viernes, 9 de septiembre de 2022

LOS QUE AMAN, ODIAN

Hubo una novela, en los tiempos pretéritos de la Comarca, que trabajaba la urdiembre de los sentimientos de un grupo de veraneantes varados en un hotel de Ostende, aislados por una tormenta de arena que convirtió los médanos que los rodeaban en una cárcel borgeana. La novela de Bioy Casares y Silvina Ocampo transcurre con ritmo y elegancia por entre los fiordos del género negro, sin condescender al morbo ni la violencia innecesaria. Años después, ya en esta era, convirtieron esa novela en una película. En una película mala. Previsible, mal actuada, por momentos absurda. El Opa la vio completa, ilusionado con que representara con fidelidad aquella novela de su adolescencia lejana. Hizo mal, pero no podía hacer otra cosa.

Si algo cree recordar el Opa es que en la trama los personajes se dejaban mover por un hilo de odio, apenas velado por los manierismos de una educación exquisita. Había amores cruzados, traiciones, silencios incomprensibles, muertes no fácilmente explicables. Ello, mientras se sucedían las tormentas de arena que borraban el camino de salida de ese infierno. Era quedarse allí, en esa casa, o arriesgarse en los cangrejales y los médanos. No había más que dejarse carcomer por el odio y el aislamiento, matizar el tedio con la sangre -o la amenaza de la sangre- a la espera de que algo ocurra, que se limpien los cielos y se lleven la arena y reinen al fin la concordia y la libertad.

Mientras esto ocurre en el plano inverosímil de las memorias del Opa, en la Comarca se suceden los hechos insensibles e idiotas que han sido prefigurados en la novela mencionada, pero rebajados a la farsa y la indecencia. No hubo un crimen, no hubo sangre. O, mejor dicho, no llegó a consumarse el crimen supuestamente pretendido. Pero sí se abrieron las anchas alamedas por las que transitan el odio y la mediocridad, el psicopateo inherente a la condición peornista.

Hace una semana un Lee Harvey Oswald ensamblado en La Matanza atravesó el cordón humano que rodeaba a la ex presidenta María Estela Fernández de Kirchner y gatilló un arma a menos de un metro de su rostro. Afortunadamente no hubo bala en la recámara (sabemos ahora), y la Comarca se ahorró una tragedia desoladora que nos hubiera sumido en años de violencia y divisiones. De inmediato el arco político casi en su totalidad le expresó su solidaridad y condenó el hecho barbárico cuya imagen se había multiplicado por todos los medios.

Pero pronto algunas voces marginales comenzaron a dudar de la veracidad del atentado. Esa duda, justificada o no, despertó el odio de los adláteres de la ex presidenta, que se lanzaron a culpar a la oposición, a la justicia, a los medios, al campo, a la Reina Elizabeth (QEPD) y a Piñón Fijo por desperdigar un lenguaje de odio que, dicen, motivó al Gavrilo Princip de La Salada a intentar un magnicidio frustrado. Y comenzó la caza de brujas.

Comenzó otra cosa, además. La policía federal, a cargo de la investigación del hecho, borró dizque accidentalmente los registros del teléfono del agresor. Sin querer queriendo. Después, se borraron del arma las huellas dactilares del atacante. Oops, I did it again. Se puso el foco en la novia del atacante, novel celebridad televisiva por su providencial aparición en un canal de noticias tropicales alineado con Isabelita II. Mucha casualidad. La muchacha, implicada en el ataque, tuvo que designar abogado. Contrató a Carlos Telleldín, de triste fama como el terrorista que proveyó el furgón donde se instalaron los explosivos que acabarían con la sede de la AMIA en los ´90, y que se recibiera de abogado mientras cumplía su condena. Este abogado es hijo de un reconocido torturador que comandó el macabro D2, la División de Investigaciones de la Policía de Córdoba durante el gobierno de Isabelita I. El abogado de la muchacha pertenece a lo más granado de la familia fascista y criminal del peornismo, autopercibido hoy como el partido del amor. Es parte de la trama oscura de los servicios de inteligencia, de esa cloaca de la democracia que Isabelita II nunca dejó de alimentar cuando le fue útil. Ahora, en el noticiero oficial difunden imágenes previas al atentado, con las cámaras del canal siguiendo a la pareja atacante desde que llegan a la esquina de la ex presidenta, rodean a las decenas de personas que por allí pululaban, y, sin perderlos de vista en ningún momento, los enfocan en el momento de intentar su ataque. Curiosa intuición del cameraman, un sentido de la anticipación digno de mejores causas. Pero si uno duda de todo esto, uno se convierte de inmediato en un ser que odia.

