martes, 29 de marzo de 2022

LA CONJURA DE LOS NECIOS

 

El Opa había decidido titular este post con el nombre de “La Conspiración de los Idiotas”, pero advirtió que tal era el título de una novela de Marcos Aguinis, impecable novelista y torpísimo comentarista político. Dicha novela, no sin mérito de su autor, relata los excesos del fanatismo religioso de épocas medievales. El Opa la ha leído en algún momento de su juventud, y ha quedado notoriamente impresionado por ella. Vale aclarar que, en su juventud, el Opa era particularmente impresionable por una exuberante variedad de cosas, incluyendo, desde luego, una novela magnífica sobre la ceguera mental producida por el fanatismo, esa exaltación del culto de una idea que conduce a males sin nombre.

Pero no era esa la novela que el Opa tenía en mente, sino otra, del magnífico y breve John Kennedy Toole, cuyo título ilustra este post. En esta otra obra, el protagonista es un hombre infantilizado por la protección de una madre notoriamente estúpida, egoísta y demandante, y que ha aprendido a manipular las insensateces de su madre para hacer lo que mejor le sale: nada. Este hombre, Ignatius O’Reilly, ha descubierto que si vocifera imprecaciones y vituperios al viandante desprevenido mientras le reclama cosas o acciones, éste asumirá que algo malo ha hecho y por lo tanto algo debe. De este modo, Ignatius psicopatea a quien tiene alrededor hasta hacerlos disculpar por las cosas que él, Ignatius, ha debido hacer y no ha hecho, o ha hecho cuando no debía. Pero siempre, en cualquier condición, obteniendo de ello alguna ventaja para sí. Ningún bobo, piensa el Opa.

¿Por qué el Opa ha traído a colación estas novelas? Acaso porque ilustren un estado de cosas que ocurren en la Comarca. Fíjese el lector, la lectora: el gobierno hace algo muy mal, lo que sea, cualquier cosa. Frente a ello, adopta una estrategia O´Reilly: vitupera a la oposición, o a los medios, o a las potencias extranjeras, o, en el colmo del delirio, a indiscernibles entes maléficos. Es sobre estos entes metafísicos sobre los que el Opa quiere escribir.

Hace pocos días el Presidente fue entrevistado por una periodista complaciente y banal. En la entrevista le preguntaron, con tibieza, sobre la inflación. El Opa asume que todos sus lectores conocen el triste récord hiperinflacionario de la Comarca, esa tara de la cultura económica que nuevamente parece comenzar a salirse de cauce arrollando a los ciudadanos de a pie. La inflación, ese drama enraizado en el déficit fiscal, la emisión descontrolada, y la improvisación económica. Es decir, en la mala praxis económica. Mala praxis, aclara el Opa por si fuera necesario, de quienes gobiernan la política económica de la Comarca. Es decir, el gobierno nacional.

En esa entrevista el Presidente dijo, sin que se le moviera un pelo del bigote, que “…hay diablos que hacen subir los precios, y lo que hay que hacer es hacer entrar en razón a los diablos…” Se alegará en su defensa que usó una metáfora estúpida, propia de sus más caras tradiciones, pero esa metáfora esconde precisamente lo que el Opa señala y vitupera: la necesidad de imputar a los demás las consecuencias de los actos propios. Porque los diablos que refiere son seguramente los empresarios de la Comarca, los que producen y venden los bienes que allí se consumen, y también se refiere acaso a los operadores que manipulan acciones y divisas a una escala que pueda impactar en la inflación. Ahora bien, en el resto del mundo conocido (salvo las dimensiones paralelas de Corea del Norte, Venezuela, y demás desvaríos) también hay empresarios que producen y venden, y operadores que especulan. Y a pesar de ellos no hay inflación, al menos al nivel psicodélico que denigra a la Comarca. Entonces hay que buscar en otro lado.

