viernes, 13 de agosto de 2021

Nobles y Plebeyos

 El Opa nunca se fue, el Opa siempre estuvo. Es un decir. El Opa ya no vive en la Comarca, sino en un reino (¿sultanato?) insalvable más allá de las tierras del norte. Mientras trata de comprender las peculiaridades locales, no deja de prestar atención a las cosas que ocurren en la patria que dejó atrás. No, no esa patria de independencia reciente, la otra. No no, tampoco la de sus ancestros paternos, la anterior, la primera. La que lo vio nacer.

En esa patria sin destino gobierna un arlequín deslucido y tonto, cuya palabra vale tanto como la de un vendedor de autos usados o un periodista militante. Un arlequín que se desdice cada cinco minutos, que se ha convertido en un triste meme de sí mismo cada vez que tiene que hacer malabarismos semánticos para justificar por qué hace lo que hasta ayer execraba. Su palabra retiene menos valor aún que la palabra del botarate que lo antecedió en el cargo, confirmando que cuando uno cree que los presidentes de la Comarca ya no pueden ser tan estúpidos, siempre te sorprenden superándose unos a otros, y cada uno a sí mismo.

En esa patria, en la Comarca, el presidente sin palabra y con bigotes decretó una suerte de estado de sitio solapado y brutal, en el que cada ciudadano valía menos que la bala que podía acabar con sus penas si era sorprendido por las fuerzas de seguridad cometiendo una tropelía tan grave como, por ejemplo, regar los malvones del jardín de la casa. En esa patria en que las policías mataron ciudadanos y los desaparecieron, o intentaron hacerlo, al amparo de la piedra libre que les dio el presidente bigotes de algodón y los señores que gobiernan cada feudo del reino. Allí donde reinó la muerte por mano policial antes que comenzara a expandirse el virus, allí donde la violencia institucional se alentó en nombre de la sanidad. Allí donde la tortura se justificó en nombre de la salud.

En esa patria el Opa perdió a una de sus mejores amigas, que no pudo recibir la atención médica que necesitó de urgencia porque los médicos estaban de pandemia, aunque en la Comarca en ese momento había habido cuatro casos solamente. Donde el Opa perdió a su tío, el hermano de su padre, que fue obligado a interrumpir sus tratamientos médicos y los cuidados que necesitaba para seguir con vida: muerto en nombre de la salud. De su salud. En esa patria donde el Opa perdió al tío del corazón, al amigo fraterno de su padre, compañero desde su llegada a la Comarca, porque sólo pudo tratar su salud cuando ya era demasiado tarde para intentar nada. Allí donde la madre del Opa perdió a su amiga de la adolescencia, su hermana, que ya tampoco pudo continuar con los tratamientos que requería su mera supervivencia.

En esa patria donde las personas han muerto solas, sin nadie que les sostenga la mano; donde los deudos no han tenido siquiera el consuelo de un abrazo, costumbre burguesa, ni han podido dedicar una última mirada a sus seres queridos.

Allí, en la Comarca, el presidente que enseñaba derecho penal y mentía como reo en apuros, encabezó una asociación ilícita que hizo vacunar primero a los amigos, a los compañeros, a los militontos que de tontos no tienen nada. A una inveterada caterva de cretinos que abusaron de su posición y del poder prestado para conseguir una protección que no tuvieron los ciudadanos de a pie, los bobos abusados por los vivos. Los plebeyos de la Comarca. Esas vacunas escasas, porque se ataron sin vueltas a un vulgar capricho geopolítico para monopolizar su compra a una de las potencias más corruptas y autoritarias del planeta, que prometieron por millones y entregaron en cuentagotas y sólo una vez que se había vacunado la intelligentzia peornista.

En esa Comarca donde reinó la pobreza, porque las restricciones del presidente de mirada mansa y lengua viperina llevaron a la quiebra a cientos de miles de trabajadores y emprendedores, donde se disparó la inflación porque nunca dejaron de imprimir billetes para regalar, especialmente ahora que viene la campaña. En esa patria desahuciada porque el presidente prefirió tener 10% más de pobres antes que 100.000 muertos, y que tuvo más pobres y más muertos a la vez, ese traficante de muerte y de pobreza, indiscutibles méritos peornistas.