Lo que comenzó fue un encadenamiento de hechos poco explicables que siembran una duda razonable sobre la veracidad del atentado. Si el atentado existió o no, si fue un armado de los servicios de (des)inteligencia, si verdaderamente un desequilibrado de ultraderecha quiso asesinarla, a esta altura el Opa nunca lo sabrá. Después de todo, hace pocos meses se asistió a la puesta en escena de la pedrea al despacho de Isabelita II. Como se hablan encima, el presidente del bloque de senadores que comanda la atacada, exigió, a cambio de la paz social, la anulación del juicio penal que la tiene contra las cuerdas. El partido de la impunidad.

El Opa no odia. Sólo describe un lamentable estado de cosas. Sobre un hecho grave, repudiado por todos, se montó una caza de brujas y una persecución del disidente que emparenta a la Comarca con el Sultanato Bolivariano de Chavistán. Se ha intentado expulsar a dirigentes opositores de las universidades donde enseñan, de los clubes donde se entretienen. Se ha amenazado de muerte al fiscal que a lo largo de nueve días ha argumentado sobre su culpabilidad con prueba pertinente y concordante. Se ha amenazado de muerte a otro ex presidente de triste memoria. Dirigentes del gobierno han acusado de sembrar este clima a la oposición. Sostiene el Opa, sin embargo, que corresponde al gobierno imponer cautela, serenidad y mesura en estos tiempos turbulentos. Porque son gobierno, aunque no parezca.

lunes, 23 de mayo de 2022

¿QUÉ COSA ES LA OLIGARQUÍA?

  

Le han insistido al Opa que la oligarquía está compuesta por señoras gordas, platinadas y con apellidos patricios, casadas con señores gordos con apellidos ídem que administran las estancias, los estudios jurídicos de nombre compuesto, y las acciones de la Cultura Británica. Esa definición marca Quino abarca hoy una parte ínfima, decreciente, de la oligarquía de la Comarca. Está siendo desplazada por otra oligarquía, con mayor poder para los negocios, mayor poder en el Estado, y mayor capacidad para construir ese relato colectivo que, a falta de mejor término, hemos dado en llamar Cultura Nacional.

Piensa el Opa en esa oligarquía que ha colocado los presidentes que han gobernado 32 de los 39 años de la joven democracia de la Comarca, que rinde honor a un patriarca del pasado, autoritario y machirulo, y que se ha construido en el minucioso desprecio al principio de igualdad ante la ley. No es el único principio constitucional que desprecian: sospecha el Opa que la única parte que les gusta de la Constitución Nacional es la que concede al ciudadano Presidente el poder de emitir decretos de necesidad y urgencia, porque es la única norma que ejecutan con cierta asiduidad.

Pero para no adelantarse, el Opa intentará plagiar alguna definición medianamente neutral. Así, el diccionario de la Real Academia, a falta de mejor cosa, describe a la oligarquía como “1. f. Forma de gobierno en la cual el poder político es ejercido por un grupo minoritario. 2. f. Grupo reducido de personas que tiene poder e influencia en un determinado sector social, económico y político.” Miremos ahora hacia la Comarca. Un partido nacido de un golpe de estado, monopolizando el poder y la política durante dos tercios del siglo pasado y casi todo lo que va de este, ya desde el gobierno, ya saboteando gobiernos democráticos en los breves interregnos donde no ponen presidente pero sí las mayorías en el Senado y las Provincias, ya custodiando sus estructuras en cualquiera de las dictaduras que han asolado la Comarca.

Ese partido, creado por un heredero de Mussolini, admirador de Franco, que dio refugio a criminales Nazis, ese partido que parió y organizó el terrorismo de estado, que gobernó con el subsidio en la unidad básica y la picana en los subsuelos de la Policía Federal, con la impunidad como bandera. Eso es la oligarquía. Impunidad. Porque significa que quienes se acollaren a ese partido serán acreedores, por los siglos de los siglos, de los retazos del presupuesto público que puedan mordisquear. Generaciones enteras trasegando fondos estatales al patrimonio privado sin más recato que el que impone la falta de tiempo.

Impunidad significa sustraerse a las consecuencias de las propias acciones, particularmente cuando esas acciones constituyen un delito, razonable o no. Así, un miembro de la oligarquía puede violar sus propias normas, sus propios decretos, con la certeza de que al final del camino podrá tapizar el crimen y la muerte con billetes que valen menos que el papel en el que están impresos. Ampararse en un derecho pensado para el ciudadano de a pie, el que no tiene más privilegio que el socorro de la ley, ciudadano desnudo de poder y de fanfarrias. Eso es oligarquía: un presidente impune, un gobierno que aplaude, un sistema que lo sostiene.

