, y tan solito.
Agrega el ViceAlguacil, en esa entrevista, que aceptar los regalos de un empresario que negocia con el municipio “no roza la ética”. En eso el Opa coincide. Aceptar regalos de empresarios que tienen contratos millonarios con la administración de la Comarca no roza la ética: le pasa bien lejos. Tan lejos como la distancia que hay entre una comarca y otra.
Es tan antiético que hasta el Código Penal dice que no se puede hacer. El mismo ViceAlguacil explica que todos los contertulios conocieron al empresario justamente cuando, de muchachos, fueron en calidad de hijos y entenados a la intervención de esa otra comarca, y que desde entonces son chanchos amigos.
El Opa se entera de que el ViceAlguacil tiene un apodo curioso: le dicen “Capocha”. Se pregunta, el Opa, si ese apodo no es un oxímoron. Se angustia el Opa, porque su condición de tal peligra ante un opa más profundo y sólido, y con mucho dinero, y con un escritorio grandote y secretarias en minifalda.
Días después la prensa vuelve a sacudir la estantería municipal: exhibe al Gran Cuñado del Secretario de Gobierno de la Comarca cobrando la recaudación del kiosko de plastificado de carnets sanitarios. Resulta que el funcionario manejaba esos curritos y acaso otros. Se pregunta el Opa, cómo es que esta gente, con buenos ingresos y apellidos sonoros, son capaces de robar, y de robar tan torpemente que dejan los dedos marcados en todo lo que roban.
Estalló el escándalo, y se supo que otro funcionario top tenía el curro de la empresa de limpieza de las oficinas de la Comarca, pero a nombre de tres chicas de apellido difícil. El Opa buscó fotos en la página de sociales de La Voz de la Comarca. Las tres son mujeres bellas, y han trabajado todas ellas con el Alguacil en su estudio jurídico, o como funcionarias o empleadas de otros funcionarios de confianza. El Opa sospecha que alguna/s de ella/s era/n para el Alguacil o sus hombres algo más que una/s empleada/s. Recuerda también un rumor: quien dio los datos a la prensa fue la esposa de uno de los funcionarios denunciados, herida y despechada por las infidelidades del susodicho. Piensa el Opa que pocas cosas hay tan peligrosas como una mujer despechada. Acaso el Alguacil también lo piense.
Hasta aquí, la crónica de lo ocurrido. Próximamente el Opa brindará su opinión, adelantando que está convencido de que el Alguacil ha recibido un enorme, frondoso favor por parte de la prensa. Pero eso será mañana.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Los pañuelos se manchan

