sábado, 31 de mayo de 2014

Abolir la Juventud Radical

El problema es el siguiente: a los jóvenes radicales les interesa un cuerno prepararse para ser útiles en la gestión, para servir para algo. Alcanza con aprender, con suerte, el discurso de Parque Norte y alguna frase célebre de “el Viejo”. Y a veces, ni eso.
Para ser justo, el Opa nota que algunos han comenzado a discutir temas importantes en los que los dirigentes “de mayores” han mostrado una incompetencia solamente comparable con su insensibilidad y su desorientación política, como las políticas de género y ambientales. Algo es algo, dirán. Pero no alcanza. Sobre todo cuando puede constatar que los jóvenes que se ocupan de estos temas pertenecen casi religiosamente a los sectores minoritarios del viejo partido. La mayoría, los que “conducen” los comités, suelen ser tan iletrados para estos temas como para cualquier otro.
Recuerda el Opa una charla que mantuvo con uno de ellos, ex presidente de la Juventud Radical. El Opa cuestionaba a un dirigente partidario que votó contra la ley de matrimonio igualitario anteponiendo sus visiones religiosas antes que la plataforma históricamente laica y liberal de la UCR. Este joven lo defendió aduciendo que el radicalismo era un partido conservador, “porque representa a la clase media que quiere conservar lo que tiene”. Lo cito con cierto pudor, tan profunda es la inanidad del concepto. Supo así que este joven (abogado él) acababa de cometer dos proezas intelectuales en una sola frase: redujo al radicalismo a la condición de partido “clasemediero”, y por lo tanto a la miserable suma de un 20% de los votos posibles; y les reescribió el libreto conservador a Edmund Burke, Thomas Hobbes y Winston Churchill.
Mientras, los seminarios y congresos sirven para que el 80% de los militantes vaya a emborracharse y tratar de “levantar minitas”, y que por lo tanto no estén en condiciones de participar sensatamente en ningún debate. Los congresos partidarios son, así, tiempo, dinero y esfuerzo perdido. Recuerda el Opa que en los '90 los que levantaban la mano para discutir eran siempre los mismos, un grupo de loosers que perdíamos tiempo escribiendo y discutiendo documentos mientras el resto se dedicaba a la guitarra y el “chamuyo”. No está mal hacerlo, cuando se tiene claro que la prioridad de esos encuentros es (o debería ser) la formación de cuadros, y que luego de completada la tarea uno podrá dedicarse al esparcimiento que más le interese. Pero la imposibilidad de tener cualquier panel antes de las 12 del mediodía habla de un desinterés agudo, o de algo más siniestro.
El Opa recuerda también los actos en la Casa Radical, a la que algunos grupos iban con bombos que hacían tronar justo cuando hablaban los dirigentes de otros grupos. El Opa lo escribirá nuevamente, para que se entienda: cuando el dirigente "A" estaba por comenzar su discurso, los jóvenes B-ístas (es decir, militontos generalmente rentados del dirigente "B") le entraban al bombo con rotunda energía. Desconoce el Opa si con ello pretendían impedir que se oiga la voz del dirigente "A", casi siempre enfrentado al dirigente "B". Pero la mera probabilidad de que ello ocurriera se le antojaba una muestra de fascismo de nivel inicial, torpe y estúpida, pero no por eso menos fascista. Se trataba de quitarle la palabra a otra persona, de silenciarla por la fuerza violenta de los bombos y redoblantes, la percusión idiota monótona de una banda de orates.
Aún cuando no se trataba de silenciar a nadie -es un suponer-, la mera idea de ponerse a tocar el bombo y el redoblante al Opa siempre se le antojó como una forma estúpida de subrayar la presencia propia (del grupo, no del Opa). Un estruendo sin contenido, aún más zonzo que los cantitos que el Opa desprecia por carentes de talento e imaginación, o por reivindicar un pasado que se desinfla cada vez que se lo mira con las lentes del presente. Alguna vez, para alguna campaña, fue el Opa en un Mehari atronando con un redoblante. Pocas veces se sintió tan estúpido e indigno.
Piensa el Opa que es un problema grande que un partido entretenga a adultos entre 18 y 30 años, a veces capaces y talentosos, en peleítas insípidas por la “conducción” de comités que apenas sirven como base para las campañas electorales. Semejante desperdicio de esfuerzos explica por qué desde el ´83 hasta la fecha la JR no ha sido capaz de proveer de cuadros interesantes que renovaran la política argentina. Ha provisto, sí, una larga lista de ineptos que cobran en los concejos deliberantes o en las legislaturas, tullidos políticos cuya gran aspiración suele ser la concejalía o el sueño más grande de todos: abrir un bar, o un café, para los tiempos de sequía.

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