Ese sostén no nace del vacío: hubo una minuciosa construcción de una cultura de la impunidad, de la irresponsabilidad como política de estado, de la excepcionalidad de los elegidos que no tienen por qué someterse a las normas de los otros, de los que miran desde afuera. En esa casta del privilegio todo se perdona, todo se disculpa, todo se justifica cuando los crímenes se hacen “en nombre del pueblo”, porque ese es el pase de magia sensacional, la invocación metafísica que los sustrae de las consecuencias reales de sus actos. Ampararse en la invocación popular. Y desde ese parnaso imaginario, es posible alquilar el muerto más notable de la Comarca para velarlo en la Casa de Gobierno y que de ese modo su aura irredenta contagie, derrame, o salpique al menos al oligarca que gobierna: tanta razón tenía López Rega con sus métodos que terminaron apropiándose de ese muerto oportuno y famoso. Ese muerto al que se le perdona todo: los hijos bastardeados, la esclavitud sexual de una niña que trajo de esa enorme prisión a cielo abierto que la geografía denomina “Cuba”, los impuestos traspapelados. Eso es parte de una construcción: al ídolo se le perdona todo, en nombre del pueblo, porque es del pueblo.

La invocación popular, el milagrismo, la santería entera de figuritas opacas, la santa madre del fascismo vernáculo decorando el billete de mayor denominación de la Comarca. Sembrar la ignorancia desde la escuela enflaquecida, desde el púlpito ahíto de favores y admoniciones, desde los discursos parlamentarios que avergonzarían tanto a cualquier escolar instruido. El derrumbe cultural y educativo, el cualunquismo, porque todo debe dar lo mismo, casi un siglo ejecutando la admonición del tango “Cambalache” como si allí hubiera habido una clave del buen gobierno, nivelar para abajo porque en el país de los ciegos el bizco fue rey.

Dicen que los días más felices siempre fueron peornistas. El mito, elemento común a todos los fascismos, prendiendo rápido en los tilingos que necesitan el abrazo gregario, o la complicidad partidaria, según las edades. Como todo fascismo, trastornando el significado de las palabras, designando lo opuesto a lo que dicen decir: la igualdad para favorecer a alguno con el fruto del esfuerzo del otro, el amor como coartada para el desprecio público del diferente, la inclusión para cobijar a los propios dejando al resto en la intemperie. Esa construcción falaz, esa mentira de Estado, ese Relato del pasado y el presente. Eso acaso sea la oligarquía: para los amigos, el vino en caja y el locro calentito pagado por el Ministerio, para los enemigos, la intemperie. Y después contarla con la épica de las patriadas, a ver si alguna vez el Opa aprende.

martes, 17 de mayo de 2022

DESALIENTO

 

El Opa siempre al borde de las cosas, al borde de un abismo feroz que tiene la morfología exacta de la Comarca, ese chiste mal contado que nos decoraron con escarapelas y banderitas. Mira, el Opa, ese vacío inminente, ese desastre minuciosamente elaborado por generaciones de habitantes, compañeros, gente de bien, gente como uno, gente del palo, con increíble talento para la construcción colectiva del cagadón electoral, de las decisiones idiotas que repercuten en más pobreza y más desazón y más fascismo. Eso, la Comarca.

Porque el Opa detuvo su andar cansino y preocupado por las calles de la Comarca para mirar los diarios. Por prescripción psiquiátrica no mira televisión: le resulta imposible contener el impulso de arrojar proyectiles a la pantalla, sea quien sea el que aparezca en ella. La miserabilidad de los opinadores de la televisión es universal y pareja, apenas cambian sus discursos justificatorios, esa mentira cínica que por izquierda se denomina “ideología” y por derecha “sentido común”: psicopateadas berretas de opinadores de la tele. El Opa no mira televisión, pero cada tanto pispea los diarios, acaso porque puede darse el lujo de releer una frase, de pensarla, buscarle la vuelta antes de determinar si ha leído una genialidad o una estupidez. Lujo absolutamente imposible en la televisión o en la radio, que tiene idiotas parecidos pero que ofenden sólo el sentido de la audición. Puñetazos en la mesa.

El Opa piensa en el año que viene. Habrá elecciones en la Comarca, elecciones tristes. Cualquiera que sea el resultado será un escalón más hacia el desaliento, sospecha el Opa, hacia la degradación institucional, hacia la pauperización material, moral y espiritual de ese pueblo que se embandera en los cretinos de la televisión, en los candidatos de la decadencia.

