En un post anterior el Opa había anticipado su pronóstico acerca de la invasión brutal y sangrienta de Ucrania a manos del último émulo exitoso de los genocidas del siglo XX, el presidente ruso. Había previsto, como casi todo el mundo, especialmente como casi todos los que saben más que el Opa, que la invasión sería rápida y efectiva, que en un par de días el ejército ruso estaría en la frontera con Hungría, y que este país se convertiría en un puente directo al corazón de Europa por obra y gracia de su Primer Ministro, notorio lobista de Putin (hoy cínicamente distanciado).
El Opa se equivocó. Suele hacerlo, pero esta vez no se
siente reivindicado por compartir el error con mentes más formadas y estudiosas
que la suya. No se esconderá detrás de tan notable compañía, si no que dirá,
fuerte y claro, que se ha equivocado. Ha ocurrido otra cosa, más horrenda, pero
a la vez maravillosa. Ha sucedido un escenario que tensionó los límites de la
decencia, el coraje, el horror y la inmoralidad hacia horizontes impensados en
este tiempo. Así de agudas son las contradicciones. Así de dramática es la vida
en Ucrania hoy.
Lo que sucedió es por todos conocidos. Kiev no se rindió,
y resiste heroicamente la agresión salvaje que sufre. Tanto su Primer Ministro,
como su gobierno y el pueblo ucraniano entero, han plantado bandera en el suelo
fértil de su dignidad y su autodeterminación, embrollando los planes de Putin
hasta hundirlo en la frustración y el barro. Les han birlado a los rusos algunos
de sus carísimos tanques de guerra, con la misma facilidad con la que el Braian
levanta un Fiat Duna en Barrio Müller. Han encontrado, o construido, una enorme
red internacional de solidaridad, frente a la infamia que tapiza el rostro
innoble de Putin y sus acólitos.
Pero también siguen muriendo personas a manos llenas
todos los días. El Opa registra el asedio de Mariupol, las bombas rusas en los
hospitales y escuelas, los niños que no llegaron a ver el día siguiente, los
ancianos que creyeron que podrían olvidar el horror vivido décadas antes, todo
para nada, todo para esto… Mariupol ha recibido un ultimátum del asesino. Ha conminado
a la ciudad a rendirse, o a ser aniquilada. Escenas semejantes se replican en
todo el territorio ucraniano.
Pero Kiev no ha caído. Y por lo tanto Europa, la
Europa civilizada, todavía puede mirar el conflicto como algo que no le ha
costado muertos propios. Ayuda, es cierto, con asistencia humanitaria a los refugiados
y con pertrechos militares, con esfuerzos diplomáticos y “efectividades
conducentes”. Pero todavía las bombas caen lejos, solo en Ucrania. El sentido
común o la prudencia indican que un mayor compromiso de la OTAN o de cualquier
otra entidad será una excusa para que Putin aplique su furia y sus misiles
contra otros países y otros pueblos.
El Opa comprende el cálculo: al frente hay un genocida
esperando la oportunidad para apretar el botón rojo. Pero también ejerce un
resabio de memoria histórica que ha permanecido por su propia formación
profesional, y entonces recuerda que cuando Hitler anexó los Sudetes la Europa
civilizad tampoco quiso entrometerse, hasta que el costo humano de soslayar a
un genocida hizo imposible seguir mirando para otro lado. O, mejor dicho,
cuando don Adolfo comenzó a tocar a sus puertas. En síntesis, que lo que se
hizo en 1945 se debió hacer en 1939. Pero bueno, el Opa está lejos y no siempre
entiende.
Está lejos, pero no ajeno, porque tiene amigos, y
tiene familia que están en el centro mismo de ese infierno y también en sus
adyacencias. En Ucrania, y también en otros países cercanos. Y conoce bien que
esas gentes, esos pueblos, no quieren volver a ser vasallos de un imperio
sanguinario. Aspiran a la módica posibilidad de una vida en democracia, a una
libertad imperfecta, al sueño emancipatorio de pertenecer a una Europa pacífica
y ordenada. Porque ya han vivido, y padecido, durante generaciones, la opresión
y la violencia del imperialismo ruso. Negarles esa posibilidad, esa aspiración
a una normalidad relativa, es negarles la condición humana, el derecho de
autodeterminarse como pueblo. Es cosificarlos para que otras potencias decidan
sobre su vida y su muerte, sobre la plausibilidad misma de su existencia.
Están en peligro los amigos y la familia del Opa. Y
por eso el Opa no puede ser mesurado ni equidistante, ni tiene la menor
intención de buscarle la quinta pata al gato. Es por eso que no va a ahorrarse
improperios contra los resentidos de ayer, los que en su juventud jugaron al
bolchevismo mesiánico y justificaron atrocidades, y que ahora reproducen las
mentiras abyectas de energúmenas como Sandra Russo, notoria psicótica. Esa generación
que cuando conquistó el poder no dejó trapisonda por hacer, y son los
responsables de la pobreza de la Comarca, de la injusticia de la Comarca, de la
violencia de la Comarca. El Opa tampoco va a ahorrarse vituperaciones con los resentidos
de hoy, que amoldaron sus taras a un relato delirante y falaz que sólo puede
existir en libros infantiles y en Página12. Esos que aplauden, solapadamente o
no, el genocidio en marcha, que se encubren en un “parece”, en un “es más complejo”,
en un “no hay que creerles a los grandes medios”, son los cómplices necesarios
para que esta pesadilla ocurra. Y como esta pesadilla ocurre, e involucra a
gente que existe en la vida del Opa, éste no está dispuestos a guardar los
modales: los considera, unánimemente y sin beneficio de inventario, una manga
de hijos de puta.
Mañana será lunes. Mientras el Opa camine las calles
de la Comarca, súbitamente bendecidas por un otoño temprano, recordará que en
Mariupol, en Kiev, pero también el Prishtina, en Budapest, en Bratislava, sus
amigos, su familia, estarán mirando el cielo, rogando que un señor delirante no
decida obliterarlos con su megalomanía de pito chico, con su geopolítica soviética
y delirante. El Opa no reza, entre otras cosas porque ninguna religión ha
detenido jamás ninguna guerra (más bien las han justificado la mayoría de las veces),
pero estará también mirando el cielo agrisado o no, tratando de encontrarse allí
con esas personas que nacieron con el vecino equivocado.
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