viernes, 12 de octubre de 2018

Les trosques impunes


“¡Acá no se rinde nadie!”, gritaban mientras se rendían. La caterva de energúmenos que ocupó el Pabellón Argentina, centro administrativo de la universidad histórica de la Comarca, sostuvo el puño en alto mientras se retiraban luciendo unas máscaras de papel para que no se les viera el rostro. Remedo patético de una serie famosa, la falta de originalidad ocultaba una urgencia mayor: evitar que pudieran identificarlos las autoridades judiciales que, luego de larga siesta, comprendieron que no podían demorar su intervención.
Salieron en fila, recuerda el Opa, luego de que los gremios  cristinistas que los apoyaban les suspendieran el catering, temerosos los gremios de quedar pegados a una operación política indisimulada y de obvia ilegalidad. Pensemos por un momento: un par de gremios, devotos defensores de la Faraona y acostumbrados a tener de rehenes a los habitantes de la Comarca, encontraron que la toma del Pabellón era ya tan escandalosamente ilegal e indefendible que no pudieron mantener su apoyo. Fue demasiado hasta para ellos, entusiastas partidarios de la violencia y el abuso.
Volvamos a los estudiantes y delincuentes comunes que usurparon el Pabellón. La mera lectura de sus reivindicaciones despojó toda duda acerca de sus intenciones, y hasta el Opa comprendió que no confrontaban con el gobierno nacional, sino con el Rector de la universidad. Le exigían sacrificar sus iniciativas más preciadas, aprobadas democráticamente por todos los órganos de la universidad, al altar de una mediocridad que se mide en conchabos y becas sin contraprestación. No luchaban contra el ajuste de Macri. Luchaban contra un rector al que no pueden ganarle con las armas de la democracia.
Vulgares ejecutores bobos de un Navarrazo de manual, su maniobra fue tan torpe que dejaron expuestos a sus titiriteros: varios decanos del universo K, un vicedecano trosquista y miserable, un juez militonto cuya demora configuró denegación de justicia, los susodichos sindicatos K, las agrupaciones K que muerden con rutina el polvo de la derrota. Todo eso fue la toma, su apoyo material y político, judicial y mediático. Pero fue tan vergonzante la claridad con la que quedó expuesta la maniobra que comenzaron a recular, uno a uno, esos actores soterrados. Los “juanes” de la toma quedaron aislados, sin Comisarios que garantizaran impunidad. Y finalmente se fueron. Y se fueron sin la anhelada foto de la Federal ejerciendo su funesta persuasión de tonfa y celular, sin poder emplastar un relato de víctimas que los emparente, siquiera por tilinguería narrativa, con otras víctimas serias de los tiempos del desprecio.
Tiempo después, cuando la necesidad de lavarse la cara impulsó al juez a averiguar los nombres para ponerle un DNI a ese intento de golpe, surgieron desde las cañerías del oportunismo los justificadores de la toma blandiendo su proterva indignación moral. Cruzados de un garantismo bobo que jamás justificó los ataques contra la democracia, se ofenden porque un juez amigo hace tarde, mal, y previsiblemente nunca, lo que debió haber hecho desde el minuto uno. Y por esas piruetas retóricas, es el Rector el destinatario de sus iras, y pretenden coaccionarlo para que repudie las imputaciones de sus mismos victimarios, para que cohoneste a la fosca turbamulta que pedía su cabeza. La pretensión idiota de los padrinos putativos de la toma le resultan al Opa igualitos a la de los varones violentos que se enfurecen contra la mujer que los denunció después de la enésima paliza, y con el mismo cinismo psicopateante exigen que “retire la denuncia”.
Una legisladora de la Comarca agrega más vergüenza, pretendiendo de la Legislatura que repudie la imputación a los usurpadores. Debería ser expulsada de su banca por inhabilidad moral, pero además, sostiene el Opa, por intentar avasallar el principio republicano de separación de los poderes públicos. La Legislatura diciéndole a un juez, en el caso concreto, lo que debe hacer y no hacer: sueño húmedo del estalinismo malamente reciclado.
Cuando el Opa recuerda que hay abogados y abogadas entre quienes defienden la toma, y esperan que tanto el Rector como los legisladores repudien el procesamiento, concluye que la Facultad de Derecho debió ser alquilada al zoológico para que la habiten especies menos inofensivas. Y entiende que el desprecio por la democracia liberal reconquistada en 1983 pertenece a los milicos y los frailes, pero también a juristas que sueñan reemplazar el Estado de Derecho por el Estado de Capricho. Triste “revival” de las tácticas de una generación tan propensa al mesianismo revolucionario como al saqueo de las cuentas públicas. Triste coherencia de cuatro décadas miserables, piensa el Opa: si matar estaba permitido en nombre de la “orga”, mirá si no va a estar permitido sabotear a una Universidad.
“Criminalizan la protesta”, mugirán ahítos de fervor revolú, persuadidos de engarzar en los argumentos que templara Gargarella defendiendo el primero de los derechos en una democracia. Pero la banalidad de sus reclamos los desnuda, porque si sólo dejáramos en pie aquello que el Rector sí podría hacer por estar dentro de sus facultades, nos encontraríamos con que apuntaban y apuntan al núcleo de su gestión, no a la del Presidente de la Nación, al Congreso, a la Legislatura de la Provincia, o a la Confederación de Bátmanes del Mercosur.
La “protesta” era decorativa. El Opa ha visto demasiado tilingo engatusado mintiendo con el dedito erguido como para creer por medio minuto en el discurso de defensa de la educación. Había otra cosa. Hay otra cosa. En los días que vengan las tristes huestes troscas intentarán mostrarse como víctimas perseguidas, ante el oportunismo de las tribus K en la Universidad y en la Comarca, recostándose cada vez más en el viejo principio liminar del Peornismo: “si no es mío, lo rompo”.
El Opa mira los lapachos en flor. Mira la primavera que recorre en silencio los claustros y los parques. Mira la vida que circula y crece en las aulas. Mira los debates y el silencio de los laboratorios donde el pueblo hace ciencia. Mira todo lo que está en peligro porque ilumina sobre la sombría mediocridad de los profesionales del resentimiento.