Sospecha el Opa, y acá abandona el misticismo para entrar en el plano conspiranoico, que el Presidente se refiere a elementos de su propio gobierno, comenzando por la Faraona Egipcia y sus adláteres. De otro modo no se entiende su balbuceo impreciso cuando le preguntan cuáles son las herramientas para “hacer entrar en razón a esos diablos”; farfulla gorgorismos ininteligibles que traicionan su voluntad de demostrar firmeza y claridad. Es débil, y oscuro. Los diablos no son entonces esos empresarios y esos especuladores.

Sospecha, como antes lo hizo su vocera, que la inflación es una “maldición”. Por lo tanto, la única solución compatible con semejante delirio místico del Presidente y su vocera es invocar la presencia de brujos, chamanes, exorcistas, taumaturgos, videntes y manosantas. Recuerda el Opa, con cierto espanto, que ya hubo un Brujo a cargo de Ministerios en la Comarca, cuyo conjuro infame sembró sus calles de muerte y horror. Aquel Brujo, mano derecha y ejecutora del General Juan Domingo Cangallo, también quiso aplicar emplastos místicos contra la inflación, pero ésta se lo terminó llevando puesto. Al menos pudo disfrutar de la impunidad, sello nobiliario de la oligarquia peornista.

Antes de cerrar este post, el Opa llama la atención al tratamiento que le dan al Presidente en la Televisión Pública. No pueden hablar de él sin tener que reprimir una sonrisa sardónica, la que uno le dedica al tío borracho que se deslengua en la cena de navidad. No lo toman en serio ni siquiera los operadores de prensa a los que les paga el puchero: se ha convertido en un meme también para ellos, y han comenzado una guerra solapada para terminar de desmoronarlo en sintonía con las necesidades de la Vice. Instinto de preservación: saben que va a caer y lo ayudarán a caer solo. Acaso asistamos, nuevamente, a otra despiadada guerra interna entre facciones peornistas, ese deporte fascista que termina con un país y un pueblo en el medio de una balacera cada vez menos simbólica, cada vez más injustificada, cada vez más delirante.

domingo, 20 de marzo de 2022

UCRANIA: UNA RECTIFICACIÓN

         En un post anterior el Opa había anticipado su pronóstico acerca de la invasión brutal y sangrienta de Ucrania a manos del último émulo exitoso de los genocidas del siglo XX, el presidente ruso. Había previsto, como casi todo el mundo, especialmente como casi todos los que saben más que el Opa, que la invasión sería rápida y efectiva, que en un par de días el ejército ruso estaría en la frontera con Hungría, y que este país se convertiría en un puente directo al corazón de Europa por obra y gracia de su Primer Ministro, notorio lobista de Putin (hoy cínicamente distanciado).

El Opa se equivocó. Suele hacerlo, pero esta vez no se siente reivindicado por compartir el error con mentes más formadas y estudiosas que la suya. No se esconderá detrás de tan notable compañía, si no que dirá, fuerte y claro, que se ha equivocado. Ha ocurrido otra cosa, más horrenda, pero a la vez maravillosa. Ha sucedido un escenario que tensionó los límites de la decencia, el coraje, el horror y la inmoralidad hacia horizontes impensados en este tiempo. Así de agudas son las contradicciones. Así de dramática es la vida en Ucrania hoy.

Lo que sucedió es por todos conocidos. Kiev no se rindió, y resiste heroicamente la agresión salvaje que sufre. Tanto su Primer Ministro, como su gobierno y el pueblo ucraniano entero, han plantado bandera en el suelo fértil de su dignidad y su autodeterminación, embrollando los planes de Putin hasta hundirlo en la frustración y el barro. Les han birlado a los rusos algunos de sus carísimos tanques de guerra, con la misma facilidad con la que el Braian levanta un Fiat Duna en Barrio Müller. Han encontrado, o construido, una enorme red internacional de solidaridad, frente a la infamia que tapiza el rostro innoble de Putin y sus acólitos.

Pero también siguen muriendo personas a manos llenas todos los días. El Opa registra el asedio de Mariupol, las bombas rusas en los hospitales y escuelas, los niños que no llegaron a ver el día siguiente, los ancianos que creyeron que podrían olvidar el horror vivido décadas antes, todo para nada, todo para esto… Mariupol ha recibido un ultimátum del asesino. Ha conminado a la ciudad a rendirse, o a ser aniquilada. Escenas semejantes se replican en todo el territorio ucraniano.

