“Sigan
ideas, no sigan a hombres. Los hombres pasan, las ideas quedan y se
transforman en antorcha que mantiene viva a la política
democrática.”
Raúl
R. Alfonsín, ex-presidente.
“La
corrección política es una enfermedad degenerativa que carcome
lentamente las neuronas. Se empieza por hablar blando y se termina
pensando blando. O al revés, no estoy muy seguro.”
Mr.
Bugman, bicho.
El
Opa ha tenido en estos días varios encontronazos con el populismo en
distintos envases y proporciones térmicas. Ha comprendido que su
epidermis imprecisa tolera cada vez menos esa costumbre de agitar
banderitas como orates, mientras una banda de orangutanes de pechera
te bolsiquea y te chamuya al oído. Ha amanecido en él que los
populismos son una afrenta a la dignidad individual y a la
inteligencia colectiva: nos sometemos de a uno para conformar un
pueblo idiota.
Cuando
discute sobre el populismo se le vienen a la mente varias
definiciones y ejemplos. Un ilustre amigo del Opa ha sostenido que
consiste en la voluntad de no pagar los gastos de la fiesta. Agrega
el Opa: de creerse con un derecho divino a no pagar los gastos de la
fiesta. Una colectivización de la resaca y las multas del consorcio,
aún para el vecino que no fue a la fiesta porque al otro día se
levantaba a laburar a las 7.
Piensa
en el culto a la imagen, y rápidamente se atropellan en su mente
simple las contradicciones de la Patria Grande: el presidente de
Costa Rica ha ordenado eliminar los retratos de los presidentes, y
prohibió el culto a su propia personalidad. Mientras tanto, acá, la
presidenta Fernández de Neón propone gigantografías de dos ex
presidentes, dos líderes populares: don Hipólito Yrigoyen y el
coronel Juan Domingo Cangallo. Uno de ellos ha derrocado al otro y ha
inaugurado la saga sangrienta de los golpes de estado en la Comarca:
la invasión de los Marcianos en 1976 reconoce su intento inaugural
en aquél frío 6 de septiembre de 1930. También el coronel se ha
apropiado de parte de su legado, implementando las políticas
sociales que el otro no pudo poner en marcha porque lo impedían los
mismos conservadores nazionalistas que luego formarían parte del
gobierno del coronel.
Aún
hoy, sarracenos y pleistocenos sufren cada publicidad oficial de
obras públicas con el consabido: “Gestión Fulano de Tal”, como
indicando que a ese puente, esa calle o ese lupanar lo ha regalado la
presidenta, el gobernador o el intendente. Como si no hubiera sido
pagado con los dineros de todos, como si de ese dinero no se hubiera
distraído al menos un 20% para lubricar sus carreras políticas.
Nobleza
obliga: el Opa tampoco se lleva bien con el culto a la imagen de
Alfonsín, que si estuviera vivo sacudiría coscorrones a diestra y
siniestra entre los militantes alfonsinistas, enojado con enojo de
gallego calentón porque en lugar de construir ideas siguen con los
cantitos del ´83: “volveremovolveremo...”
Además
del culto a la imagen, lo que caracteriza a esta insidiosa gripe
mental es la pretensión de los gobernantes de ponerse por encima de
las leyes. La idea de que la causa o el relato perdona todo,
justifica todo, y que la mera apelación al respeto por la ley es una
mariconería burguesa, pantuflera y buchona. Así, saquear un
frigorífico puede ser una “expropiación popular”, usurpar las
donaciones populares para los inundados puede ser una “expresión
de compromiso político”, robarse hasta la fábrica de billetes es
una “gestión para poner al servicio del pueblo la soberanía
monetaria”. Se han nacionalizado servicios enteros para ocultar y
borrar las pruebas de negociados infames, pero como después
compramos trenes nuevos que podemos mostrar por la tele, está todo
bien.
Hasta
la Madre más famosa ha dicho que está bien utilizar políticamente
esa fábrica de lubricar la mafia que es el “Fútbol para Todos”.
Los corruptos de afuera no son execrables por corruptos, sino por
contreras. Por enemigos. “¿Peronistas? Peronistas somos todos”,
dijo Cangallo.
El
populismo consiste en gobernar para el pueblo pero manteniéndolo
cuidadosamente apartado de cualquier toma de decisión: al Opa le han
dicho “¿y qué querés, que esto sea una asamblea ateniense?
Alguien tiene que mandar, si no les gusta ganen las elecciones.” Es
decir: nos importa tres cuernos lo que piensa el vecino de la vuelta,
pero en su nombre podemos decir lo que se nos cante. O lo que le
sirva al mandón de turno.
En
el mundo populista el que cuestiona algo es menos que un opositor:
apenas un mero “opo”, que es algo así como un Opa, pero de la
política. El populismo es buchón, porque patrulla ideológicamente
y etiqueta al que no se cuadra. El que se queja debe ser de Macri, o
de los Marcianos, o del “fracasadoquesefuenhelicóptero”: un
militante del bajón y el mal.
La
única forma de no ser caratulado de inmediato como un cipayo o algún
término más cruel es dando una catarata de explicaciones por las
que el Opa debe demostrar que no, que no se arrodilla ante el patrón
del mal ni repite lo que esputan sus diarios. Hay que hacer profesión
de fe progresista antes de decir “che, me parece que lo del
secuestro de los goles estuvo mal”. Hay que explicar que no, que la
corrupción no es una agenda de la derecha: por cada peso que algún
compañero se lleva del dispensario, el que se queda sin atención es
el pibe que es tan pobre que no puede pagar la clínica, y
paralelamente se enriquece algún Jaimovich, algún González, algún
Manzur.
El
populismo ablanda las mentes porque exige cuadrarse ante la versión
oficial, aunque la cambien cada diez minutos. Exige también la
veneración de semidioses paganos que ofician con fondos públicos y
que no admiten controles transparentes. Exigen una épica de la
resistencia: los millonarios súbitos que luchan contra el imperio.
Exigen aplastar cualquier hipótesis de deliberación seria, de
escuchar al que tiene algo incómodo que decirnos, de tomarnos en
serio lo que pueda decir, aunque no estemos de acuerdo.
El populismo exige
ponderar la sencillez de la presidenta cuando se presenta con su
perro y un peluche. Aunque la presidenta Fernández de Neón ha
abusado de la cadena nacional para cosas más idiotas.
No vas a volver a escribir mas?
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