jueves, 3 de julio de 2014

La Patria Populista

Sigan ideas, no sigan a hombres. Los hombres pasan, las ideas quedan y se transforman en antorcha que mantiene viva a la política democrática.”
Raúl R. Alfonsín, ex-presidente.

La corrección política es una enfermedad degenerativa que carcome lentamente las neuronas. Se empieza por hablar blando y se termina pensando blando. O al revés, no estoy muy seguro.”
Mr. Bugman, bicho.

El Opa ha tenido en estos días varios encontronazos con el populismo en distintos envases y proporciones térmicas. Ha comprendido que su epidermis imprecisa tolera cada vez menos esa costumbre de agitar banderitas como orates, mientras una banda de orangutanes de pechera te bolsiquea y te chamuya al oído. Ha amanecido en él que los populismos son una afrenta a la dignidad individual y a la inteligencia colectiva: nos sometemos de a uno para conformar un pueblo idiota.
Cuando discute sobre el populismo se le vienen a la mente varias definiciones y ejemplos. Un ilustre amigo del Opa ha sostenido que consiste en la voluntad de no pagar los gastos de la fiesta. Agrega el Opa: de creerse con un derecho divino a no pagar los gastos de la fiesta. Una colectivización de la resaca y las multas del consorcio, aún para el vecino que no fue a la fiesta porque al otro día se levantaba a laburar a las 7.
Piensa en el culto a la imagen, y rápidamente se atropellan en su mente simple las contradicciones de la Patria Grande: el presidente de Costa Rica ha ordenado eliminar los retratos de los presidentes, y prohibió el culto a su propia personalidad. Mientras tanto, acá, la presidenta Fernández de Neón propone gigantografías de dos ex presidentes, dos líderes populares: don Hipólito Yrigoyen y el coronel Juan Domingo Cangallo. Uno de ellos ha derrocado al otro y ha inaugurado la saga sangrienta de los golpes de estado en la Comarca: la invasión de los Marcianos en 1976 reconoce su intento inaugural en aquél frío 6 de septiembre de 1930. También el coronel se ha apropiado de parte de su legado, implementando las políticas sociales que el otro no pudo poner en marcha porque lo impedían los mismos conservadores nazionalistas que luego formarían parte del gobierno del coronel.
Aún hoy, sarracenos y pleistocenos sufren cada publicidad oficial de obras públicas con el consabido: “Gestión Fulano de Tal”, como indicando que a ese puente, esa calle o ese lupanar lo ha regalado la presidenta, el gobernador o el intendente. Como si no hubiera sido pagado con los dineros de todos, como si de ese dinero no se hubiera distraído al menos un 20% para lubricar sus carreras políticas.
Nobleza obliga: el Opa tampoco se lleva bien con el culto a la imagen de Alfonsín, que si estuviera vivo sacudiría coscorrones a diestra y siniestra entre los militantes alfonsinistas, enojado con enojo de gallego calentón porque en lugar de construir ideas siguen con los cantitos del ´83: “volveremovolveremo...”
Además del culto a la imagen, lo que caracteriza a esta insidiosa gripe mental es la pretensión de los gobernantes de ponerse por encima de las leyes. La idea de que la causa o el relato perdona todo, justifica todo, y que la mera apelación al respeto por la ley es una mariconería burguesa, pantuflera y buchona. Así, saquear un frigorífico puede ser una “expropiación popular”, usurpar las donaciones populares para los inundados puede ser una “expresión de compromiso político”, robarse hasta la fábrica de billetes es una “gestión para poner al servicio del pueblo la soberanía monetaria”. Se han nacionalizado servicios enteros para ocultar y borrar las pruebas de negociados infames, pero como después compramos trenes nuevos que podemos mostrar por la tele, está todo bien.
Hasta la Madre más famosa ha dicho que está bien utilizar políticamente esa fábrica de lubricar la mafia que es el “Fútbol para Todos”. Los corruptos de afuera no son execrables por corruptos, sino por contreras. Por enemigos. “¿Peronistas? Peronistas somos todos”, dijo Cangallo.
El populismo consiste en gobernar para el pueblo pero manteniéndolo cuidadosamente apartado de cualquier toma de decisión: al Opa le han dicho “¿y qué querés, que esto sea una asamblea ateniense? Alguien tiene que mandar, si no les gusta ganen las elecciones.” Es decir: nos importa tres cuernos lo que piensa el vecino de la vuelta, pero en su nombre podemos decir lo que se nos cante. O lo que le sirva al mandón de turno.
En el mundo populista el que cuestiona algo es menos que un opositor: apenas un mero “opo”, que es algo así como un Opa, pero de la política. El populismo es buchón, porque patrulla ideológicamente y etiqueta al que no se cuadra. El que se queja debe ser de Macri, o de los Marcianos, o del “fracasadoquesefuenhelicóptero”: un militante del bajón y el mal.
La única forma de no ser caratulado de inmediato como un cipayo o algún término más cruel es dando una catarata de explicaciones por las que el Opa debe demostrar que no, que no se arrodilla ante el patrón del mal ni repite lo que esputan sus diarios. Hay que hacer profesión de fe progresista antes de decir “che, me parece que lo del secuestro de los goles estuvo mal”. Hay que explicar que no, que la corrupción no es una agenda de la derecha: por cada peso que algún compañero se lleva del dispensario, el que se queda sin atención es el pibe que es tan pobre que no puede pagar la clínica, y paralelamente se enriquece algún Jaimovich, algún González, algún Manzur.
El populismo ablanda las mentes porque exige cuadrarse ante la versión oficial, aunque la cambien cada diez minutos. Exige también la veneración de semidioses paganos que ofician con fondos públicos y que no admiten controles transparentes. Exigen una épica de la resistencia: los millonarios súbitos que luchan contra el imperio. Exigen aplastar cualquier hipótesis de deliberación seria, de escuchar al que tiene algo incómodo que decirnos, de tomarnos en serio lo que pueda decir, aunque no estemos de acuerdo.

El populismo exige ponderar la sencillez de la presidenta cuando se presenta con su perro y un peluche. Aunque la presidenta Fernández de Neón ha abusado de la cadena nacional para cosas más idiotas.

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