Al Opa de la Comarca le han enseñado que en una democracia no pueden existir “vacas sagradas”. Que no es posible que haya personas o instituciones públicas que se pongan al resguardo del examen y la crítica de los ciudadanos de a pie. Tiempos ha, en la Comarca no podía hablarse mal del Alguacil porque te aplicaba la figura del desacato. Antes, el Padre Rigoberto cuenta con nostalgia, tampoco podías hablar mal de nuestra Santa Iglesia, la Madre de la Única Religión Verdadera. Sonríe es su añoranza el Padre Rigoberto cuando le cuenta al Opa las azotaína que ligaban los herejes, los insolentes y los distraídos que se ataban los cordones mientras pasaba el Arzobispo en su Vespa.
El Opa se horroriza.
Pero claro, eso era antes, ahora la democracia que comecurayeduca permite discutir o cuestionar al Alguacil o al Arzobispo en su Vespa. Pero no a las Madres. Ni a las Abuelas. Porque los pañuelos no se manchan, le dijeron. El Opa se pregunta qué tienen que ver los pañuelos con la obra pública, las políticas de la memoria con las cuentas off-shore, la Memoria (así grandota) con un yate a nombre de una empresa con nombre egipcio. “No importa”, le dijeron, “eso no se pregunta porque es hacerle el juego a la derecha”. El Opa entonces mira su mano derecha. “No, Opa, la derecha derecha. Macriado, La Nación, esa derecha”. El Opa casi no lee los diarios, y no entiende mucho.
Entonces le explican que no se las puede cuestionar porque es gente que ha sufrido mucho y ha luchado por reivindicar a sus hijos y recuperar a sus nietos de cuando vino La Gran Invasión Marciana. Que ellas lucharon contra los Marcianos y que por eso merecen nuestra gratitud eterna. El Opa se rasca la cabeza, y sigue sin entender qué tiene que ver la gratitud con el enriquecimiento ilícito. “¡Sacrílego!”, le gritan. Pero esta vez no es el Padre Rigoberto, sino los esforzados heróicos heraldos de la Revolución.
Pregunta, tímido, el Opa, si su nueva condición de hereje también le reportará una sesión de azotes como en los tiempos de su infancia. Le dicen que no, pero que recibirá a los esbirros que colectan la gabela del reino, y que se quedará sin el subsidio. Como el Opa no recibe subsidio (por Opa), no se molesta tanto. Pero le preocupan los esbirros, porque cree que la última vez que pasaron por su casa les quedó debiendo un par de tombuctúes indexados: media Rupia moneda nacional.
El Opa abandona la conversación y le pregunta a un señor viejito que andaba por ahí. “Es que con alguna gente, no”. Pero al Opa le dijeron en la escuela y en la radio que éramos todos iguales. “Pero algunos son más iguales que otros”, dijo el viejito. “No te metás”. Se va el Opa rumiando su estupefacción. Recuerda cuando al Doctor Alfonso Carrido Lura, el Padre de la Democracia, lo vilipendiaron con ganas en un festín de cuestionamientos en el que el Opa participó gustoso. Nadie se rasgó mucho las vestiduras por eso: al fin y al cabo, cuestionar al que manda o a sus acólitos es parte de las mejores tradiciones de una sociedad libre.
Pero por alguna razón hay cosas de las que no se puede hablar sin ser acusado de Marciano, o de pro-Marciano, o de nostálgico de los Marcianos. O amigo de los empresarios que se enriquecieron con los Marcianos y ahora están con Macriado, el Infame. En ese caso el Opa entra en estado de perplejidad aguda, porque reconoce a su tío abuelo Robustiano Patrón C. sonriendo en las fotos con los Marcianos, inaugurando una modernísima planta para descular hormigas y compartiendo una cena con los Marcianos en la casona familiar. Su tío abuelo es hoy ministro de la Presidenta María Estela Fernández de Neón. No recuerda el Opa ministro de qué. Ministro de algo. Con chofer y todo.
Se preguntaba el Opa cómo se llevaría su tío abuelo con las Madres y las Abuelas, ya que se han denostado tanto y tanto. Pero dejó de preguntarse porque los ve abrazados y aplaudiéndose mutuamente en los saraos y ágapes de la Presidenta, que el Opa mira por televisión con puntualidad suiza. Tampoco tiene muchas opciones, porque a la hora que el Opa quiera sentarse a mirar televisión aparece la Presidenta Fernández de Neón para contarle que descubrió la vacuna contra la polio o que está volviendo a inaugurar el hospital que antes solamente inauguraban para las elecciones.

El Opa no entiende, hasta que viene a buscarlo su primo Segismundo Junior para contarle que saldrá de cabarute con el Secretario de Lucha contra los Cabarutes. Se queda pensando por qué no lo llevan a él también, pero ha escuchado tantas veces la respuesta que ya se la ha aprendido de memoria. Perdón, de Memoria.

