La vida en la Comarca exige una
serie de paciencia impropia de este mundo. Tanto así que el Opa ya tiene sus
gónadas al plato con las chicanas cruzadas y los improperios sotto voce y no tanto que se liga por
ser ora k, ora anti k. En realidad el Opa no es ninguna de esas cosas, y en el
debate de parvulario acalorado en el que se entretienen Sarracenos y
Pleistocenos prefiere mirar la cosa medio desde afuera. No porque se crea más
listo que el resto, sino porque lo apabulla el ruido de tanta perorata hueca.
Mira desde afuera, no desde arriba.
Ahora se perora sobre la
segunda vuelta. El candidato de la Presidenta María Estela Fernández de Neón
comenzó muy mal este sprint electoral, con una campaña de miedo que fue
rápidamente neutralizada por el ridículo. Pero como el ridículo a esta gente le
gusta, desempolvaron la memoria noventista para acusar al opositor de
simbolizar esa década nefanda. El Opa cree que ni a propósito se pueden pegar
tantos tiros en los pies.
El candidato opositor durante
esa década vivió de su actividad privada. El candidato oficial fue funcionario
del temible tigre de los llanos, a quien no mencionaremos porque su nombre trae
mala suerte (el Opa se toca, discretamente, la gónada derecha). La mayoría del
elenco gobernante, incluyendo a la Presidenta Fernández de Neón y a su cónyuge,
el barrilete cósmico, también fueron funcionarios de esa década. Como casi todo
su gabinete de hoy. Forzaron, propiciaron, celebraron y cobraron en cada uno de
los negociados y saqueos que asolaron la Comarca. Fueron Hunos enriquecidos, súbitos
aduladores de un Atila que ahora desconocen y vituperan (mientras se tocan,
discretamente también, la gónada derecha), han sido parte de las estampitas de
una década de la que responsabilizan a un tipo que no era funcionario.
El Opa no encuentra diferencias
serias entre ambos candidatos. Vaporosos, acomodaticios, contradictorios al
compás de sus asesores de imagen, con la profundidad de una palangana y
editados como un mal cuento, simbolizan versiones apenas diferentes de la misma
idea. Son neoconservadores tratando de acomodarse a un relato populista, más o
menos “progre”, o más o menos “moderado”. Uno de ellos ya mostró sus cartas: ha
propuesto a un penitenciario y un carapintada para manejar justicia y
seguridad, prometiendo que no tolerará más piquetes en la Comarca. Se ha vuelto
Duhalde. Y cuando sus esbirros salgan a matar al pobrerío movilizado, el diario
que lo acompaña dirá que la crisis se cobró más nuevas muertes.
El otro se ha mostrado más
sereno, casi magnánimo. Pero se le nota la hilacha, proponiendo a un
ultramontano salido de las catacumbas de la Inquisición. El Padre Rigoberto
debe estar feliz. Pero también sus economistas se han hablado encima,
prometiendo un país para las 20 manzanas que rodean a la Casa de Gobierno de la
Comarca. Piensa el Opa que de todos modos no tendrá el poder necesario para
imponer sus ideas. Afortunadamente.
Al Opa lo espantan los dos
candidatos. Y que siente que no tiene por qué votar a gente que le causa
repulsión. El Opa siempre ha creído que en el juego de la democracia uno
siempre encuentra a quién votar, porque la mersa es grande y variada, como
diría el amigo don Julio. Y que por eso uno siempre tiene que buscar a alguien
que lo represente en sus ideas o proyectos. Y que en eso se juega la lealtad a
la democracia y al estado de derecho, palabras grandotas que el Opa aún enuncia
con respeto.
Pero ahora hay un ballotage. Hay
sólo dos opciones. Y encima se parecen tanto que tienen que recurrir a
imaginarios políticos que ninguno de los dos pueden honrar: el candidato
oficial no podrá ampliar derechos, ni el candidato opositor fortalecerá la
república. Los dos emiten cheques que no pueden pagar para encubrir una
pavorosa indigencia de propuestas. Los dos representan un escenario repulsivo
que terminará previsiblemente con gente hambreada.
Se nos pide votar con
responsabilidad, y que comamos todos los sapos que nos arrojen por cadena
nacional porque, aun si nos asquean, tenemos la obligación de pensar en el
otro. Nos psicopatean barato para votar a un candidato que ya tiene la tonfa
lista para salir a aporrear a los mismos pobres en cuyo nombre debemos votarlo.
Nos psicopatean más fino en nombre de un futuro republicano y sanamente liberal
en el que nadie cree. El Opa no tiene ganas de votar a ninguno.
Votar en blanco puede ser una forma
de expresar un rechazo, una herramienta para decir que uno no compra esos
buzones ni quiere hacerse responsable por una mentira o por otra. Despejada la
cuestión ideológica, esa vedette mal afeitada, uno puede tener razones para
votar a uno o a otro, pero jamás para forzar a los demás a votarlo. No elegimos
entre don Chicho Allende y don Konrad Adenauer. Votamos entre dos yogures
dietéticos con componentes altamente cancerígenos.
Por eso el Opa se rebela. Para las
huestes K, si uno vota en blanco le está haciendo el juego a la derecha. Para las
huestes centralistas, si uno vota en blanco le está haciendo el juego a la
Cámpora y a Aníbal. Hasta a los pobres troskos, que el Opa mira con piedad
condescendiente, están siendo psicopateados por los fascistas al servicio del
mismo gobierno que los revienta a balazos donde los encuentra. Ellos votarán en
blanco. Lo bien que hacen: votar al verdugo propio es de idiotas y de
peronistas. Los tristes troskos de la Comarca no son del todo ninguna de esas cosas. El Opa tampoco.
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