miércoles, 4 de noviembre de 2015

El ajuste se escribe con K

Hoy el Opa se aventurará en los tenebrosos meandros del futuro. Sin saber muy bien con qué, y munido solamente de su experiencia de vida en la Comarca, se ha puesto a conjeturar sobre el destino que les aguarda a Sarracenos y Pleistocenos al término de las elecciones que se nos vienen encima como un tren enloquecido. El futuro, se sabe, viene cargado de invocaciones funestas y nubarrones dispersos. Se sospecha que, venga lo que venga, será peor que lo que hubo. Cada uno hará las cuentas lo mejor que pueda, a fin de cuentas nadie sabe mejor que uno lo que necesita, lo que quiere, lo que está dispuesto a perder y lo que desea ganar. Pero se habla del miedo, que tiene un rostro que se conoce bien en la Comarca: el ajuste.
El Opa se puso a pensar en esto del ajuste. Como cada vez que se termina una fiesta, quedó en el suelo de la república un alfombrado de papelitos, manchas extrañas, botellas vacías, colillas de cigarrillo y algunas cosas rotas. También, algún que otro borracho que insiste en cantarle a la luna cuando hace rato que ha amanecido. Entonces, llega el momento de ponerse a limpiar y ordenar la casa. Toda la discusión sobre el ajuste consiste en saber qué se tira, que se lava y que se guarda.
El ajuste.
Se puso a pensar el Opa que los dos candidatos para el ballotage evitan hablar del asunto, y cuando son apurados dicen que no lo habrá. Luego, sus propios asesores los desmienten por lo bajo, suponemos que para decir lo que los candidatos no pueden decir. Ahora bien, se pregunta el Opa quién de los dos está en mejores condiciones para hacer un ajuste salvaje, de esos que dejarán a la Comarca exhausta y prometiendo no beber más del licor traicionero del populismo.
Uno de los candidatos tendrá el apoyo de los gobernadores de su partido, que necesitan aliviar su gasto público si quieren atraer las inversiones que se fueron en la década ganada. Tendrá el apoyo de su partido en el Congreso de la Comarca, porque no olvidemos que a la hora de la obediencia se trata de un partido verticalista en el que no se discute ni siquiera el candidato del modelo.
Será apoyado por ellos, pero sólo para hacer el trabajo sucio. El Opa ya ha descripto cómo su discurso después de las elecciones sonó a derrota y resignación, y cómo los siniestros caciques de su partido lo desprecian con énfasis moderado: casi no han movido un dedo por él, y tampoco lo harán en las elecciones próximas. Sin embargo, lo apoyarán gustosos en un ajuste salvaje porque preferirán que sea él quien se llene las manos de sangre ajena.
El Opa mira el gabinete que ha propuesto el candidato del relato, y en él brillan rutilantes los más violentos represores del campo popular. Esos nombres deberían servir como advertencia: quiere la memoria que se recuerden los personajes que venían con el General al regreso de su largo exilio, porque en ese avión de Alitalia quienes compartían los espacios más cercanos eran los más siniestros matones de la Comarca. Nadie quiso advertir esa llamada de la realidad, mucho menos quisieron advertirlo los mismos que pretendieron usar al General como ariete para su guerra revolucionaria. Les resultó más fácil hacerse los distraídos, y después acusar al General de traidor.
Lo mismo ocurre ahora. El club de fans de la Presidenta María Estela Fernández de Neón se propone a sí mismo como “los pibes para la liberación”, en una poética licencia que rememora aquella década sangrienta y despiadada. Con cinismo, apoyan ahora a un candidato que tiene todas las herramientas necesarias para un ajuste sin anestesia: incluyendo a los represores. Con cinismo también, se mantendrán silenciosos y sumisos cuando caiga sobre el pueblo la guadaña del ajuste. Con el mismo silencio que mantienen frente a los trenes que chocan destrozando laburantes, frente a los inundados porque las rupias y tombuctúes para los desagües se convirtieron en propaganda naranja, frente a los aborígenes masacrados por los gobernadores “del palo”, frente a los fiscales que se suicidan disparándose casi en la nuca.
El Opa conoce ese silencio: lo vivió en los 90. Cuando la llamarada privatizadora se llevó lo que quedaba de un Estado saqueado y terminó con un 20% de desocupación, los sindicalistas del partido se dedicaron a sus millones y sus empresas. A sus negociados y matufias. Se callaron frente al hambre. El mismo silencio resuena ahora en la conducta de los jóvenes del relato.
¿Y el otro candidato? Ícono cultural de la década maldita, cada vez más cerca de ser electo presidente, tendrá un escenario muy adverso para intentar un ajuste salvaje. Tendrá un Senado en absoluta minoría. Tendrá una Cámara de Diputados fragmentada, y en ella los peornistas se volverán combativos con el mismo fervor con el que se callarán la boca si el ajuste lo realizan ellos. Tendrá a los sindicatos en pie de guerra, súbitamente despiertos porque la inflación que no existe les come el salario a los trabajadores. Tendrá a los gobernadores dispuestos a extorsionarlo públicamente pero negociando por abajo. Tendrá a los estudiantes, unánimes en el repudio, constantes en el rechazo al recorte educativo. Tendrá a los laburantes de la Comarca, de a pie u organizados, vigilando cada centavo.
Por paradójico que suene, el ajuste salvaje tiene más oportunidades con el candidato del relato que con el candidato de la Opo. Simplemente porque el primero tendrá un apoyo, una complicidad y un silencio que el otro no tendrá nunca. Simplemente porque los militontos se agacharán sumisos y marciales frente a uno, pero pelearán combativos frente a otro. Porque al peornismo se le permite el hambreo, el robo descarado, la violencia y la muerte. Son la excepción a la república, y como tal se los exime de sus humildes requisitos.

El Opa piensa, entonces, que el candidato que propone mantener todo es el que más poder tendrá para destrozar todo. Y el candidato garroneado por la campaña del miedo, es el que menos espacio tendrá para recortar derechos. Así de insensata se ha vuelto la Comarca cuando se termina el relato y se agudizan las contradicciones.

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