domingo, 11 de mayo de 2014

Hay que matar a Alfonsín

La frase no corresponde a la famosa novela de Dalmiro Sáenz. Tampoco a las novelas que el Opa urde en momentos de ocio. No es sino una forma de sintetizar un paso que el radicalismo debe atreverse a dar de una vez por todas: abandonar de una vez la cultura nostálgica y perdedora del ´83, esa mal llamada mística militante. El Opa explicó por qué en su post anterior. Ahora prosigue con su alegato solitario.
La participación de Moreau en la caída de De la Rua está tan documentada como la de Duhalde, y Alfonsín estuvo claramente al tanto. Cada uno podrá explicarlo como le plazca: el Opa de la Comarca prefiere pensar, compasivamente, que Alfonsín intentó un pacto de supervivencia de la democracia en el que el duhaldismo era el mal menor, y una alternativa válida para reconstituir Argentina de la mano de Lavagna. Otros, memoriosos, recordarán los pactos del radicalismo bonaerense con el duhaldismo, que le aseguraron la hegemonía partidaria durante los ´90.
Después de propiciar la estabilidad mediante renovados pactos con Duhalde y los Kirchner, el alfonsinismo en sus diversas vertientes siguió conduciendo lo que quedaba del partido. Una expresión que obtuvo un 2% de los votos en 2003, que presentó un candidato peronista en 2007, y que propició un esperpento psicológico e ideológico en el 2011 con el hijo balbuceante.
Lo dramático no es tanto la conducta de una dirigencia cuyo único mérito constante fue aplastar cualquier posibilidad de renovación partidaria. Al fin y al cabo, el así llamado “radicalismo progresista” cumplió cada paso de las oligarquías partidarias: la mayoría de sus miembros más notorios se asociaron con empresas “del antipueblo”, se compraron campos y bodegas mediante testaferros, nombraron a sus hijos inútiles en los tribunales federales, y se convirtieron en voceros de los mismos grupos y sectores que habían denostado décadas antes. Cualquier parecido con el peronismo es mera coincidencia. Se atornillaron en la cabina de mando de un partido agonizante que siguió siendo una estupenda fuente de negocios.
Lo peor, sostiene el Opa. es que convirtieron el radicalismo de cada provincia en un conglomerado de feudos familiares que se alquila al sector del PJ que los convoque primero al calorcito del poder y los nombramientos. Lo convirtieron en un partido chico, un puñado de grises agrupaciones provinciales, sin ideas ni militancia ni liderazgos. Kiosquitos rojos y blancos. El alfonsinismo convirtió a la UCR en lo que juró destruir en los lejanos '60.
Hasta ahí, todo compatible con el manual de supervivencia de cualquier político conservador y autointeresado.
Lo desconcertante, además, son los cantitos. El Opa no logra explicarse qué es exactamente lo motivador de cantar que volveremos como en el '83, una experiencia fundacional de la democracia argentina pero que terminó en una decepción enorme. Volver en un contexto de muerte, teniendo que enfrentar un desafío del que no salimos airosos bajo casi ningún punto de análisis. El Opa se pregunta: ¿volveremos para qué? ¿Tienen idea alguno de estos militantes de para qué quieren llegar al gobierno? Para cambiar las cosas, le dirán. ¿Tienen idea de cómo se hace para cambiar las cosas? No, le responderán con certeza, iremos viendo sobre la marcha. Así nos fue en el '83, y así nos fue en el '99. El Opa no quiere hablar sobre nuestras experiencias municipales, por un rezago de piedad que aún conserva, y porque no quiere desviarse del tema original.
La mística militante, esa profesión de fe alfonsinista, jamás ha generado un sólo cuadro de gobierno. Y no hay nada de progresista en una gestión llena de inútiles incapaces de entender cómo se administra, digamos, un hospital. El desprecio de la formación técnica y las capacidades de gestión ha significado que los argentinos consideren a la UCR como un partido incapaz de manejar razonablemente bien cualquier cosa que tenga más de 100.000 habitantes. No es casual que a 30 años de hegemonía alfonsinista no tengamos radicales en condiciones de formar un gabinete serio. Ni hablar de armar un ministerio de, digamos, Justicia. O de Salud, o de lo que quieran.
La vieja dicotomía entre un partido de masas y un partido de cuadros ha resultado ser tan falsa como casi todas las dicotomías. El Opa nota que no tenemos masas militantes, mucho menos tenemos votos masivos, y tampoco tenemos cuadros. No existe una cultura partidaria que premie el estudio y la formación en un área determinada, porque de todos modos las plataformas las escriben cuatro amigos de los candidatos que no necesariamente son expertos en sus temas. Y porque si por casualidad el radicalismo llega al poder tiende a continuar opacamente los lineamientos de la gestión precedente, con inútiles propios reemplazando los inútiles ajenos. Por piedad, nuevamente el Opa no dará ejemplos.
No sabe el Opa si esta cultura es propiamente alfonsinista. Talvez sea injusto sostenerlo. Pero es claro que nadie conservó el poder partidario durante tanto tiempo, ni le dio tanta importancia a “las ideas” y al debate, y a la vez hizo todo lo posible para que ni las ideas ni el debate comprometan la rosca indecente y folclórica. Nadie hizo tanto para expulsar a los cuadros más interesantes y lúcidos de la UCR que tenían demasiada dignidad para someterse a la línea dura del alfonsinismo del padre o del hijo. Han vaciado el partido, e invocan al Espíritu Santo.
Es acaso responsabilidad del alfonsinismo que sus alternativas partidarias sean hoy ese conglomerado de nuevos ricos que aparecen en las páginas de policiales de todos los diarios. Galeritas ahítos de testaferros e indigentes de ideas. Utacos de soberbia e ignorancia por partes iguales, petulantes que ignoran la raíz laica y liberal que la UCR intentó honrar.

