El Opa
había pretendido enajenarse de la alienante realidad de la Comarca por un
tiempito, hasta recuperar el aliento que le quitan los atropellos, tarifazos y
negociaciones incompatibles con la función pública que desempeñan el Presidente
y su pandilla. Y surge una historieta parida por las mentes afiebradas de
Soriano, Saborido y Zambayonni. Y el Opa desconfía. Ha aprendido que la
realidad de la Comarca supera la ficción más delirante, pero aun así hay
registros de incredulidad que hacen mella en la escasa capacidad de comprensión
del susodicho.
Cuenta
la leyenda que un funcionario anónimo, al que llamaremos José Francisco López,
Lopecito para los amigos, fue arrestado mientras enterraba-revoleaba por el
paredón-encanutaba en la cocina unos ocho millones de rupias norteamericanas en
un dizque convento ubicado en esos jirones de desamparo que los mapas llaman
Conurbano Bonaerense. Que un vecino, al que las circunstancias llaman Jesús,
creyó que podía tratarse de un delito, porque Lopecito vestía, entre sus
abrigos, un arma de grueso calibre. Y Jesús llamó a la Policía. Oremos
hermanos. La mejor policía del mundo, según nuestro humilde Don Corleone del PJ
local, llegó puntual y exacta, con tanto tiempo como para que la prensa oficial
participe del orgiástico registro de las valijas y bolsos con dinero, relojes,
y armas que portaba Lopecito.
Lopecito
fue el Secretario de Planificación, el brazo derecho del Ministro del mismo
cargo, único que conservó su puesto durante los 12 años de la década ganada. La
especulación obvia es que ese dinero fue escamoteado de las arcas públicas por
orden y con conocimiento del Ministro, y desde luego de Él y de Ella, a quienes
jamás se les podrían escapar estas cosas. La narrativa pública conecta de
inmediato los puntos que llevan desde un portón oxidado a la mismísima Faraona
Egipcia. Fin de la historia. El Ministro habría perdido el favor de Ella, que
le soltó la mano.
Pero
cuando el cuentito es tan llano hasta el Opa desconfía. Y así se entera que al
frente de ese convento con dos monjas estuvo un fraile frecuentado por Josecito,
el Ministro, y el último candidato a presidente del Peronismo. El Obispo Di
Monte, que de él hablamos, ejerció su curato en Avellaneda. Su mano derecha fue
Monseñor Toledo, aquél que terminó preso junto a los hermanos Trusso,
habilísimos y beatos estafadores con venia papal desde la Dictadura. Di Monte,
tan asiduo del discurso homofóbico como de los taxi-boys del Conurbano, ha sido
siempre el resguardo espiritual de los bandoleros del Peronismo, y de cuanta
otra mafia haya asolado subrepticiamente los suelos de la Comarca.
Y se
entera también que la esposa del Ministro, Alessandra Minnicelli, fue fundadora
y presidenta de FORS, la Fundación Observatorio de la Responsabilidad Social,
una de esas ONGs con un objeto social vaporoso y fantasmal: la cáscara ideal
para procesar y triangular fondos ajenos sin dar muchas explicaciones.
Minnicelli, quien intentó operar una empresa fantasma para comprar propiedades
en el exterior vía el estudio Mossack Fonseca de Panamá (¿les suena?), tuvo que
conformarse con hacer negocios locales cuando ese mismo estudio paralizó las
escrituras al detectar que era una persona políticamente expuesta: Minnicelli
era además funcionaria de la Sindicatura General de la Nación, a cargo de
controlar las cuentas de su mismísimo esposo, el ex Ministro cuyo Secretario ha
llenado las crónicas de la Comarca.
FORS,
la fundación de Minnicelli, se fusionó con las Scholas Ocurrentes, otra de
estas fundaciones ligadas al Vaticano que reciben fondos públicos para hacer caridad
a nombre de la Iglesia y obras que benefician a los súbditos de la misma Iglesia.
Hace poco Scholas Ocurrentes fue novedad al ser obligadas por el Papa en
persona a rechazar una indefendible donación de 16 millones de pesos dispuesta
por el Presidente.
Ahora
no sabe el Opa si la donación pretendió ser una “muestra de buena voluntad” del
Presidente hacia el Papa (que pagamos todos en un contexto de hambre), o si fue
una “contribución” solapada a los amigos y socios del ex Ministro De Vido. Desde
hace tiempo el Opa sospecha de afinidades impensadas entre el Presidente y el
ex Ministro. Le resulta extraño que no haya promovido ninguna investigación
potente contra el tipo que manejó la caja más grande del Estado durante la
década ganada. Que han ido cayendo de a uno todos los personajes que rodeaban a
la ex Presidenta María Estela Fernández de Neón, menos este Ministro. Y recuerda
que el primo y testaferro del Presidente, Ángelo Calcaterra, ha participado en
licitaciones de obra pública junto al imputado Lázaro Báez, el mismo de la
Rosadita. Acaso De Vido conozca muchas más conexiones entre los negocios del
testaferro Báez y los del Presidente Macri, heredero él mismo de la Patria
Contratista, aquella tristemente célebre caterva de saqueadores del presupuesto
público que cartelizaron la obra pública de la Comarca desde la Dictadura.
Se
pregunta el Opa quién se soltó la mano a De Vido: si Ella, o el Papa. Y si una
detención tan rimbombante como inverosímil obedece a entregar a un peón para
calmar las fieras, o si es realmente el principio del fin para De Vido. En ese
caso, si es un mensaje dirigido a De Vido para que, supongamos, no hable sobre
lo que sabe. Entonces, el círculo se estrecha en torno a Ella.
Los
que al Opa le dan cierta lástima son los militontos del relato. Por oportunismo
cínico, o por la necesidad de despegarse del naufragio, han descubierto que en
el gobierno pasado hubo corrupción. Algunos hacen de la negación un arte, y alegan
conspiraciones entre Stiuso, Magnetto y otros demonios menores. Otros sostienen
que Lopecito y otros carteristas “traicionaron” las banderas del movimiento.
Afirma el Opa que el latrocinio está en el ADN del mundo K desde los ’80, que
no hubo desviación de Lopecito sino coherencia con un destino histórico. Desconocerlo
es como sorprenderse de la insensibilidad social y la indigencia ética de los
dirigentes Pro. Demasiado estúpido para tomarlo en serio.
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