lunes, 20 de octubre de 2014

La cadena del desánimo

Don Jorge Luis Borges, que lo tenga en su gloria el Dios de los ateos, decía que a la historia le gustan las simetrías, y puesto a buscar en ellas el Opa las encuentra a raudales, y de las más variadas. El Opa ya ha referido en algún momento a la curiosa simetría entre el gobierno de la presidente María Estela Fernández de Neón y el de otra María Estela, esta vez Martínez de Perón. Para no abundar en errores y repeticiones, a la segunda (la original) la llamaremos simplemente “Isabelita”, tal su nom de guerre.
En esta oportunidad el Opa vuelve a recurrir a un librito curioso que se empeña en empañar el relato. Se trata de “Un enemigo para la nación”, y para tristeza de los militantes oficialistas no se refiere a Página 12, ni plantea las historias de un gendarme justiciero que salta sobre el parabrisas de Bartolomé Mitre.
En ese librito la autora cuenta cómo el gobierno de Isabelita clausuró un diario por difundir un brote de sarampión; y a otro diario comunista por “infundir el desánimo y así colocarse al servicio de la subversión, el desorden y el delito.” Este último diario venía publicando las atrocidades que cometía la Alianza Anticomunista Argentina, ese club selecto donde los ministros peronistas y sus matones jugaban al tiro al blanco usando como ídem personas mayormente vivas.
Desde luego, hay un salto muy largo entre usar el latiguillo del desánimo para incautar diarios y vituperar periodistas; y volarles las redacciones con los periodistas adentro. No es lo mismo una filípica por cadena nacional que las razones de trotyl y gelamón que se usaban antes. Tampoco que los sindicalistas matones bloqueen la salida de los camiones que distribuyen diarios, a que usurpen los talleres a punta de ametralladora. En esas cosas han cambiado un poco en la Comarca. Diríamos que se han civilizado, y hoy les basta con intervenirlos con leyes ad-hoc y un batallón militante de agentes de la AFIP.
Recuerda el Opa que en aquel relato setentista el Ministro del Interior negaba la existencia misma de los distinguidos contertulios de las AAA, y afirmaba que las bombas y asesinatos eran perpetrados por los mismos izquierdistas que se masacraban alegremente entre ellos. Es algo así como la versión original del “algo habrán hecho”, o del “se mataron un montón porque todos quieren viajar en el primer vagón”, o del “se hacen los héroes viajando colgados de los estribos del tren”.
La negación de la realidad termina prohijando esas ridículas flatulencias del lenguaje, en las que el peso de las cosas que se quieren ocultar termina resquebrajando el andamiaje bobo de un relato mentiroso. Las cosas ocurren, y querer negarlo es tentar a la suerte para que se descargue insolente como la realidad misma. Esto era así en 1974, en el 2012 o en 2014.
Es cierto que los mercaderes de la información juegan a prestidigitadores de la suerte de países enteros, pero es un juego que la presidenta de la Comarca ha jugado siempre, con saña y alevosía. Le ha ido bien, y le ha ido mal. Ha jugado, junto a su difunto marido, a construir un monopolio de diarios, televisión, radio y palomas mensajeras. Pero cuando creían que iban a poder apropiarse de ese conglomerado, como se apropiaron de media Patagonia, el tiro les salió por la culata porque el dueño no les entregó las acciones que pretendían. Le armaron un gigante peligroso a un tipo particularmente peligroso.
Pero aún así, nota el Opa, cada tanto lo encañonan en alguna calle de la Comarca, cada tanto un tren se estrola, cada diez minutos aumentan los precios y se destapa una olla. También, cada tanto se pierden “casualmente” los expedientes que incriminan a un vicepresidente, pero esas cosas no llaman la atención de la presidenta.
Se pregunta el Opa sobre esta curiosa tentación de manipular la verdad y las verdades. Entonces el Opa reacciona: ¡es la genética, estúpido!