El Opa piensa que el radicalismo está muerto a menos que sea capaz de engendrar una nueva visión del mundo que conforme prácticas igualitarias y eficaces para transformar el país. No quiere volver al '83, quiere imaginar un futuro más interesante que el pasado que vivimos.

martes, 6 de mayo de 2014

Las oleadas ideológicas y la necesidad de futuro

El Opa de la Comarca se propone balbucear sobre las distintas etapas de la conformación de ideas de la UCR. Piensa que es tiempo de que un paradigma nuevo comience a sustituir al vigente, porque le dan patadas de hígado cuando oye a los radicales y las radicalas cantar que quieren volver al gobierno como en el '83. Para eso, intentará resumir esas etapas, y después pensar cómo cree que debería ser la siguiente. Aunque sea, ponerle alguna etiqueta, para que después se le vayan agregando ideas.
El radicalismo parece haber vivido su vida de más de 120 años a partir de sucesivas oleadas de impulso político que tendían a enterrar -al menos parcialmente- la etapa anterior. Su nacimiento como organización política semi-clandestina enterró su primaria naturaleza de galeritas porteños que se congregaban a cacerolear en el Club del Progreso. La Unión Cívica de la Juventud se convirtió en Radical, tomó las armas e inició revoluciones para implantar una democracia medianamente moderna. Yrigoyen sepultó ese proceso aureliánico, que fue coronado simbólicamente por el suicidio de su tío célebre, Leandro N. Alem. (el Opa se siente tentado a pensar que el nepotismo, como la traición, son rasgos genéticos del radicalismo, pero prefiere evitar esa idea).
A su vez el Yrigoyenismo como corriente política hegemónica comenzó a agonizar después del golpe cívico-militar del ´30 que inauguraría la Década Infame. La primera Década Infame. Ni siquiera el unionismo de Alvear pudo reconstituirse como alternativa política luego de la muerte del caudillo.
La irrupción de la Intransigencia en los '40 marca un nuevo momento en la vida y en las ideas de la UCR, que rápidamente reemplazó al Yrigoyenismo con una dialéctica moderna y con proyección de futuro. También, como movimiento político que hegemonizaría el partido en las décadas siguientes. El último de sus caudillos, Ricardo Balbín, alcanzó a vivir la declinación de este sector durante el ocaso de su propia vida.
El alfonsinismo irrumpió para modernizar nuevamente el discurso y las prácticas militantes desde fines de los ´60. Se convertiría, durante la década siguiente, en la referencia del crecimiento de una base de teoría política importante, la primera aproximación a una socialdemocracia moderna. Su impronta subsistió a la dictadura y llegó al gobierno para transformar la cultura política dominante en Argentina. Durante sus años dorados, la vieja Línea Nacional, heredera de la Intransigencia, quedó relegada a un lugar secundario y a veces casi invisible.
El ocaso del gobierno de Alfonsín no impidió que su prédica y su influencia teórica subsistieran: durante los ´90 el alfonsinismo siguió siendo el paradigma dominante como concepción del radicalismo. En rigor, los personalismos siguieron funcionando plenamente, pero (al menos en Córdoba), los “ismos” carecían de debate interno y se constituian como fuerza militante propia de cada dirigente, más que de la UCR.
La discusión teórica fue perdiendo consistencia y vigor, y la creación de la Alianza hizo poco por restaurarla: los discursos y planes ya venían cocinados de Buenos Aires y los “equipos técnicos” seguían siendo una mentira tan inútil como lo son hoy.
De la Rúa intentó reemplazarlos por las alas más “liberales” y técnicas en su corto gobierno, pero la crisis y eclosión del noventismo destruyó también a esa incipiente alternativa al alfonsinismo. Hoy, me consta, muchos de los jóvenes más talentosos y formados que participaron en aquél gobierno, estan fuera de Argentina y no piensan regresar. El alfonsinismo se convirtió en el carro que se quedó con los escombros, y convirtió a la UCR en una triste colectora del peronismo.