Se aventura a conjeturar los resultados, sospecha que habrá tres tercios parejos. Un tercio de la tilinga de Tolosa, la de los papers mal aprendidos y los hoteles malhabidos. Otro tercio de ese frente aun bifronte que se alienta desde la Capital y que pretende volver a derramar sobre toda la Comarca. Otro tercio del energúmeno de moda, ese Xuxo despeinado que jetonea vituperaciones sin que nadie sepa quién lo financia. Tres polos incompatibles entre sí, incapaces de un compromiso para proteger un programa sensato, impotentes para implementar otra cosa que un nuevo fracaso, una nueva derrota.

Porque los enojaditos de turno ahora son de derecha, intemperantes y bobos, fanáticos de dedito en alto, cancheritos y pitocortos. Y son muchos, y están convencidos de su superioridad moral de la misma manera en que lo estuvieron millones de jóvenes idiotas en la entreguerra italiana o alemana. Irresponsables que luego dirán a sus nietos que no se acuerdan qué pasó en aquellos años, que rogarán que sus hijos se olviden que tienen las manos llenas de sangre, culpables de toda culpabilidad de otra sangría colectiva que se darán un baño de humanismo cuando cambien los tiempos y convenga cambiar la camiseta. Porque el Opa sabe que se cambiarán de camiseta cuando sólo queden las esquirlas y los escombros: porque tantos de los culpables de la matanza de los ‘70 se dieron un baño de democracia cuando la atrocidad fue pronunciada en un juicio ya famoso, ya tan olvidado.

Porque en ese escenario de tres tercios parejos hay dos que desprecian la democracia y el disenso, hay dos que destilan odios y resentimientos, hay dos que interpelan a lo más bajo de la conciencia humana. Y ninguno de los elementos que están en los extremos será capaz de confluir en un programa de gobierno para todos los habitantes de la Comarca, ni siquiera para contener a su némesis de cartón, ni siquiera para preservar lo que valga la pena. Es que los populismos desprecian minuciosamente la razón y la lógica, sólo funcionan bajo la invocación del daño al adversario, que viene a ser todo aquél que no se someta.

Recuerda el Opa sus tiernos años de estudiante universitario y sus primeras discusiones con los peornistas bisoños. Su espanto ante la racionalización del resentimiento, ante la elevación del cinismo a la categoría de la lucidez: “si no es mío, lo rompo”, oyó decir a tantos y tantas compañeres. Los años transcurridos han comprobado que aquelles compañeres han ejecutado fielmente ese principio básico de las verdades justicialistas: ahora su generación ocupa espacios de poder en todos los ámbitos de la Comarca, y pudo comprobar que aquella frase feroz no era una vana amenaza, sino un principio de conducta: “si no es mío, lo rompo”.

En el mejor de los casos en las próximas elecciones triunfará débilmente un gobierno con pretensiones de sensatez, pero será acosado a derecha e izquierda por los expertos en demoliciones, por los dinamiteros con cuentas en las Seychelles o Panamá. No habrá posibilidad alguna de un gobierno razonable y justo: los demagogos sólo admiten el holocausto de los contrincantes y la impunidad absoluta, y se dedicarán con gozo y ahínco a destrozar lo que encuentren a su paso. Las hordas, las bestias, el lumpenaje de Barrio Norte, las torvas catervas del Nacional de Buenos Aires, los revolucionarios de iphone, los liberales de Videla y Ottalagano, los libertarios de comunión diaria, los pro-vida que piden pena de muerte, los progresistas de las nuevas oligarquías familiares, todo eso habrá al frente. No alberga el Opa esperanza alguna.

“Y si no te gusta, ¿por qué no te vas?”, preguntará el distraído. Pues sí. El Opa se irá, como ya se han ido miles de personas de la Comarca, porque otra vez no tienen ganas de dejarles los sueños, los huesos, los años a los militantes de la decadencia y de la muerte. Ese mismo camino que no conduce hacia ningún lado, porque por más lejos que uno arrastre los pies, siempre las huellas, esas putas huellas, tendrán la forma exacta de los contornos de la Comarca.

martes, 29 de marzo de 2022

LA CONJURA DE LOS NECIOS

 

El Opa había decidido titular este post con el nombre de “La Conspiración de los Idiotas”, pero advirtió que tal era el título de una novela de Marcos Aguinis, impecable novelista y torpísimo comentarista político. Dicha novela, no sin mérito de su autor, relata los excesos del fanatismo religioso de épocas medievales. El Opa la ha leído en algún momento de su juventud, y ha quedado notoriamente impresionado por ella. Vale aclarar que, en su juventud, el Opa era particularmente impresionable por una exuberante variedad de cosas, incluyendo, desde luego, una novela magnífica sobre la ceguera mental producida por el fanatismo, esa exaltación del culto de una idea que conduce a males sin nombre.

