viernes, 23 de mayo de 2014

La Belleza del Escándalo (Continuación)

Y cree el Opa que la prensa le ha hecho un favor inopinado al Alguacil, puesto que debido a la presión de la opinión pública los denunciados han tenido que renunciar a su cargos y marcharse (en principio) a sus casas. No sólo han dejado de cometer fechorías a cuenta del presupuesto de la Comarca, sino que también han dejado de cometer errores e inepsias en sus oficinas. Porque convengamos que está absolutamente mal que los funcionarios utilicen el estado como herramienta de enriquecimiento personal. Pero está casi igual de mal que sean inútiles incapaces de jugar con barro. Y la combinación de ambas cualidades ofrece un resultado que se parece mucho a la foto de la Comarca: una administración paralizada, sin liderazgo, sin proyecto, sin idea ni ideas, sin enfoque. Sin mística.
El Opa recorre la lista de las oficinas municipales y trata de encontrar alguna en la que pueda rescatarse algún proyecto, alguna iniciativa, alguna propuesta interesante y novedosa. En vano. Sólo en los últimos tiempos ha notado un proyecto educativo que tiene implicancias en cuestiones de integración social, pero ya volveremos sobre eso.
Algunas áreas son muy caras al afecto del Opa, y nota con tristeza que las designaciones en ellas han sido paupérrimas. Los nombres que ha puesto el Alguacil en la Secretaría de Derechos Humanos hablan de su desprecio por el área, por la temática, por su implicancia en la historia de la Comarca y la historia grande del partido al que pertenece el Alguacil. Que es el mismo partido al que pertenece el Opa.
Hubo allí un abogado a punto de jubilarse, que nunca entendió de qué iba la historia. Apenas su propia biografía lo ubicaba como sobreviviente de la invasión de los Marcianos, y aparentemente su condición lo dotaba, para el Alguacil, de los requisitos para ejercer ese cargo. Después del sacudón de cargos, terminó por jubilar al susodicho abogado, para nombrar allí al hijo de un político del partido, un señor que ha sido representante permanente en el Gran Consejo de la Comarca, reelecto una y otra vez. El hijo, actual funcionario de Derechos Humanos, padece de una ignorancia profunda y supina acerca del tema. El Opa recuerda sus cantitos en ocasión de su onomástico (del hijo de, no del Opa), en que el muchacho cantaba y cantaba que se iría de cabarets. La letra del cantito decía “vamo al campo rentaaado”, una y otra vez. En la jerga de la Comarca, ello significa pagar por sexo. Este muchacho ahora quiere intervenir en la lucha contra la trata de personas.

Decía antes que los funcionarios denunciados le han hecho al Alguacil el inmenso favor de apartarse y no enlodarlo aún más en una trama de denuncias, tribunales y rubias que saben demasiado. El Alguacil no hubiera podido sacárselos de encima de otro modo, porque además de ser amigos íntimos, esos otros hombres también sabían demasiado del Alguacil y sus entuertos.
Piensa el Opa que si fuera el Alguacil llamaría al periodista indiscreto para agradecerle. Le ha dado la oportunidad de ubicar en su gobierno a gente responsable, de intentar reconstruir la estructura mancillada de la administración de la Comarca. La oportunidad de arreglar los baches, y que las luces funcionen. Habrá que ver, el Opa concede un dejo de esperanza. La función de la Secretaria de Educación es esperanzadora: la chica ha estudiado afuera y trabajaba en los tribunales como cualquier hijo de vecino. Ya eso sólo la distingue nítidamente de la rotunda caterva de “hijos de” que rodea al Alguacil, portador él mismo de esa condición.
Por lo pronto no sabe el Opa si el Alguacil logrará terminar su mandato y podrá aspirar a ser reelecto o dirigirse a cumplir funciones en otra área. Aspirará (a) otras cosas, seguramente. Aspirará a terminar razonablemente bien su trabajo, y en lo posible no acabar en las mazmorras purgando sus fechorías y las de sus amigos. Pero nada de ello sería posible con sus amigos dando vueltas en los despachos, como funcionarios inconmovibles por obra y gracia de las complicidades adolescentes. Porque además de ladrones, los amigos del Alguacil son ladrones tontos: roban, y dejan los dedos marcados.

(Los ladrones de la Comerca son sofisticados, y no admiten chapuceros e improvisados, niños bian angurrientos de figuración y desesperados por un mango).

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