miércoles, 2 de junio de 2021

LA SONRISA DE LOS DINOSAURIOS

  Este post del Opa no hablará de los dinosaurios. Menos, de la sonrisa de los dinosaurios. Apenas los ha mentado en el título para poner al lector en la frecuencia que juzga adecuada para comprender el tema de hoy. Se preguntará el lector qué tienen en común los dinosaurios y Shakespeare, William. La pregunta es pertinente, juzga el Opa, porque la conexión es tenue, rubia, y usa animal print. ¿Recuerda el lector cuando una famosa presentadora de televisión de la Comarca, enterada sobre el hallazgo de un huevo de dinosaurio, preguntó si el susodicho dinosaurio estaba vivo? Bueno. Esa es la conexión.

En realidad, tampoco es esa la conexión. No es esa presentadora. Es otra. El punto en común es la impunidad con la que se pueden decir cosas desde la televisión, ya sea furcios de proporciones bíblicas, o teorías conspirativas sobre la existencia de las pandemias, o invadir la privacidad de personas más o menos execrables. Claro, objetará el lector, los primeros son prácticamente inocuos, mientras las otras son un problema serio de la razón y la política democrática. El Opa se circunscribe a los furcios, al menos por ahora.

Resulta que ha muerto William Shakespeare. El señor llegó a la fama por haber sido el primer hombre en ser vacunado contra el COVID-19 en el Reino Unido, su país de origen. Fotógrafo de profesión, había trabajado en Rolls Royce y en un par de instituciones del lugar donde vivió. No se conoce que haya escrito mucho más que sus declaraciones impositivas, y acaso alguna carta de amor en los ajetreados sesentas que sirvieron de contexto a su adolescencia. Bien mirado, la época sugiere que acaso pudo haber escrito alguna proclama revolucionaria, lo cual es perfectamente compatible con terminar trabajando para el símbolo máximo del capitalismo global. Pero, insiste el Opa, el hombre definitivamente no era escritor.

A pesar de su nombre, que coincide, no por casualidad, con el de otro William Shakespeare, robustamente más conocido que él, y que vivió hace unos cuatro siglos. Y murió, huelga decirlo, hace unos cuatro siglos. Este otro William, el primero en orden cronológico, fue uno de los fundadores de la literatura inglesa, dejando para la posteridad obras que hasta el Opa ha tenido al alcance de la mano. Romeo y Julieta, Hamlet, Sueño de una noche de verano, son las que le vienen de inmediato a la mente. Si tuviera que enfrentarse a una cámara o a un micrófono para hablar  sobre ese hombre y su obra, el Opa acudiría de inmediato a, digamos, Wikipedia. Para no pasar vergüenza, ¿vio?

Pero el Opa es el Opa y no todo el mundo es el Opa. Por ejemplo, una presentadora de televisión con apellido bovino, se olvidó de esa precaución elemental al momento de mentar a una persona célebre. La presentadora lamentó, al aire, la muerte de William Shakespeare, el fotógrafo, refiriéndolo como al referente de la literatura de habla inglesa, claramente un título que le cabe a William Shakespeare, el escritor del siglo XVII. El Opa no deja de reconocer el enorme talento que requiere arribar a una confusión tan espantosa, pero trata de ir un poco más allá. Se pregunta, compungido, por la impunidad de los presentadores de televisión. Por esa liviandad con la que se permiten regodearse en la ignorancia y la estupidez, alardear de su incapacidad para dedicar un minuto a chequear lo que están a punto de decirle a audiencias que se toman en serio lo que van a decir. Y el Opa habla de impunidad porque esos episodios lamentables terminan generalmente sin ninguna consecuencia: se pueden permitir sacudirse sus animaladas como si se sacudieran la caspa de la hombrera del saco, así sin siquiera pensarlo. Cositas menores: confundir a William Shakespeare con William Shakespeare.

No siempre ocurre así, conviene recordarlo. En estos días han vuelto a echar de su trabajo a un conocido extorsionador de la Comarca que ha utilizado como modus operandi su programa de televisión. Este hombre, cuyo apellido comparte casi todas las letras de la palabra “mendaz”, se ha dedicado durante años a elucubrar maniobras en las que hacía entrar a ciertos incautos en una red de confesiones más o menos delictuales, las cuales registraba en secreto. Cuando los incautos pagaban, las imágenes se ocultaban. Cuando no pagaban, se transformaban en la carne de la pantalla de la televisión local, exhibiendo sus miserias orbi et orbe sin haber podido dar su consentimiento o negarlo. Claro, el interés público en que se conozcan los delitos de los funcionarios ídem justificaba que una cámara oculta exhibiera a un funcionario menor refiriendo algún negociado, exigiendo algún soborno.

Aquel circo infame contaba con el respaldo del jefe del extorsionador, las autoridades kirchneristas de la universidad de la Comarca que se regodeaban en el daño que su caniche con cámaras le causaba a distintos actores de la política local. El Opa no va a defender a ninguno de dichos actores, casi todos muy justamente vilipendiados luego de que se exhibieran sus miserias. Sólo va a enfatizar el carácter utilitario de esa televisión basura que se sirvió durante años de periodistas de baja estofa para el servicio innoble de la política sucia de la Comarca. Cuando lo despidieron aquella vez, fue porque sus métodos impúdicos fueron difundidos por un ex-empleado harto de los maltratos, y se había vuelto tan indefendible que su expulsión fue apenas el mal menor.

Se dirá, con razón, que el Opa compara a una mera ignorante, a una joven bruta, con un extorsionador. Es justa la crítica. La primera merece dedicarse a cualquier otro trabajo antes que seguir al frente de una cámara de televisión, contaminando a espectadores que ya tienen demasiada miseria en su vida cotidiana. El otro, el que extorsiona con una camarita oculta, merece conocer de cerca el funcionamiento del aparato judicial, y finalmente las instituciones penitenciarias de la Comarca. Luego de un juicio justo, claro está, con todas las garantías que el delincuente jamás les permitió a sus inopinadas víctimas.