Pero no era esa la novela que el Opa tenía en mente, sino otra, del magnífico y breve John Kennedy Toole, cuyo título ilustra este post. En esta otra obra, el protagonista es un hombre infantilizado por la protección de una madre notoriamente estúpida, egoísta y demandante, y que ha aprendido a manipular las insensateces de su madre para hacer lo que mejor le sale: nada. Este hombre, Ignatius O’Reilly, ha descubierto que si vocifera imprecaciones y vituperios al viandante desprevenido mientras le reclama cosas o acciones, éste asumirá que algo malo ha hecho y por lo tanto algo debe. De este modo, Ignatius psicopatea a quien tiene alrededor hasta hacerlos disculpar por las cosas que él, Ignatius, ha debido hacer y no ha hecho, o ha hecho cuando no debía. Pero siempre, en cualquier condición, obteniendo de ello alguna ventaja para sí. Ningún bobo, piensa el Opa.

¿Por qué el Opa ha traído a colación estas novelas? Acaso porque ilustren un estado de cosas que ocurren en la Comarca. Fíjese el lector, la lectora: el gobierno hace algo muy mal, lo que sea, cualquier cosa. Frente a ello, adopta una estrategia O´Reilly: vitupera a la oposición, o a los medios, o a las potencias extranjeras, o, en el colmo del delirio, a indiscernibles entes maléficos. Es sobre estos entes metafísicos sobre los que el Opa quiere escribir.

Hace pocos días el Presidente fue entrevistado por una periodista complaciente y banal. En la entrevista le preguntaron, con tibieza, sobre la inflación. El Opa asume que todos sus lectores conocen el triste récord hiperinflacionario de la Comarca, esa tara de la cultura económica que nuevamente parece comenzar a salirse de cauce arrollando a los ciudadanos de a pie. La inflación, ese drama enraizado en el déficit fiscal, la emisión descontrolada, y la improvisación económica. Es decir, en la mala praxis económica. Mala praxis, aclara el Opa por si fuera necesario, de quienes gobiernan la política económica de la Comarca. Es decir, el gobierno nacional.

En esa entrevista el Presidente dijo, sin que se le moviera un pelo del bigote, que “…hay diablos que hacen subir los precios, y lo que hay que hacer es hacer entrar en razón a los diablos…” Se alegará en su defensa que usó una metáfora estúpida, propia de sus más caras tradiciones, pero esa metáfora esconde precisamente lo que el Opa señala y vitupera: la necesidad de imputar a los demás las consecuencias de los actos propios. Porque los diablos que refiere son seguramente los empresarios de la Comarca, los que producen y venden los bienes que allí se consumen, y también se refiere acaso a los operadores que manipulan acciones y divisas a una escala que pueda impactar en la inflación. Ahora bien, en el resto del mundo conocido (salvo las dimensiones paralelas de Corea del Norte, Venezuela, y demás desvaríos) también hay empresarios que producen y venden, y operadores que especulan. Y a pesar de ellos no hay inflación, al menos al nivel psicodélico que denigra a la Comarca. Entonces hay que buscar en otro lado.

Sospecha el Opa, y acá abandona el misticismo para entrar en el plano conspiranoico, que el Presidente se refiere a elementos de su propio gobierno, comenzando por la Faraona Egipcia y sus adláteres. De otro modo no se entiende su balbuceo impreciso cuando le preguntan cuáles son las herramientas para “hacer entrar en razón a esos diablos”; farfulla gorgorismos ininteligibles que traicionan su voluntad de demostrar firmeza y claridad. Es débil, y oscuro. Los diablos no son entonces esos empresarios y esos especuladores.

Sospecha, como antes lo hizo su vocera, que la inflación es una “maldición”. Por lo tanto, la única solución compatible con semejante delirio místico del Presidente y su vocera es invocar la presencia de brujos, chamanes, exorcistas, taumaturgos, videntes y manosantas. Recuerda el Opa, con cierto espanto, que ya hubo un Brujo a cargo de Ministerios en la Comarca, cuyo conjuro infame sembró sus calles de muerte y horror. Aquel Brujo, mano derecha y ejecutora del General Juan Domingo Cangallo, también quiso aplicar emplastos místicos contra la inflación, pero ésta se lo terminó llevando puesto. Al menos pudo disfrutar de la impunidad, sello nobiliario de la oligarquia peornista.

