“¡Acá no se
rinde nadie!”, gritaban mientras se rendían. La caterva de energúmenos que ocupó
el Pabellón Argentina, centro administrativo de la universidad histórica de la
Comarca, sostuvo el puño en alto mientras se retiraban luciendo unas máscaras
de papel para que no se les viera el rostro. Remedo patético de una serie
famosa, la falta de originalidad ocultaba una urgencia mayor: evitar que
pudieran identificarlos las autoridades judiciales que, luego de larga siesta,
comprendieron que no podían demorar su intervención.
Salieron en
fila, recuerda el Opa, luego de que los gremios
cristinistas que los apoyaban les suspendieran el catering, temerosos los
gremios de quedar pegados a una operación política indisimulada y de obvia
ilegalidad. Pensemos por un momento: un par de gremios, devotos defensores de
la Faraona y acostumbrados a tener de rehenes a los habitantes de la Comarca,
encontraron que la toma del Pabellón era ya tan escandalosamente ilegal e
indefendible que no pudieron mantener su apoyo. Fue demasiado hasta para ellos,
entusiastas partidarios de la violencia y el abuso.
Volvamos a
los estudiantes y delincuentes comunes que usurparon el Pabellón. La mera
lectura de sus reivindicaciones despojó toda duda acerca de sus intenciones, y
hasta el Opa comprendió que no confrontaban con el gobierno nacional, sino con
el Rector de la universidad. Le exigían sacrificar sus iniciativas más
preciadas, aprobadas democráticamente por todos los órganos de la universidad,
al altar de una mediocridad que se mide en conchabos y becas sin
contraprestación. No luchaban contra el ajuste de Macri. Luchaban contra un
rector al que no pueden ganarle con las armas de la democracia.
Vulgares
ejecutores bobos de un Navarrazo de manual, su maniobra fue tan torpe que
dejaron expuestos a sus titiriteros: varios decanos del universo K, un
vicedecano trosquista y miserable, un juez militonto cuya demora configuró
denegación de justicia, los susodichos sindicatos K, las agrupaciones K que
muerden con rutina el polvo de la derrota. Todo eso fue la toma, su apoyo
material y político, judicial y mediático. Pero fue tan vergonzante la claridad
con la que quedó expuesta la maniobra que comenzaron a recular, uno a uno, esos
actores soterrados. Los “juanes” de la toma quedaron aislados, sin Comisarios
que garantizaran impunidad. Y finalmente se fueron. Y se fueron sin la anhelada
foto de la Federal ejerciendo su funesta persuasión de tonfa y celular, sin poder
emplastar un relato de víctimas que los emparente, siquiera por tilinguería
narrativa, con otras víctimas serias de los tiempos del desprecio.
Tiempo después,
cuando la necesidad de lavarse la cara impulsó al juez a averiguar los nombres
para ponerle un DNI a ese intento de golpe, surgieron desde las cañerías del
oportunismo los justificadores de la toma blandiendo su proterva indignación
moral. Cruzados de un garantismo bobo que jamás justificó los ataques contra la
democracia, se ofenden porque un juez amigo hace tarde, mal, y previsiblemente
nunca, lo que debió haber hecho desde el minuto uno. Y por esas piruetas
retóricas, es el Rector el destinatario de sus iras, y pretenden coaccionarlo
para que repudie las imputaciones de sus mismos victimarios, para que cohoneste
a la fosca turbamulta que pedía su cabeza. La pretensión idiota de los padrinos
putativos de la toma le resultan al Opa igualitos a la de los varones violentos
que se enfurecen contra la mujer que los denunció después de la enésima paliza,
y con el mismo cinismo psicopateante exigen que “retire la denuncia”.
Una
legisladora de la Comarca agrega más vergüenza, pretendiendo de la Legislatura
que repudie la imputación a los usurpadores. Debería ser expulsada de su banca
por inhabilidad moral, pero además, sostiene el Opa, por intentar avasallar el
principio republicano de separación de los poderes públicos. La Legislatura
diciéndole a un juez, en el caso concreto, lo que debe hacer y no hacer: sueño
húmedo del estalinismo malamente reciclado.
Cuando el Opa
recuerda que hay abogados y abogadas entre quienes defienden la toma, y esperan
que tanto el Rector como los legisladores repudien el procesamiento, concluye
que la Facultad de Derecho debió ser alquilada al zoológico para que la habiten
especies menos inofensivas. Y entiende que el desprecio por la democracia
liberal reconquistada en 1983 pertenece a los milicos y los frailes, pero también
a juristas que sueñan reemplazar el Estado de Derecho por el Estado de
Capricho. Triste “revival” de las tácticas de una generación tan propensa al
mesianismo revolucionario como al saqueo de las cuentas públicas. Triste coherencia
de cuatro décadas miserables, piensa el Opa: si matar estaba permitido en
nombre de la “orga”, mirá si no va a estar permitido sabotear a una
Universidad.
“Criminalizan
la protesta”, mugirán ahítos de fervor revolú, persuadidos de engarzar en los
argumentos que templara Gargarella defendiendo el primero de los derechos en
una democracia. Pero la banalidad de sus reclamos los desnuda, porque si sólo
dejáramos en pie aquello que el Rector sí podría hacer por estar dentro de sus
facultades, nos encontraríamos con que apuntaban y apuntan al núcleo de su
gestión, no a la del Presidente de la Nación, al Congreso, a la Legislatura de
la Provincia, o a la Confederación de Bátmanes del Mercosur.
La “protesta”
era decorativa. El Opa ha visto demasiado tilingo engatusado mintiendo con el
dedito erguido como para creer por medio minuto en el discurso de defensa de la
educación. Había otra cosa. Hay otra cosa. En los días que vengan las tristes
huestes troscas intentarán mostrarse como víctimas perseguidas, ante el
oportunismo de las tribus K en la Universidad y en la Comarca, recostándose
cada vez más en el viejo principio liminar del Peornismo: “si no es mío, lo
rompo”.
El Opa mira
los lapachos en flor. Mira la primavera que recorre en silencio los claustros y
los parques. Mira la vida que circula y crece en las aulas. Mira los debates y
el silencio de los laboratorios donde el pueblo hace ciencia. Mira todo lo que
está en peligro porque ilumina sobre la sombría mediocridad de los
profesionales del resentimiento.