miércoles, 15 de junio de 2016

La Negación

El Opa había pretendido enajenarse de la alienante realidad de la Comarca por un tiempito, hasta recuperar el aliento que le quitan los atropellos, tarifazos y negociaciones incompatibles con la función pública que desempeñan el Presidente y su pandilla. Y surge una historieta parida por las mentes afiebradas de Soriano, Saborido y Zambayonni. Y el Opa desconfía. Ha aprendido que la realidad de la Comarca supera la ficción más delirante, pero aun así hay registros de incredulidad que hacen mella en la escasa capacidad de comprensión del susodicho.
Cuenta la leyenda que un funcionario anónimo, al que llamaremos José Francisco López, Lopecito para los amigos, fue arrestado mientras enterraba-revoleaba por el paredón-encanutaba en la cocina unos ocho millones de rupias norteamericanas en un dizque convento ubicado en esos jirones de desamparo que los mapas llaman Conurbano Bonaerense. Que un vecino, al que las circunstancias llaman Jesús, creyó que podía tratarse de un delito, porque Lopecito vestía, entre sus abrigos, un arma de grueso calibre. Y Jesús llamó a la Policía. Oremos hermanos. La mejor policía del mundo, según nuestro humilde Don Corleone del PJ local, llegó puntual y exacta, con tanto tiempo como para que la prensa oficial participe del orgiástico registro de las valijas y bolsos con dinero, relojes, y armas que portaba Lopecito.
Lopecito fue el Secretario de Planificación, el brazo derecho del Ministro del mismo cargo, único que conservó su puesto durante los 12 años de la década ganada. La especulación obvia es que ese dinero fue escamoteado de las arcas públicas por orden y con conocimiento del Ministro, y desde luego de Él y de Ella, a quienes jamás se les podrían escapar estas cosas. La narrativa pública conecta de inmediato los puntos que llevan desde un portón oxidado a la mismísima Faraona Egipcia. Fin de la historia. El Ministro habría perdido el favor de Ella, que le soltó la mano.
Pero cuando el cuentito es tan llano hasta el Opa desconfía. Y así se entera que al frente de ese convento con dos monjas estuvo un fraile frecuentado por Josecito, el Ministro, y el último candidato a presidente del Peronismo. El Obispo Di Monte, que de él hablamos, ejerció su curato en Avellaneda. Su mano derecha fue Monseñor Toledo, aquél que terminó preso junto a los hermanos Trusso, habilísimos y beatos estafadores con venia papal desde la Dictadura. Di Monte, tan asiduo del discurso homofóbico como de los taxi-boys del Conurbano, ha sido siempre el resguardo espiritual de los bandoleros del Peronismo, y de cuanta otra mafia haya asolado subrepticiamente los suelos de la Comarca.
Y se entera también que la esposa del Ministro, Alessandra Minnicelli, fue fundadora y presidenta de FORS, la Fundación Observatorio de la Responsabilidad Social, una de esas ONGs con un objeto social vaporoso y fantasmal: la cáscara ideal para procesar y triangular fondos ajenos sin dar muchas explicaciones. Minnicelli, quien intentó operar una empresa fantasma para comprar propiedades en el exterior vía el estudio Mossack Fonseca de Panamá (¿les suena?), tuvo que conformarse con hacer negocios locales cuando ese mismo estudio paralizó las escrituras al detectar que era una persona políticamente expuesta: Minnicelli era además funcionaria de la Sindicatura General de la Nación, a cargo de controlar las cuentas de su mismísimo esposo, el ex Ministro cuyo Secretario ha llenado las crónicas de la Comarca.
FORS, la fundación de Minnicelli, se fusionó con las Scholas Ocurrentes, otra de estas fundaciones ligadas al Vaticano que reciben fondos públicos para hacer caridad a nombre de la Iglesia y obras que benefician a los súbditos de la misma Iglesia. Hace poco Scholas Ocurrentes fue novedad al ser obligadas por el Papa en persona a rechazar una indefendible donación de 16 millones de pesos dispuesta por el Presidente.
Ahora no sabe el Opa si la donación pretendió ser una “muestra de buena voluntad” del Presidente hacia el Papa (que pagamos todos en un contexto de hambre), o si fue una “contribución” solapada a los amigos y socios del ex Ministro De Vido. Desde hace tiempo el Opa sospecha de afinidades impensadas entre el Presidente y el ex Ministro. Le resulta extraño que no haya promovido ninguna investigación potente contra el tipo que manejó la caja más grande del Estado durante la década ganada. Que han ido cayendo de a uno todos los personajes que rodeaban a la ex Presidenta María Estela Fernández de Neón, menos este Ministro. Y recuerda que el primo y testaferro del Presidente, Ángelo Calcaterra, ha participado en licitaciones de obra pública junto al imputado Lázaro Báez, el mismo de la Rosadita. Acaso De Vido conozca muchas más conexiones entre los negocios del testaferro Báez y los del Presidente Macri, heredero él mismo de la Patria Contratista, aquella tristemente célebre caterva de saqueadores del presupuesto público que cartelizaron la obra pública de la Comarca desde la Dictadura.
Se pregunta el Opa quién se soltó la mano a De Vido: si Ella, o el Papa. Y si una detención tan rimbombante como inverosímil obedece a entregar a un peón para calmar las fieras, o si es realmente el principio del fin para De Vido. En ese caso, si es un mensaje dirigido a De Vido para que, supongamos, no hable sobre lo que sabe. Entonces, el círculo se estrecha en torno a Ella.

Los que al Opa le dan cierta lástima son los militontos del relato. Por oportunismo cínico, o por la necesidad de despegarse del naufragio, han descubierto que en el gobierno pasado hubo corrupción. Algunos hacen de la negación un arte, y alegan conspiraciones entre Stiuso, Magnetto y otros demonios menores. Otros sostienen que Lopecito y otros carteristas “traicionaron” las banderas del movimiento. Afirma el Opa que el latrocinio está en el ADN del mundo K desde los ’80, que no hubo desviación de Lopecito sino coherencia con un destino histórico. Desconocerlo es como sorprenderse de la insensibilidad social y la indigencia ética de los dirigentes Pro. Demasiado estúpido para tomarlo en serio.

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