La frase no corresponde a
la famosa novela de Dalmiro Sáenz. Tampoco a las novelas que el Opa
urde en momentos de ocio. No es sino una forma de sintetizar un paso
que el radicalismo debe atreverse a dar de una vez por todas:
abandonar de una vez la cultura nostálgica y perdedora del ´83, esa
mal llamada mística militante. El Opa explicó por qué en su post
anterior. Ahora prosigue con su alegato solitario.
La participación de
Moreau en la caída de De la Rua está tan documentada como la de
Duhalde, y Alfonsín estuvo claramente al tanto. Cada uno podrá
explicarlo como le plazca: el Opa de la Comarca prefiere pensar,
compasivamente, que Alfonsín intentó un pacto de supervivencia de
la democracia en el que el duhaldismo era el mal menor, y una
alternativa válida para reconstituir Argentina de la mano de
Lavagna. Otros, memoriosos, recordarán los pactos del radicalismo
bonaerense con el duhaldismo, que le aseguraron la hegemonía
partidaria durante los ´90.
Después de propiciar la
estabilidad mediante renovados pactos con Duhalde y los Kirchner, el
alfonsinismo en sus diversas vertientes siguió conduciendo lo que
quedaba del partido. Una expresión que obtuvo un 2% de los votos en
2003, que presentó un candidato peronista en 2007, y que propició
un esperpento psicológico e ideológico en el 2011 con el hijo
balbuceante.
Lo dramático no es tanto
la conducta de una dirigencia cuyo único mérito constante fue
aplastar cualquier posibilidad de renovación partidaria. Al fin y al
cabo, el así llamado “radicalismo progresista” cumplió cada
paso de las oligarquías partidarias: la mayoría de sus miembros más
notorios se asociaron con empresas “del antipueblo”, se compraron
campos y bodegas mediante testaferros, nombraron a sus hijos inútiles
en los tribunales federales, y se convirtieron en voceros de los
mismos grupos y sectores que habían denostado décadas antes.
Cualquier parecido con el peronismo es mera coincidencia. Se
atornillaron en la cabina de mando de un partido agonizante que
siguió siendo una estupenda fuente de negocios.
Lo peor, sostiene el Opa.
es que convirtieron el radicalismo de cada provincia en un
conglomerado de feudos familiares que se alquila al sector del PJ que
los convoque primero al calorcito del poder y los nombramientos. Lo
convirtieron en un partido chico, un puñado de grises agrupaciones
provinciales, sin ideas ni militancia ni liderazgos. Kiosquitos rojos
y blancos. El alfonsinismo convirtió a la UCR en lo que juró
destruir en los lejanos '60.
Hasta ahí, todo
compatible con el manual de supervivencia de cualquier político
conservador y autointeresado.
Lo desconcertante,
además, son los cantitos. El Opa no logra explicarse qué es exactamente lo
motivador de cantar que volveremos como en el '83, una experiencia
fundacional de la democracia argentina pero que terminó en una
decepción enorme. Volver en un contexto de muerte, teniendo que
enfrentar un desafío del que no salimos airosos bajo casi ningún
punto de análisis. El Opa se pregunta: ¿volveremos para qué?
¿Tienen idea alguno de estos militantes de para qué quieren llegar
al gobierno? Para cambiar las cosas, le dirán. ¿Tienen idea de cómo
se hace para cambiar las cosas? No, le responderán con certeza,
iremos viendo sobre la marcha. Así nos fue en el '83, y así nos fue
en el '99. El Opa no quiere hablar sobre nuestras experiencias
municipales, por un rezago de piedad que aún conserva, y porque no
quiere desviarse del tema original.
La mística militante,
esa profesión de fe alfonsinista, jamás ha generado un sólo cuadro
de gobierno. Y no hay nada de progresista en una gestión llena de
inútiles incapaces de entender cómo se administra, digamos, un
hospital. El desprecio de la formación técnica y las capacidades de
gestión ha significado que los argentinos consideren a la UCR como
un partido incapaz de manejar razonablemente bien cualquier cosa que
tenga más de 100.000 habitantes. No es casual que a 30 años de
hegemonía alfonsinista no tengamos radicales en condiciones de
formar un gabinete serio. Ni hablar de armar un ministerio de,
digamos, Justicia. O de Salud, o de lo que quieran.
La vieja dicotomía entre
un partido de masas y un partido de cuadros ha resultado ser tan
falsa como casi todas las dicotomías. El Opa nota que no tenemos
masas militantes, mucho menos tenemos votos masivos, y tampoco
tenemos cuadros. No existe una cultura partidaria que premie el
estudio y la formación en un área determinada, porque de todos
modos las plataformas las escriben cuatro amigos de los candidatos
que no necesariamente son expertos en sus temas. Y porque si por
casualidad el radicalismo llega al poder tiende a continuar
opacamente los lineamientos de la gestión precedente, con inútiles
propios reemplazando los inútiles ajenos. Por piedad, nuevamente el
Opa no dará ejemplos.
No sabe el Opa si esta
cultura es propiamente alfonsinista. Talvez sea injusto sostenerlo.
Pero es claro que nadie conservó el poder partidario durante tanto
tiempo, ni le dio tanta importancia a “las ideas” y al debate, y
a la vez hizo todo lo posible para que ni las ideas ni el debate
comprometan la rosca indecente y folclórica. Nadie hizo tanto para
expulsar a los cuadros más interesantes y lúcidos de la UCR que
tenían demasiada dignidad para someterse a la línea dura del
alfonsinismo del padre o del hijo. Han vaciado el partido, e invocan
al Espíritu Santo.
Es acaso responsabilidad
del alfonsinismo que sus alternativas partidarias sean hoy ese
conglomerado de nuevos ricos que aparecen en las páginas de
policiales de todos los diarios. Galeritas ahítos de testaferros e
indigentes de ideas. Utacos de soberbia e ignorancia por partes
iguales, petulantes que ignoran la raíz laica y liberal que la UCR
intentó honrar.
El Opa piensa que el
radicalismo está muerto a menos que sea capaz de engendrar una nueva
visión del mundo que conforme prácticas igualitarias y eficaces
para transformar el país. No quiere volver al '83, quiere imaginar
un futuro más interesante que el pasado que vivimos.
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