lunes, 23 de mayo de 2022

¿QUÉ COSA ES LA OLIGARQUÍA?

  

Le han insistido al Opa que la oligarquía está compuesta por señoras gordas, platinadas y con apellidos patricios, casadas con señores gordos con apellidos ídem que administran las estancias, los estudios jurídicos de nombre compuesto, y las acciones de la Cultura Británica. Esa definición marca Quino abarca hoy una parte ínfima, decreciente, de la oligarquía de la Comarca. Está siendo desplazada por otra oligarquía, con mayor poder para los negocios, mayor poder en el Estado, y mayor capacidad para construir ese relato colectivo que, a falta de mejor término, hemos dado en llamar Cultura Nacional.

Piensa el Opa en esa oligarquía que ha colocado los presidentes que han gobernado 32 de los 39 años de la joven democracia de la Comarca, que rinde honor a un patriarca del pasado, autoritario y machirulo, y que se ha construido en el minucioso desprecio al principio de igualdad ante la ley. No es el único principio constitucional que desprecian: sospecha el Opa que la única parte que les gusta de la Constitución Nacional es la que concede al ciudadano Presidente el poder de emitir decretos de necesidad y urgencia, porque es la única norma que ejecutan con cierta asiduidad.

Pero para no adelantarse, el Opa intentará plagiar alguna definición medianamente neutral. Así, el diccionario de la Real Academia, a falta de mejor cosa, describe a la oligarquía como “1. f. Forma de gobierno en la cual el poder político es ejercido por un grupo minoritario. 2. f. Grupo reducido de personas que tiene poder e influencia en un determinado sector social, económico y político.” Miremos ahora hacia la Comarca. Un partido nacido de un golpe de estado, monopolizando el poder y la política durante dos tercios del siglo pasado y casi todo lo que va de este, ya desde el gobierno, ya saboteando gobiernos democráticos en los breves interregnos donde no ponen presidente pero sí las mayorías en el Senado y las Provincias, ya custodiando sus estructuras en cualquiera de las dictaduras que han asolado la Comarca.

Ese partido, creado por un heredero de Mussolini, admirador de Franco, que dio refugio a criminales Nazis, ese partido que parió y organizó el terrorismo de estado, que gobernó con el subsidio en la unidad básica y la picana en los subsuelos de la Policía Federal, con la impunidad como bandera. Eso es la oligarquía. Impunidad. Porque significa que quienes se acollaren a ese partido serán acreedores, por los siglos de los siglos, de los retazos del presupuesto público que puedan mordisquear. Generaciones enteras trasegando fondos estatales al patrimonio privado sin más recato que el que impone la falta de tiempo.

Impunidad significa sustraerse a las consecuencias de las propias acciones, particularmente cuando esas acciones constituyen un delito, razonable o no. Así, un miembro de la oligarquía puede violar sus propias normas, sus propios decretos, con la certeza de que al final del camino podrá tapizar el crimen y la muerte con billetes que valen menos que el papel en el que están impresos. Ampararse en un derecho pensado para el ciudadano de a pie, el que no tiene más privilegio que el socorro de la ley, ciudadano desnudo de poder y de fanfarrias. Eso es oligarquía: un presidente impune, un gobierno que aplaude, un sistema que lo sostiene.

Ese sostén no nace del vacío: hubo una minuciosa construcción de una cultura de la impunidad, de la irresponsabilidad como política de estado, de la excepcionalidad de los elegidos que no tienen por qué someterse a las normas de los otros, de los que miran desde afuera. En esa casta del privilegio todo se perdona, todo se disculpa, todo se justifica cuando los crímenes se hacen “en nombre del pueblo”, porque ese es el pase de magia sensacional, la invocación metafísica que los sustrae de las consecuencias reales de sus actos. Ampararse en la invocación popular. Y desde ese parnaso imaginario, es posible alquilar el muerto más notable de la Comarca para velarlo en la Casa de Gobierno y que de ese modo su aura irredenta contagie, derrame, o salpique al menos al oligarca que gobierna: tanta razón tenía López Rega con sus métodos que terminaron apropiándose de ese muerto oportuno y famoso. Ese muerto al que se le perdona todo: los hijos bastardeados, la esclavitud sexual de una niña que trajo de esa enorme prisión a cielo abierto que la geografía denomina “Cuba”, los impuestos traspapelados. Eso es parte de una construcción: al ídolo se le perdona todo, en nombre del pueblo, porque es del pueblo.

La invocación popular, el milagrismo, la santería entera de figuritas opacas, la santa madre del fascismo vernáculo decorando el billete de mayor denominación de la Comarca. Sembrar la ignorancia desde la escuela enflaquecida, desde el púlpito ahíto de favores y admoniciones, desde los discursos parlamentarios que avergonzarían tanto a cualquier escolar instruido. El derrumbe cultural y educativo, el cualunquismo, porque todo debe dar lo mismo, casi un siglo ejecutando la admonición del tango “Cambalache” como si allí hubiera habido una clave del buen gobierno, nivelar para abajo porque en el país de los ciegos el bizco fue rey.

Dicen que los días más felices siempre fueron peornistas. El mito, elemento común a todos los fascismos, prendiendo rápido en los tilingos que necesitan el abrazo gregario, o la complicidad partidaria, según las edades. Como todo fascismo, trastornando el significado de las palabras, designando lo opuesto a lo que dicen decir: la igualdad para favorecer a alguno con el fruto del esfuerzo del otro, el amor como coartada para el desprecio público del diferente, la inclusión para cobijar a los propios dejando al resto en la intemperie. Esa construcción falaz, esa mentira de Estado, ese Relato del pasado y el presente. Eso acaso sea la oligarquía: para los amigos, el vino en caja y el locro calentito pagado por el Ministerio, para los enemigos, la intemperie. Y después contarla con la épica de las patriadas, a ver si alguna vez el Opa aprende.

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