Antes de cerrar este post, el Opa llama la atención al tratamiento que le dan al Presidente en la Televisión Pública. No pueden hablar de él sin tener que reprimir una sonrisa sardónica, la que uno le dedica al tío borracho que se deslengua en la cena de navidad. No lo toman en serio ni siquiera los operadores de prensa a los que les paga el puchero: se ha convertido en un meme también para ellos, y han comenzado una guerra solapada para terminar de desmoronarlo en sintonía con las necesidades de la Vice. Instinto de preservación: saben que va a caer y lo ayudarán a caer solo. Acaso asistamos, nuevamente, a otra despiadada guerra interna entre facciones peornistas, ese deporte fascista que termina con un país y un pueblo en el medio de una balacera cada vez menos simbólica, cada vez más injustificada, cada vez más delirante.

domingo, 20 de marzo de 2022

UCRANIA: UNA RECTIFICACIÓN

         En un post anterior el Opa había anticipado su pronóstico acerca de la invasión brutal y sangrienta de Ucrania a manos del último émulo exitoso de los genocidas del siglo XX, el presidente ruso. Había previsto, como casi todo el mundo, especialmente como casi todos los que saben más que el Opa, que la invasión sería rápida y efectiva, que en un par de días el ejército ruso estaría en la frontera con Hungría, y que este país se convertiría en un puente directo al corazón de Europa por obra y gracia de su Primer Ministro, notorio lobista de Putin (hoy cínicamente distanciado).

El Opa se equivocó. Suele hacerlo, pero esta vez no se siente reivindicado por compartir el error con mentes más formadas y estudiosas que la suya. No se esconderá detrás de tan notable compañía, si no que dirá, fuerte y claro, que se ha equivocado. Ha ocurrido otra cosa, más horrenda, pero a la vez maravillosa. Ha sucedido un escenario que tensionó los límites de la decencia, el coraje, el horror y la inmoralidad hacia horizontes impensados en este tiempo. Así de agudas son las contradicciones. Así de dramática es la vida en Ucrania hoy.

Lo que sucedió es por todos conocidos. Kiev no se rindió, y resiste heroicamente la agresión salvaje que sufre. Tanto su Primer Ministro, como su gobierno y el pueblo ucraniano entero, han plantado bandera en el suelo fértil de su dignidad y su autodeterminación, embrollando los planes de Putin hasta hundirlo en la frustración y el barro. Les han birlado a los rusos algunos de sus carísimos tanques de guerra, con la misma facilidad con la que el Braian levanta un Fiat Duna en Barrio Müller. Han encontrado, o construido, una enorme red internacional de solidaridad, frente a la infamia que tapiza el rostro innoble de Putin y sus acólitos.

Pero también siguen muriendo personas a manos llenas todos los días. El Opa registra el asedio de Mariupol, las bombas rusas en los hospitales y escuelas, los niños que no llegaron a ver el día siguiente, los ancianos que creyeron que podrían olvidar el horror vivido décadas antes, todo para nada, todo para esto… Mariupol ha recibido un ultimátum del asesino. Ha conminado a la ciudad a rendirse, o a ser aniquilada. Escenas semejantes se replican en todo el territorio ucraniano.

Pero Kiev no ha caído. Y por lo tanto Europa, la Europa civilizada, todavía puede mirar el conflicto como algo que no le ha costado muertos propios. Ayuda, es cierto, con asistencia humanitaria a los refugiados y con pertrechos militares, con esfuerzos diplomáticos y “efectividades conducentes”. Pero todavía las bombas caen lejos, solo en Ucrania. El sentido común o la prudencia indican que un mayor compromiso de la OTAN o de cualquier otra entidad será una excusa para que Putin aplique su furia y sus misiles contra otros países y otros pueblos.

El Opa comprende el cálculo: al frente hay un genocida esperando la oportunidad para apretar el botón rojo. Pero también ejerce un resabio de memoria histórica que ha permanecido por su propia formación profesional, y entonces recuerda que cuando Hitler anexó los Sudetes la Europa civilizad tampoco quiso entrometerse, hasta que el costo humano de soslayar a un genocida hizo imposible seguir mirando para otro lado. O, mejor dicho, cuando don Adolfo comenzó a tocar a sus puertas. En síntesis, que lo que se hizo en 1945 se debió hacer en 1939. Pero bueno, el Opa está lejos y no siempre entiende.

Está lejos, pero no ajeno, porque tiene amigos, y tiene familia que están en el centro mismo de ese infierno y también en sus adyacencias. En Ucrania, y también en otros países cercanos. Y conoce bien que esas gentes, esos pueblos, no quieren volver a ser vasallos de un imperio sanguinario. Aspiran a la módica posibilidad de una vida en democracia, a una libertad imperfecta, al sueño emancipatorio de pertenecer a una Europa pacífica y ordenada. Porque ya han vivido, y padecido, durante generaciones, la opresión y la violencia del imperialismo ruso. Negarles esa posibilidad, esa aspiración a una normalidad relativa, es negarles la condición humana, el derecho de autodeterminarse como pueblo. Es cosificarlos para que otras potencias decidan sobre su vida y su muerte, sobre la plausibilidad misma de su existencia.