Pero Kiev no ha caído. Y por lo tanto Europa, la Europa civilizada, todavía puede mirar el conflicto como algo que no le ha costado muertos propios. Ayuda, es cierto, con asistencia humanitaria a los refugiados y con pertrechos militares, con esfuerzos diplomáticos y “efectividades conducentes”. Pero todavía las bombas caen lejos, solo en Ucrania. El sentido común o la prudencia indican que un mayor compromiso de la OTAN o de cualquier otra entidad será una excusa para que Putin aplique su furia y sus misiles contra otros países y otros pueblos.

El Opa comprende el cálculo: al frente hay un genocida esperando la oportunidad para apretar el botón rojo. Pero también ejerce un resabio de memoria histórica que ha permanecido por su propia formación profesional, y entonces recuerda que cuando Hitler anexó los Sudetes la Europa civilizad tampoco quiso entrometerse, hasta que el costo humano de soslayar a un genocida hizo imposible seguir mirando para otro lado. O, mejor dicho, cuando don Adolfo comenzó a tocar a sus puertas. En síntesis, que lo que se hizo en 1945 se debió hacer en 1939. Pero bueno, el Opa está lejos y no siempre entiende.

Está lejos, pero no ajeno, porque tiene amigos, y tiene familia que están en el centro mismo de ese infierno y también en sus adyacencias. En Ucrania, y también en otros países cercanos. Y conoce bien que esas gentes, esos pueblos, no quieren volver a ser vasallos de un imperio sanguinario. Aspiran a la módica posibilidad de una vida en democracia, a una libertad imperfecta, al sueño emancipatorio de pertenecer a una Europa pacífica y ordenada. Porque ya han vivido, y padecido, durante generaciones, la opresión y la violencia del imperialismo ruso. Negarles esa posibilidad, esa aspiración a una normalidad relativa, es negarles la condición humana, el derecho de autodeterminarse como pueblo. Es cosificarlos para que otras potencias decidan sobre su vida y su muerte, sobre la plausibilidad misma de su existencia.

Están en peligro los amigos y la familia del Opa. Y por eso el Opa no puede ser mesurado ni equidistante, ni tiene la menor intención de buscarle la quinta pata al gato. Es por eso que no va a ahorrarse improperios contra los resentidos de ayer, los que en su juventud jugaron al bolchevismo mesiánico y justificaron atrocidades, y que ahora reproducen las mentiras abyectas de energúmenas como Sandra Russo, notoria psicótica. Esa generación que cuando conquistó el poder no dejó trapisonda por hacer, y son los responsables de la pobreza de la Comarca, de la injusticia de la Comarca, de la violencia de la Comarca. El Opa tampoco va a ahorrarse vituperaciones con los resentidos de hoy, que amoldaron sus taras a un relato delirante y falaz que sólo puede existir en libros infantiles y en Página12. Esos que aplauden, solapadamente o no, el genocidio en marcha, que se encubren en un “parece”, en un “es más complejo”, en un “no hay que creerles a los grandes medios”, son los cómplices necesarios para que esta pesadilla ocurra. Y como esta pesadilla ocurre, e involucra a gente que existe en la vida del Opa, éste no está dispuestos a guardar los modales: los considera, unánimemente y sin beneficio de inventario, una manga de hijos de puta.

Mañana será lunes. Mientras el Opa camine las calles de la Comarca, súbitamente bendecidas por un otoño temprano, recordará que en Mariupol, en Kiev, pero también el Prishtina, en Budapest, en Bratislava, sus amigos, su familia, estarán mirando el cielo, rogando que un señor delirante no decida obliterarlos con su megalomanía de pito chico, con su geopolítica soviética y delirante. El Opa no reza, entre otras cosas porque ninguna religión ha detenido jamás ninguna guerra (más bien las han justificado la mayoría de las veces), pero estará también mirando el cielo agrisado o no, tratando de encontrarse allí con esas personas que nacieron con el vecino equivocado.