domingo, 27 de julio de 2014

Palestina

Luego de mucho tiempo el Opa vuelve a escribir, ahora sobre el conflicto en Medio Oriente, que es un tema que lo excede como tantos otros. Pero al Opa le gusta meterse en camisa de once varas, así que aquí estamos. Y de paso, agradecería que alguien le explique eso de las once varas de la camisa, que nunca entendió.
Para comenzar, el Opa concluye que lo que se vive en Palestina, y más específicamente en Gaza, es una limpieza étnica. Nos hemos acostumbrado a oír ese constructo en relación a las matanzas en los balcanes, o en África. Bueno, se puede decir que Israel se ha embarcado en una limpieza étnica: quiere limpiar de palestinos su área de influencia. Cuenta para ello con la colaboración de Hamas, empeñado en martirizar a su propio pueblo.
Al término de la segunda guerra mundial el mundo civilizado tenía mala conciencia por haber permitido y facilitado el Holocausto judío. Para redimirse le ofreció a los dirigentes sionistas un fragmento de tierra que según sus mandatos religiosos le pertenecían por ser el pueblo elegido. Es decir, según ellos, una entidad supranatural les dijo que ese lugar que se llamaba Palestina les pertenecía y debían instalar allí el nuevo Estado de Israel. Había un pequeño problema: Palestina estaba llena de palestinos.
Así que los nuevos propietarios fueron corriendo a los antiguos con la eficiente persuación de las balas y las bombas. Los palestinos no estaban tan de acuerdo, y se defendieron con más balas y más bombas.
Más cerca en la historia los palestinos votaron a Hamas, una fuerza política y militar, para que rigiera los destinos de ese país dividido en fragmentos dispersos. Hamas nació con el propósito, poco loable, de exterminar al Estado de Israel; pero en los últimos años todo parecía indicar que estaban de acuerdo en cancelar su programa de exterminio a cambio de la paz y de ciertas condiciones de soberanía.
El problema es que Hamas no tiene, ni tuvo, el monopolio de la violencia. Sucedió que otros grupos integristas islámicos siguieron combatiendo contra Israel, a pesar del esfuerzo (a veces) de Hamas por evitarlo. Hasta que Israel volvió a atacar a regiones palestinas, lo que a su vez llevó a Hamas a reasumir sus posiciones más extremistas.
Sabe el Opa que el mes pasado tres adolescentes israelíes fueron secuestrados y asesinados, y que Israel sostiene que los victimarios pertenecían a Hamas. En toda guerra la primera víctima es la verdad, por lo tanto cualquiera de estas versiones deben tomarse con extremo cuidado.
A partir de este crimen deleznable Israel comenzó una guerra contra Hamas. El problema es que Hamas se refugia en los intersticios de Gaza. En medio de su población civil jaqueada por las enfermedades y el hambre debido al bloqueo de Israel, que convirtió a la zona en un inmenso campo de concentración. Parece que hasta la ONU ha detectado armamento pesado en hospitales y escuelas de Gaza, comprado con los recursos destinados por la cooperación internacional para asistir a los palestinos. Los israelíes argumentan que siempre habrá víctimas civiles cuando ataquen una base de lanzamiento de misiles de Hamas, porque Hamas usa a su propio pueblo como escudo humano.
En alguna vida pasada el Opa ha escuchado jóvenes israelíes afirmando que si mueren niños palestinos es por culpa de Hamas, que se esconde en la guardería. El Opa encuentra que este argumento es profundamente cínico, psicópata y sádico. Es como afirmar que uno puede fajar a la esposa, y que la culpa es de ella porque cocinó mal los panqueques. Sabe el Opa que hay gente así en la Comarca. Pero estos otros ñatos son más peligrosos, porque matan gente.
Explicaremos de nuevo: un fulano del ejército israelí dispara un misil que mata 9 chicos y 12 adultos, de los cuales 3 eran soldados de Hamas. La culpa de las muertes no es del fulano, ni siquiera de los tres soldados, sino de Hamas, como una entidad grisácea e indeterminada. Y en definitiva, de todos los palestinos que votaron a Hamas.
¿Podría Hamas abandonar las poblaciones civiles para evitar que masacren a su pueblo? Es difícil, porque hablamos de un territorio de once kilómetros de ancho por cincuenta y uno de largo que alberga a casi tres millones de habitantes, aunque cada vez son menos (los habitantes, no los kilómetros). Para que se entienda, es un 62,5% de la superficie del égido urbano de Córdoba (contando la Isla de los Patos), con el doble de su población. No hay mucho lugar para esconderse.
Pero además campea la certeza de que aún si se amontonaran todos los de Hamas en, digamos, algo así como la Isla de los Patos para poder eliminarlos tranquilamente, aún así Israel seguiría bombardeando escuelas y hospitales, casamientos y cumpleaños. Porque hay, en el lado israelí, esa patológica transferencia de la responsabilidad por el daño causado, esa voluntad de destrozar palestinos y culparlos de su muerte. Recientemente una diputada dijo que habría que matar a las mujeres palestinas, así no procrean más terroristas. Para los lectores bienpensantes, imaginen si eso lo dijera Putin sobre las ucranianas, o la Thatcher sobre las irlandesas.
Lo cierto es que ambas partes han decidido deshumanizar al otro, convertirlo en un objetivo bélico que se puede convertir en guiñapos sanguinolentos, en cruces estadísticas. Pero los palestinos están encerrados en su tierra, sin poder salir, y con Hamas a esta altura como una mera excusa. Campea en Israel la idea de que la paz sólo llegará cuando hayan exterminado hasta al último palestino.
Y eso, mis amigos, es limpieza étnica. Y eso, en la Comarca, se llama genocidio.





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