domingo, 20 de marzo de 2022

UCRANIA: UNA RECTIFICACIÓN

         En un post anterior el Opa había anticipado su pronóstico acerca de la invasión brutal y sangrienta de Ucrania a manos del último émulo exitoso de los genocidas del siglo XX, el presidente ruso. Había previsto, como casi todo el mundo, especialmente como casi todos los que saben más que el Opa, que la invasión sería rápida y efectiva, que en un par de días el ejército ruso estaría en la frontera con Hungría, y que este país se convertiría en un puente directo al corazón de Europa por obra y gracia de su Primer Ministro, notorio lobista de Putin (hoy cínicamente distanciado).

El Opa se equivocó. Suele hacerlo, pero esta vez no se siente reivindicado por compartir el error con mentes más formadas y estudiosas que la suya. No se esconderá detrás de tan notable compañía, si no que dirá, fuerte y claro, que se ha equivocado. Ha ocurrido otra cosa, más horrenda, pero a la vez maravillosa. Ha sucedido un escenario que tensionó los límites de la decencia, el coraje, el horror y la inmoralidad hacia horizontes impensados en este tiempo. Así de agudas son las contradicciones. Así de dramática es la vida en Ucrania hoy.

Lo que sucedió es por todos conocidos. Kiev no se rindió, y resiste heroicamente la agresión salvaje que sufre. Tanto su Primer Ministro, como su gobierno y el pueblo ucraniano entero, han plantado bandera en el suelo fértil de su dignidad y su autodeterminación, embrollando los planes de Putin hasta hundirlo en la frustración y el barro. Les han birlado a los rusos algunos de sus carísimos tanques de guerra, con la misma facilidad con la que el Braian levanta un Fiat Duna en Barrio Müller. Han encontrado, o construido, una enorme red internacional de solidaridad, frente a la infamia que tapiza el rostro innoble de Putin y sus acólitos.

Pero también siguen muriendo personas a manos llenas todos los días. El Opa registra el asedio de Mariupol, las bombas rusas en los hospitales y escuelas, los niños que no llegaron a ver el día siguiente, los ancianos que creyeron que podrían olvidar el horror vivido décadas antes, todo para nada, todo para esto… Mariupol ha recibido un ultimátum del asesino. Ha conminado a la ciudad a rendirse, o a ser aniquilada. Escenas semejantes se replican en todo el territorio ucraniano.

Pero Kiev no ha caído. Y por lo tanto Europa, la Europa civilizada, todavía puede mirar el conflicto como algo que no le ha costado muertos propios. Ayuda, es cierto, con asistencia humanitaria a los refugiados y con pertrechos militares, con esfuerzos diplomáticos y “efectividades conducentes”. Pero todavía las bombas caen lejos, solo en Ucrania. El sentido común o la prudencia indican que un mayor compromiso de la OTAN o de cualquier otra entidad será una excusa para que Putin aplique su furia y sus misiles contra otros países y otros pueblos.

El Opa comprende el cálculo: al frente hay un genocida esperando la oportunidad para apretar el botón rojo. Pero también ejerce un resabio de memoria histórica que ha permanecido por su propia formación profesional, y entonces recuerda que cuando Hitler anexó los Sudetes la Europa civilizad tampoco quiso entrometerse, hasta que el costo humano de soslayar a un genocida hizo imposible seguir mirando para otro lado. O, mejor dicho, cuando don Adolfo comenzó a tocar a sus puertas. En síntesis, que lo que se hizo en 1945 se debió hacer en 1939. Pero bueno, el Opa está lejos y no siempre entiende.

Está lejos, pero no ajeno, porque tiene amigos, y tiene familia que están en el centro mismo de ese infierno y también en sus adyacencias. En Ucrania, y también en otros países cercanos. Y conoce bien que esas gentes, esos pueblos, no quieren volver a ser vasallos de un imperio sanguinario. Aspiran a la módica posibilidad de una vida en democracia, a una libertad imperfecta, al sueño emancipatorio de pertenecer a una Europa pacífica y ordenada. Porque ya han vivido, y padecido, durante generaciones, la opresión y la violencia del imperialismo ruso. Negarles esa posibilidad, esa aspiración a una normalidad relativa, es negarles la condición humana, el derecho de autodeterminarse como pueblo. Es cosificarlos para que otras potencias decidan sobre su vida y su muerte, sobre la plausibilidad misma de su existencia.

Están en peligro los amigos y la familia del Opa. Y por eso el Opa no puede ser mesurado ni equidistante, ni tiene la menor intención de buscarle la quinta pata al gato. Es por eso que no va a ahorrarse improperios contra los resentidos de ayer, los que en su juventud jugaron al bolchevismo mesiánico y justificaron atrocidades, y que ahora reproducen las mentiras abyectas de energúmenas como Sandra Russo, notoria psicótica. Esa generación que cuando conquistó el poder no dejó trapisonda por hacer, y son los responsables de la pobreza de la Comarca, de la injusticia de la Comarca, de la violencia de la Comarca. El Opa tampoco va a ahorrarse vituperaciones con los resentidos de hoy, que amoldaron sus taras a un relato delirante y falaz que sólo puede existir en libros infantiles y en Página12. Esos que aplauden, solapadamente o no, el genocidio en marcha, que se encubren en un “parece”, en un “es más complejo”, en un “no hay que creerles a los grandes medios”, son los cómplices necesarios para que esta pesadilla ocurra. Y como esta pesadilla ocurre, e involucra a gente que existe en la vida del Opa, éste no está dispuestos a guardar los modales: los considera, unánimemente y sin beneficio de inventario, una manga de hijos de puta.

Mañana será lunes. Mientras el Opa camine las calles de la Comarca, súbitamente bendecidas por un otoño temprano, recordará que en Mariupol, en Kiev, pero también el Prishtina, en Budapest, en Bratislava, sus amigos, su familia, estarán mirando el cielo, rogando que un señor delirante no decida obliterarlos con su megalomanía de pito chico, con su geopolítica soviética y delirante. El Opa no reza, entre otras cosas porque ninguna religión ha detenido jamás ninguna guerra (más bien las han justificado la mayoría de las veces), pero estará también mirando el cielo agrisado o no, tratando de encontrarse allí con esas personas que nacieron con el vecino equivocado.

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