domingo, 16 de septiembre de 2018

Pabellón Tomado


El Opa circula por la Comarca, transitando sus calles festoneadas de baches y los restos de un invierno que no sabe si terminar de irse antes de que lo arrolle la primavera. Camina el Opa, y llega hasta Ciudad Universitaria, donde tenía que hacer unos trámites. Para el que no conozca, Ciudad Universitaria es el campus de la universidad local, un puñado de hectáreas que balconean sobre la ciudad, a la que miran desde una loma. Esta ubicación puede ser cultural e idiosincrática, y no sólo topográfica. Pero no es eso lo que el Opa quiere compartir hoy.
Cuando llegó al Pabellón Argentina, el centro administrativo de la Universidad, se encontró con que estaba tomado. Había, hay, okupas. Una caterva de imberbes de ambos sexos ha tapiado las puertas vidriadas del acceso con afiches que son un muestrario de slogans setentosos. Piensa el Opa que si estos pibes se consideran a sí mismos una vanguardia iluminada, y entonces cobra fuerza el axioma de que las vanguardias suelen entretejerse con la decadencia. En este caso, cuatro o cinco décadas de decadencia. Clamores revolucionarios, apelaciones a un pueblo que no existe, pretensiones de legitimidad de origen dudoso. Ello, además del incordio de tener que responder el interrogatorio “cobani” de los susodichos okupas.
Soberbios hasta lo imposible, predeciblemente autoritarios, quienes tomaron el Pabellón se consideran depositarios de una verdad revelada que conduce a nueva empresa. Elitismo moral epistémico, con estribillos de la Bersuit.
Pregunta el Opa por la razón de la medida de fuerza. Le responden que es por el conflicto salarial de los docentes universitarios. El Opa, rascándose la cabeza, se pregunta si no es el mismo que ya se resolvió hace como diez días. Le dicen que sí, pero que ahora tienen otras reivindicaciones. Piden por el aborto legal, con el que el Opa está de acuerdo, pero que sospecha que no depende del rector de una universidad. Piden por la separación de la Iglesia y el Estado; es pública la tirria del Opa contra los frailes, pero no entiende qué tiene que ver con una toma de oficinas universitarias. Piden por la renuncia de un decano, que el Opa encuentra indigesto, pero que ha sido elegido democráticamente. Piden por la anulación de normas institucionales que la universidad ha aprobado con mayoría e incluso con unanimidad en sus cuerpos de gobierno. Se pregunta el Opa si no será mucho exigir que se desmantelen políticas decididas por los canales democráticos.
Hasta que el Opa entiende. Estos pibes desprecian a la democracia, que consideran burguesa y liberal y retardataria cada vez que no se pliega a sus caprichos de jipis con OSDE. Es decir, casi siempre. Con simétrico fervor, la democracia también los desprecia, puesto que sus partidos y tribus y agrupaciones difícilmente arañen más del 3% en cada elección. El pueblo los desprecia porque ellos desprecian al pueblo.
Y antes de que se acuse al Opa de insolente, recuerda a quiénes están dañando los muchachitos de la toma. En primer lugar perjudican a las comunidades que son asistidas por la universidad, es decir, al pobrerío que jamás pudo estudiar. En segundo lugar a los estudiantes que tratan de devolver al pueblo los frutos de su formación. En tercer lugar, a gente como el tipo que tiene la concesión del café, por ejemplo, un chancho burgués que le da trabajo a varios empleados, seguramente agentes todos ellos del imperialismo. Teme el Opa que les hayan confiscado revolucionariamente las pastafrolas y las bebidas.
También perjudican a los estudiantes que se han graduado, y que tendrán que recibir sus diplomas en algún teatro alquilado de apuro: justa retribución para quienes tuvieron el atrevimiento de estudiar y rendir sus exámenes. Se han suspendido también los eventos culturales que el Opa frecuentaba con fervor: ¿se atreverán a profanar con sus bombos baratos y sus redoblantes de cancha la Sala de las Américas, el lugar donde el Opa vio por primera vez a Spinetta? Teme por la suerte de los instrumentos de la orquesta universitaria: ¿los estarán usando para tocar canciones de La Renga?
Dañan a las autoridades legítimas de la universidad, sean o no del gusto del Opa, y a todos los laburantes administrativos que se desempeñan en esas oficinas. Pero en ningún caso dañan a las autoridades nacionales, que encabezan el ranking de sus villanos favoritos. Ni, desde luego, a Madame Christine Lagarde, que, como se sabe, a la gilada, ni cabida.
Después de preguntarles qué necesitan para levantar la toma, terminó, uno de ellos, respondiendo por lo bajo: “que vuelvan las becas como eran antes, ahora las controlan y te piden que estudies”. Como en cada reclamo encabezado por esta gente, la solución es una y siempre la misma: caja. Piden dinero público. Sin marcas ni numeración correlativa. Desde su peraltado discurso traído desde Sierra Maestra en el auto de papá, lo que piden quienes tomaron el Pabellón es una suma de fondos estatales para “sucsidiar la militancia” (sic).
Mientras levantan el dedito citando a Trotsky, los que se embanderan de lucha y revolución piden algo tan burgués como la apropiación de la renta sin hacer nada, verdaderos lúmpenes que medran sobre el esfuerzo del proletariado que labura.
El Opa se despidió sin poder hacer sus trámites, corroborando que tampoco volvería a tomarse un cafecito mientras espera un concierto, actividades ellas sospechosamente elitistas. No es función del Opa desmontar ese sainete irresponsable, pero piensa en el daño causado por un manojo de botarates execrados por la historia. Y se va rumiando el desconcerto entre los lapachos florecidos.