Forma parte del ADN populista la costumbre de manipular la realidad. De rebajar cualquier hecho a un panfleto o una diatriba. ¿Se puso en órbita un satélite? ¡Eso muestra nuestro destino iluminado, de nuestra marcha sin querellas por las calles de la felicidad! De la mano de la presidenta, claro, porque ella lo quiso así. No importa si, como el Torino, fue una feliz articulación de elementos extranjeros. Tenemos un satélite que es 100% argentino y somos los mejores del mundo gracias a Ella. Si se le pincha una rueda, será culpa de Magnetto, y su cadena del desánimo.

lunes, 6 de octubre de 2014

Cascoteo nacional y popular

El Opa, se ha indicado, suele dedicar parte de su tiempo a ocupaciones lúdicas, como mirar las carreras por TV. También mira algunos programas, pero no tanto, la TV lo agota y le da tirria: se sabe que la calidad de la televisión en la Comarca es penosa y los periodistas del ramo no son mejores que los periodistas en general. Lo cual es decir poco, es decir, es decir mucho.
El tema es que supo de un episodio que lo ha llenado de vergüenza ajena y propia, y también mucha vergüenza nacional y popular. Resulta que del más recóndito rincón de la Comarca han expulsado a cascotazo limpio al equipo de un show inglés que viene a probar autos y molestar gente por los lugares más insólitos. El show se llama Top Gear, y existe hace décadas en esa isla brumosa de donde vienen los Beatles y el kidney pie. Hace unos días estaban en Ushuaia tratando de filmar parte de su programa, cuando se desató uno de los más insólitos temporales de imbecilidad que el Opa recuerde. Uno de los autos tiene una patente (H982FKL) que aparentemente sugería una conexión con las Islas Malvinas: se argumentaba que quería decir “1982 FalKLands”. Otros dos autos tenían cifras cercanas, o que si uno les daba vuelta uno de los números se parecía, o de alguna manera parecía indicar el número de muertos oficiales de ambos ejércitos contendientes.
Jeremy Clark, el conductor del programa, adora irritar a sus contertulios televisivos con comentarios racistas, homófobos y soberbios. En su show, el personaje del tipo es políticamente incorrecto y parece estar siempre buscando que le acomoden la dentadura a mamporros. Pero es su programa, y si uno no lo soporta puede cambiar de canal. O apagar el televisor.
Ahora, de algún modo, una horda de subnormales se enteraron de que Clark estaba llegando a Ushuaia y la emprendieron a pedradas contra el tipo, sus autos y sus equipos. Los “rescató” la policía, que los amenazó veladamente para que se fueran.
Como si la idiotez ambiente no fuera suficiente, el concejo deliberante de Ushuaia los declaró personas no gratas. A un programa de autos que miran 3 o 4 personas de esa ciudad. Luego, un par de legisladores sacaron pecho, camuflaron el sentido del ridículo, y propusieron en la Legislatura un desagravio. Ni siquiera han visto el programa, que a esta altura es lo de menos. Les dijeron que un grupo de ingleses andaban en unos autos cuya patente refería a las Malvinas “burlando la sensibilidad patriótica” y esas gansadas.
La producción del programa insiste en que la patente del auto es una mera casualidad, pero eso es irrelevante por dos razones, piensa el Opa. Primero, porque es el tipo de bromas que Clark hace todo el tiempo, y es demasiada coincidencia para tomarla en serio. Segundo, porque aún si fuera cierto que compraron ese auto justamente por la patente, sería insólito prohibirles a los tipos que lo usen en la Comarca.
Piensa el Opa que todos los populismos muestran la hilacha autoritaria cuando son objeto del sarcasmo y la burla. El humor, como lubricante cultural, es corrosivo con los que se toman a sí mismos demasiado en serio, y peor aún para los que son tan pobres de espíritu que tienen que vestirse de boato y solemnidad. La Patria, el sentir nacional, el antiimperialismo, esas excusas banales para el resentimiento y la mediocridad universal, no pueden ser jamás objeto de burla. Porque los que amontonan poder a cuenta de esas palabras grandilocuentes quedan expuestos, inermes en su estupidez, su avaricia y su mezquindad.
Pero como el populismo es una enfermedad contagiosa, basta con ver los comentarios en la calle y en los diarios. Montón de energúmenos felicitando a los orangutanes apedreadores (perdón oranguntanes), celebrando que echaron a pedradas a un grupo de ingleses que se divierten provocando gente, boqueando con gallardía de compadrito pitocorto que el cascoteo austral ha reivindicado nuestra “dignidá”.

Piensa el Opa en las banderitas, las cruces, las iglesias. En los uniformes y pecheras, en los cantitos y los bombos. Piensa en la liturgia gregaria de los símbolos populistas, inflados como un sapo frente al espejo. Piensa en el patrioterismo de los resentidos. Y se pregunta en qué planeta esas cosas han servido para algo, en qué lugar los padres Rigobertos y los carapintadas de ayer y hoy han guiado hacia puertos propicios los pueblos de la Comarca. La respuesta es nunca. La imbecilidad nunca ha dignificado a nadie.