Allí, donde hubo una patria para algunos, con privilegios, vacunas, viajes, negocios, billetes, y para el resto hubo muerte, desolación, pobreza. Y soledad. Sobre todo, la soledad. Encerrados en sus casas, sin saber con qué cocinar mañana, cómo mantener a su familia, los otros, los que no son del palo, los que no son de adentro, vivieron la otra patria. La de los plebeyos. Plebeyos. Porque la Comarca es un reino idiota, con una nobleza, una oligarquía veterana que se reproduce (como los gatos, diría el General que la fundó), y con una masa de plebeyos que obedecen, y se dejan robar, y pasan hambre. Y soledad, sobre todo, pasan mucha soledad. Porque la nobleza hasta se permite celebrar en masa, en la calle, su día de la lealtad, su mito fundante, mientras los plebeyos a gatas podían barrer la vereda. Cipayos, los plebeyos, que anhelan las libertades de la que goza la nobleza.

Hace días se conoció una foto. Era el cumpleaños del presidente culón de panza redonda. Dijo que había estado solo con su pareja y su hijo. En las fotos se ven otras muchas personas, todas ellas, la nobleza. Intentó negarlo, el presidente de los trajes grises, argumentando que esa gente trabajaba en la oficina con su pareja. Bien machirulo, echando la culpa a su mujer, como corresponde. Sólo que esa gente entró al complejo presidencial a las diez de la noche. “Iban a las oficinas, no al Chalet Presidencial”, dijo el presidente de voz cascada, sólo que los registros indican que fueron, sin perderse en el camino, directamente al Chalet Presidencial. Al igual que el energúmeno que ocupó el trono antes que él, cada una de sus afirmaciones vacuas terminó siendo desmentida una y otra vez, implacable, por los datos de la realidad. Recular en ojotas es el deporte predilecto de los presidentes idiotas.

Pero la campaña sigue, y el peornismo se prepara para reventar los fondos públicos para lograr todas las bancas que puedan. No está mal que lo intenten, es su derecho. Y en la Comarca tienen posibilidades de lograrlo, porque el Síndrome de Estocolmo es la enfermedad nacional.

El peornismo, esa metáfora que le dio forma política a Ignatius Reilly, insistirá en su épica de la derrota, en esa mística “revolucionaria” del presidente que militó con la derecha procesista cuando nacía la democracia en la Comarca. Nada nuevo, insistir en la mitología, esa ciencia fecunda que se recrea a sí misma. Tal como dijera el bueno de Jorge Luis Borges, los peornistas tienen todo el pasado por delante. Tanto instrumentalizan el pasado que son merecedores, por lo tanto, del mismo destino que la monarquía en la lejana Comarca de los perfumes y los quesos.

miércoles, 2 de junio de 2021

LA SONRISA DE LOS DINOSAURIOS

  Este post del Opa no hablará de los dinosaurios. Menos, de la sonrisa de los dinosaurios. Apenas los ha mentado en el título para poner al lector en la frecuencia que juzga adecuada para comprender el tema de hoy. Se preguntará el lector qué tienen en común los dinosaurios y Shakespeare, William. La pregunta es pertinente, juzga el Opa, porque la conexión es tenue, rubia, y usa animal print. ¿Recuerda el lector cuando una famosa presentadora de televisión de la Comarca, enterada sobre el hallazgo de un huevo de dinosaurio, preguntó si el susodicho dinosaurio estaba vivo? Bueno. Esa es la conexión.

En realidad, tampoco es esa la conexión. No es esa presentadora. Es otra. El punto en común es la impunidad con la que se pueden decir cosas desde la televisión, ya sea furcios de proporciones bíblicas, o teorías conspirativas sobre la existencia de las pandemias, o invadir la privacidad de personas más o menos execrables. Claro, objetará el lector, los primeros son prácticamente inocuos, mientras las otras son un problema serio de la razón y la política democrática. El Opa se circunscribe a los furcios, al menos por ahora.

Resulta que ha muerto William Shakespeare. El señor llegó a la fama por haber sido el primer hombre en ser vacunado contra el COVID-19 en el Reino Unido, su país de origen. Fotógrafo de profesión, había trabajado en Rolls Royce y en un par de instituciones del lugar donde vivió. No se conoce que haya escrito mucho más que sus declaraciones impositivas, y acaso alguna carta de amor en los ajetreados sesentas que sirvieron de contexto a su adolescencia. Bien mirado, la época sugiere que acaso pudo haber escrito alguna proclama revolucionaria, lo cual es perfectamente compatible con terminar trabajando para el símbolo máximo del capitalismo global. Pero, insiste el Opa, el hombre definitivamente no era escritor.