¿Qué debe hacer el radicalismo ahora, qué nueva conformación debe tener? De forma somera, el Opa cree que hace falta en Argentina un gran partido liberal igualitario, de raíz popular y laica. Debe definir cada uno de esos términos porque palabras como “progresista” están tan vapuleadas que han perdido contenido. Pero prefiere dejar que cada uno busque las definiciones que le parezca. Un poco por pereza y un poco por apuro, el Opa irá sugiriendo lecturas que puedan ir aclarando a qué se refiere por cada cosa. Por ahora, alcanza con esta síntesis incompleta.

Introducción al Opa

El Opa de la Comarca merodea por diversos tópicos relativamente políticos. Es, en sí mismo, un ejemplar extraño de la fauna que brota en esa región al sur del mundo que alguna gente con talento bautizó Diegoarmandia.
Entre otras excentricidades, el Opa practica una obstinada (¿Hobbestinada?) pertenencia a un dizque partido político llamado Unión Cívica Radical, fuente de toda sinrazón y algunas varias injusticias. Su pertenencia, como queda establecido, es marcadamente conflictiva. El Opa tiende a tomarse en serio las menudencias como las ideologías y los juramentos, y los abismos que le plantea la desventura cotidiana lo sumerge en las profundas aguas del absurdo. Lo prueba su propia ceremonia de afiliación partidaria.
Transcurría el invierno de 1994 cuando, pocos días después de cumplir 18 años, se encaminó a la Casa Radical de Córdoba. Jamás había ingresado. En el hall de ingreso se encontró con un hombre de mediana edad, y pensó: "a éste lo tengo visto en algún lado". Se trataba del por entonces Vicegobernador, Luis Molinari Romero. Le preguntó cómo hacía para afiliarse al partido.
La perplejidad del funcionario fue abismal: un joven que venía solo al partido, bien comido y bien vestido (bueno, seamos amplios) no era justamente carne de puntero. Tanto así que ante semejante rareza lo llevó a la oficina del venerable Don Ibáñez, que durante años se encargó de esos menesteres.
El Opa firmó sus fichas de afiliación en cuatro ejemplares, saludó a los presentes, y salió a la calle. Cree que había sol, el detalle puede no ser exacto. Supongamos, de todos modos, que había sol.
Ese sol fue testigo de un enorme desatino inevitable, esa módica aspiración de tragedia griega. Y así vamos, piensa el Opa.