En realidad, tampoco es esa la conexión. No es esa
presentadora. Es otra. El punto en común es la impunidad con la que se pueden
decir cosas desde la televisión, ya sea furcios de proporciones bíblicas, o
teorías conspirativas sobre la existencia de las pandemias, o invadir la
privacidad de personas más o menos execrables. Claro, objetará el lector, los
primeros son prácticamente inocuos, mientras las otras son un problema serio de
la razón y la política democrática. El Opa se circunscribe a los furcios, al menos
por ahora.
Resulta que ha muerto William Shakespeare. El señor
llegó a la fama por haber sido el primer hombre en ser vacunado contra el COVID-19
en el Reino Unido, su país de origen. Fotógrafo de profesión, había trabajado
en Rolls Royce y en un par de instituciones del lugar donde vivió. No se conoce
que haya escrito mucho más que sus declaraciones impositivas, y acaso alguna
carta de amor en los ajetreados sesentas que sirvieron de contexto a su
adolescencia. Bien mirado, la época sugiere que acaso pudo haber escrito alguna
proclama revolucionaria, lo cual es perfectamente compatible con terminar
trabajando para el símbolo máximo del capitalismo global. Pero, insiste el Opa,
el hombre definitivamente no era escritor.
A pesar de su nombre, que coincide, no por casualidad,
con el de otro William Shakespeare, robustamente más conocido que él, y que
vivió hace unos cuatro siglos. Y murió, huelga decirlo, hace unos cuatro
siglos. Este otro William, el primero en orden cronológico, fue uno de los
fundadores de la literatura inglesa, dejando para la posteridad obras que hasta
el Opa ha tenido al alcance de la mano. Romeo y Julieta, Hamlet, Sueño de una noche
de verano, son las que le vienen de inmediato a la mente. Si tuviera que
enfrentarse a una cámara o a un micrófono para hablar sobre ese hombre y su obra, el Opa acudiría
de inmediato a, digamos, Wikipedia. Para no pasar vergüenza, ¿vio?
Pero el Opa es el Opa y no todo el mundo es el Opa.
Por ejemplo, una presentadora de televisión con apellido bovino, se olvidó de
esa precaución elemental al momento de mentar a una persona célebre. La presentadora
lamentó, al aire, la muerte de William Shakespeare, el fotógrafo, refiriéndolo
como al referente de la literatura de habla inglesa, claramente un título que
le cabe a William Shakespeare, el escritor del siglo XVII. El Opa no deja de
reconocer el enorme talento que requiere arribar a una confusión tan espantosa,
pero trata de ir un poco más allá. Se pregunta, compungido, por la impunidad de
los presentadores de televisión. Por esa liviandad con la que se permiten
regodearse en la ignorancia y la estupidez, alardear de su incapacidad para
dedicar un minuto a chequear lo que están a punto de decirle a audiencias que
se toman en serio lo que van a decir. Y el Opa habla de impunidad porque esos
episodios lamentables terminan generalmente sin ninguna consecuencia: se pueden
permitir sacudirse sus animaladas como si se sacudieran la caspa de la hombrera
del saco, así sin siquiera pensarlo. Cositas menores: confundir a William
Shakespeare con William Shakespeare.
No siempre ocurre así, conviene recordarlo. En estos
días han vuelto a echar de su trabajo a un conocido extorsionador de la Comarca
que ha utilizado como modus operandi su programa de televisión. Este hombre, cuyo
apellido comparte casi todas las letras de la palabra “mendaz”, se ha dedicado
durante años a elucubrar maniobras en las que hacía entrar a ciertos incautos
en una red de confesiones más o menos delictuales, las cuales registraba en
secreto. Cuando los incautos pagaban, las imágenes se ocultaban. Cuando no
pagaban, se transformaban en la carne de la pantalla de la televisión local,
exhibiendo sus miserias orbi et orbe sin haber podido dar su
consentimiento o negarlo. Claro, el interés público en que se conozcan los
delitos de los funcionarios ídem justificaba que una cámara oculta exhibiera a
un funcionario menor refiriendo algún negociado, exigiendo algún soborno.
Aquel circo infame contaba con el respaldo del jefe
del extorsionador, las autoridades kirchneristas de la universidad de la
Comarca que se regodeaban en el daño que su caniche con cámaras le causaba a
distintos actores de la política local. El Opa no va a defender a ninguno de
dichos actores, casi todos muy justamente vilipendiados luego de que se exhibieran
sus miserias. Sólo va a enfatizar el carácter utilitario de esa televisión
basura que se sirvió durante años de periodistas de baja estofa para el servicio
innoble de la política sucia de la Comarca. Cuando lo despidieron aquella vez,
fue porque sus métodos impúdicos fueron difundidos por un ex-empleado harto de
los maltratos, y se había vuelto tan indefendible que su expulsión fue apenas
el mal menor.
Se dirá, con razón, que el Opa compara a una mera
ignorante, a una joven bruta, con un extorsionador. Es justa la crítica. La
primera merece dedicarse a cualquier otro trabajo antes que seguir al frente de
una cámara de televisión, contaminando a espectadores que ya tienen demasiada
miseria en su vida cotidiana. El otro, el que extorsiona con una camarita oculta,
merece conocer de cerca el funcionamiento del aparato judicial, y finalmente
las instituciones penitenciarias de la Comarca. Luego de un juicio justo, claro
está, con todas las garantías que el delincuente jamás les permitió a sus
inopinadas víctimas.