Están en peligro los amigos y la familia del Opa. Y por eso el Opa no puede ser mesurado ni equidistante, ni tiene la menor intención de buscarle la quinta pata al gato. Es por eso que no va a ahorrarse improperios contra los resentidos de ayer, los que en su juventud jugaron al bolchevismo mesiánico y justificaron atrocidades, y que ahora reproducen las mentiras abyectas de energúmenas como Sandra Russo, notoria psicótica. Esa generación que cuando conquistó el poder no dejó trapisonda por hacer, y son los responsables de la pobreza de la Comarca, de la injusticia de la Comarca, de la violencia de la Comarca. El Opa tampoco va a ahorrarse vituperaciones con los resentidos de hoy, que amoldaron sus taras a un relato delirante y falaz que sólo puede existir en libros infantiles y en Página12. Esos que aplauden, solapadamente o no, el genocidio en marcha, que se encubren en un “parece”, en un “es más complejo”, en un “no hay que creerles a los grandes medios”, son los cómplices necesarios para que esta pesadilla ocurra. Y como esta pesadilla ocurre, e involucra a gente que existe en la vida del Opa, éste no está dispuestos a guardar los modales: los considera, unánimemente y sin beneficio de inventario, una manga de hijos de puta.

Mañana será lunes. Mientras el Opa camine las calles de la Comarca, súbitamente bendecidas por un otoño temprano, recordará que en Mariupol, en Kiev, pero también el Prishtina, en Budapest, en Bratislava, sus amigos, su familia, estarán mirando el cielo, rogando que un señor delirante no decida obliterarlos con su megalomanía de pito chico, con su geopolítica soviética y delirante. El Opa no reza, entre otras cosas porque ninguna religión ha detenido jamás ninguna guerra (más bien las han justificado la mayoría de las veces), pero estará también mirando el cielo agrisado o no, tratando de encontrarse allí con esas personas que nacieron con el vecino equivocado.

viernes, 25 de febrero de 2022

UCRANIA

Lo que se veía venir era tan predecible que hasta el Opa de la Comarca lo supo desde hace meses. O años, el Opa lo supo desde hace años. Sucede que el Opa ha vivido en una lejana comarca, en una ex república que colinda con Ucrania, hoy invadida. En aquella ex república (hoy sultanato) había una universidad donde el Opa cursó sus estudios junto a compañeros de todo el planeta. Africanos, latinos, asiáticos, muchos europeos del centro y del este. Y rusos, también había rusos.

Lo que caracterizaba a los rusos era su negativa rotunda a cuestionar al poder, incluso, y especialmente, en aquellos cursos en los que la idea era, justamente, cuestionar el poder. No podían leer críticamente un fallo judicial, porque cualquier brutalidad que dijera un juez debía ser palabra santa, porque lo decía un juez. En los fallos con disidencias mis compañeros rusos entraban en cortocircuito, porque si un juez tenía la razón (por el hecho de ser juez), ¿cómo entonces podía ser que otro juez tuviera una visión contraria, siendo también juez? Esa tara afectaba casi exclusivamente a los estudiantes rusos. El resto veníamos de lugares tan apaleados por dirigencias espantosas que criticar al gobernante, al juez, al poderoso, era tan natural como respirar. Ellos no venían de un lugar mejor que, pongamos, Ucrania, pero no se atrevían, no lograban imaginar que se pudiera cuestionar al poder. Pibes de veintipocos años, hace menos de quince años.

El Opa comprendió que un pueblo tan adiestrado en la obediencia sólo era compatible con un liderazgo totalitario, estalinista, con elecciones tan de cartón que hasta a los africanos les daba lástima. Ese liderazgo totalitario tenía un tótem, una vaca sagrada a la que los compañeros del Opa nombraban con unción religiosa. El tipo de liderazgo que se estrella contra su propio éxito porque se vuelve incapaz de advertir el punto exacto en que comienza la barranca.