A pesar de su nombre, que coincide, no por casualidad, con el de otro William Shakespeare, robustamente más conocido que él, y que vivió hace unos cuatro siglos. Y murió, huelga decirlo, hace unos cuatro siglos. Este otro William, el primero en orden cronológico, fue uno de los fundadores de la literatura inglesa, dejando para la posteridad obras que hasta el Opa ha tenido al alcance de la mano. Romeo y Julieta, Hamlet, Sueño de una noche de verano, son las que le vienen de inmediato a la mente. Si tuviera que enfrentarse a una cámara o a un micrófono para hablar  sobre ese hombre y su obra, el Opa acudiría de inmediato a, digamos, Wikipedia. Para no pasar vergüenza, ¿vio?

Pero el Opa es el Opa y no todo el mundo es el Opa. Por ejemplo, una presentadora de televisión con apellido bovino, se olvidó de esa precaución elemental al momento de mentar a una persona célebre. La presentadora lamentó, al aire, la muerte de William Shakespeare, el fotógrafo, refiriéndolo como al referente de la literatura de habla inglesa, claramente un título que le cabe a William Shakespeare, el escritor del siglo XVII. El Opa no deja de reconocer el enorme talento que requiere arribar a una confusión tan espantosa, pero trata de ir un poco más allá. Se pregunta, compungido, por la impunidad de los presentadores de televisión. Por esa liviandad con la que se permiten regodearse en la ignorancia y la estupidez, alardear de su incapacidad para dedicar un minuto a chequear lo que están a punto de decirle a audiencias que se toman en serio lo que van a decir. Y el Opa habla de impunidad porque esos episodios lamentables terminan generalmente sin ninguna consecuencia: se pueden permitir sacudirse sus animaladas como si se sacudieran la caspa de la hombrera del saco, así sin siquiera pensarlo. Cositas menores: confundir a William Shakespeare con William Shakespeare.

No siempre ocurre así, conviene recordarlo. En estos días han vuelto a echar de su trabajo a un conocido extorsionador de la Comarca que ha utilizado como modus operandi su programa de televisión. Este hombre, cuyo apellido comparte casi todas las letras de la palabra “mendaz”, se ha dedicado durante años a elucubrar maniobras en las que hacía entrar a ciertos incautos en una red de confesiones más o menos delictuales, las cuales registraba en secreto. Cuando los incautos pagaban, las imágenes se ocultaban. Cuando no pagaban, se transformaban en la carne de la pantalla de la televisión local, exhibiendo sus miserias orbi et orbe sin haber podido dar su consentimiento o negarlo. Claro, el interés público en que se conozcan los delitos de los funcionarios ídem justificaba que una cámara oculta exhibiera a un funcionario menor refiriendo algún negociado, exigiendo algún soborno.

Aquel circo infame contaba con el respaldo del jefe del extorsionador, las autoridades kirchneristas de la universidad de la Comarca que se regodeaban en el daño que su caniche con cámaras le causaba a distintos actores de la política local. El Opa no va a defender a ninguno de dichos actores, casi todos muy justamente vilipendiados luego de que se exhibieran sus miserias. Sólo va a enfatizar el carácter utilitario de esa televisión basura que se sirvió durante años de periodistas de baja estofa para el servicio innoble de la política sucia de la Comarca. Cuando lo despidieron aquella vez, fue porque sus métodos impúdicos fueron difundidos por un ex-empleado harto de los maltratos, y se había vuelto tan indefendible que su expulsión fue apenas el mal menor.

Se dirá, con razón, que el Opa compara a una mera ignorante, a una joven bruta, con un extorsionador. Es justa la crítica. La primera merece dedicarse a cualquier otro trabajo antes que seguir al frente de una cámara de televisión, contaminando a espectadores que ya tienen demasiada miseria en su vida cotidiana. El otro, el que extorsiona con una camarita oculta, merece conocer de cerca el funcionamiento del aparato judicial, y finalmente las instituciones penitenciarias de la Comarca. Luego de un juicio justo, claro está, con todas las garantías que el delincuente jamás les permitió a sus inopinadas víctimas.