Los diarios cuentan que ese líder totémico ha invadido Ucrania, nación limítrofe de la lejana comarca donde estudió el Opa. Luego de meses de amagar con una invasión, el tótem ejecutó su amenaza penetrando en el país con excusas tan ridículas como falaces. Vamos a resumirlas en la afirmación idiota de que Ucrania representa una amenaza porque pide entrar en la OTAN. Ucrania es un país soberano, y por lo tanto puede afiliarse a la OTAN, a la Alianza del Pacífico, o al Club Atlético Cebollitas si así le pluguiere. La otra excusa es que el presidente ucraniano fue entronizado allí por un golpe de estado prodigado por Estados Unidos. Otra mentira esférica (es falso por donde se lo mire). El presidente llegó a su cargo luego de ganar elecciones libres, algo que mis compañeros rusos consideran una herejía; y el presidente anterior renunció luego de protestas masivas por querer retirar a su país de un acuerdo con el resto de Europa. Es que los ucranianos de a pie tienen esa idea loca de querer ser europeos y libres, y no volver a ser esclavos de Rusia como lo han sido a lo largo de casi toda su historia.

Como sea, el sacrosanto macho alfa de la pradera rusa ya está en Ucrania. No hay razón alguna para que se detenga allí. Con el mismo tono con el que hace días amenazó con la invasión que ha comenzado ayer, en el día de hoy extendió su amenaza a los gobiernos de Finlandia y Suecia por si insisten en asociarse, también ellos, a la OTAN. ¿Por qué habría de detenerse allí? Si vemos el mapa, Hungría se presenta como un extenso corredor hacia el centro mismo de Europa, gracias a la hospitalidad que hacia el ejército ruso propiciará el sultán de las tierras magiares. Hungría pertenece a la OTAN, pero su autócrata mayor será más leal a su jefecito ruso que a su propia constitución. Si no paran a cargar nafta, antes del fin del carnaval el ejército ruso estará comiendo salchichas en Viena. Austria no integra la OTAN, con lo que no hay ninguna consecuencia para Rusia si la invade. Al lado de Austria está Suiza, que tampoco integra la OTAN, no tiene ejército, y sus bancos están ahítos de dineros negros de todo el mundo, especialmente rusos: un botín tan irresistible como sus chocolates. ¿Relojes? Cada oligarca ruso tiene más Rolex que la Federación Suiza entera.

Por el sur, podrá entrar con comodidad a Serbia para retomar el genocido serbio contra Bosnia y Kosovo, con exactamente las mismas excusas con que entraron a Ucrania. En nada de tiempo intentarán reconstruir a sangre y fuego ese experimento fallido que la historia llamó Yugoslavia. Atravesar Eslovenia será suficiente para que Italia entre en pánico, y la Lega termine de voltear al gobierno gelatinoso de la península para someterse a Moscú.

Por el norte, los débiles ejércitos de Eslovaquia y República Checa serán un mero entrenamiento. Polonia ahora ensaya alguna firmeza, pero bastó con que al actual canciller alemán le mostraran la factura del gas para que le temblara la lapicera al momento de firmar las sanciones económicas con las que quieren detener al ejército ruso. Es que el dictador de Leningrado esperó, paciente, a que Ángela Merkel dejara el gobierno alemán. Ella era de los pocos dirigentes que tuvo claridad para picarle el boleto a Putin y gónadas para enfrentarlo. El actual canciller, not so much.

El Reino Unido no hará mucho, porque los rusos tienen escriturado el Buckingham Palace y al peluquero de Boris el Beodo. Macron entiende lo que ocurre, pero se ha quedado solo, y rodeado de cobardes, timoratos y cómplices de Putin. Hará lo que mejor saben hacer los franceses: capitular.

De este lado del charco, Biden se está quedando sin batería y no parece que pueda durar mucho en su cargo. Si renuncia antes de un año, y también lo hace su vicepresidenta, deberán llamar a elecciones. Con Europa dominada por Putin, reinstalar en la Casa Blanca al botarate con cabeza de zapallo será un mero trámite.

¿Y por la Comarca, cómo andamos? Mal, porque el presidente bigotes de algodón tuvo el increíble talento de desplegar su obsecuencia ante Putin tres semanas antes de la invasión a Ucrania. Así, el arduo acuerdo regateado con el Fondo Monetario Internacional gracias al apoyo de Biden, queda en zona de penumbras. Luego, se incrementará el precio del gas y el petróleo que la Comarca debe importar, porque gracias al populismo continuado de las últimas décadas se ha interrumpido el autoabastecimiento de fluidos. Algún día nos comprarán soja, especulan, pero no se sabe quién ni a qué precio. Porque cuando tenés un comprador así de poderoso, al precio no lo ponés vos, lo pone él.

Sospecha el Opa que el mundo kernerista, que unánimemente aplaude a Putin, tiene la esperanza de que rápidamente asuma el control operacional de lo que queda del mundo libre. Y entonces, para liberar a la Patria, elimine ese curioso abuso de las estadísticas que son las elecciones libres, para entronizar como Regente, Presidenta Vitalicia y Reina del Carnaval a la Porota de Tolosa. Y ahí sí, los días más felices serán peornistas.