jueves, 12 de noviembre de 2015

Votar en blanco

 La vida en la Comarca exige una serie de paciencia impropia de este mundo. Tanto así que el Opa ya tiene sus gónadas al plato con las chicanas cruzadas y los improperios sotto voce y no tanto que se liga por ser ora k, ora anti k. En realidad el Opa no es ninguna de esas cosas, y en el debate de parvulario acalorado en el que se entretienen Sarracenos y Pleistocenos prefiere mirar la cosa medio desde afuera. No porque se crea más listo que el resto, sino porque lo apabulla el ruido de tanta perorata hueca. Mira desde afuera, no desde arriba.
Ahora se perora sobre la segunda vuelta. El candidato de la Presidenta María Estela Fernández de Neón comenzó muy mal este sprint electoral, con una campaña de miedo que fue rápidamente neutralizada por el ridículo. Pero como el ridículo a esta gente le gusta, desempolvaron la memoria noventista para acusar al opositor de simbolizar esa década nefanda. El Opa cree que ni a propósito se pueden pegar tantos tiros en los pies.
El candidato opositor durante esa década vivió de su actividad privada. El candidato oficial fue funcionario del temible tigre de los llanos, a quien no mencionaremos porque su nombre trae mala suerte (el Opa se toca, discretamente, la gónada derecha). La mayoría del elenco gobernante, incluyendo a la Presidenta Fernández de Neón y a su cónyuge, el barrilete cósmico, también fueron funcionarios de esa década. Como casi todo su gabinete de hoy. Forzaron, propiciaron, celebraron y cobraron en cada uno de los negociados y saqueos que asolaron la Comarca. Fueron Hunos enriquecidos, súbitos aduladores de un Atila que ahora desconocen y vituperan (mientras se tocan, discretamente también, la gónada derecha), han sido parte de las estampitas de una década de la que responsabilizan a un tipo que no era funcionario.
El Opa no encuentra diferencias serias entre ambos candidatos. Vaporosos, acomodaticios, contradictorios al compás de sus asesores de imagen, con la profundidad de una palangana y editados como un mal cuento, simbolizan versiones apenas diferentes de la misma idea. Son neoconservadores tratando de acomodarse a un relato populista, más o menos “progre”, o más o menos “moderado”. Uno de ellos ya mostró sus cartas: ha propuesto a un penitenciario y un carapintada para manejar justicia y seguridad, prometiendo que no tolerará más piquetes en la Comarca. Se ha vuelto Duhalde. Y cuando sus esbirros salgan a matar al pobrerío movilizado, el diario que lo acompaña dirá que la crisis se cobró más nuevas muertes.
El otro se ha mostrado más sereno, casi magnánimo. Pero se le nota la hilacha, proponiendo a un ultramontano salido de las catacumbas de la Inquisición. El Padre Rigoberto debe estar feliz. Pero también sus economistas se han hablado encima, prometiendo un país para las 20 manzanas que rodean a la Casa de Gobierno de la Comarca. Piensa el Opa que de todos modos no tendrá el poder necesario para imponer sus ideas. Afortunadamente.
Al Opa lo espantan los dos candidatos. Y que siente que no tiene por qué votar a gente que le causa repulsión. El Opa siempre ha creído que en el juego de la democracia uno siempre encuentra a quién votar, porque la mersa es grande y variada, como diría el amigo don Julio. Y que por eso uno siempre tiene que buscar a alguien que lo represente en sus ideas o proyectos. Y que en eso se juega la lealtad a la democracia y al estado de derecho, palabras grandotas que el Opa aún enuncia con respeto.
Pero ahora hay un ballotage. Hay sólo dos opciones. Y encima se parecen tanto que tienen que recurrir a imaginarios políticos que ninguno de los dos pueden honrar: el candidato oficial no podrá ampliar derechos, ni el candidato opositor fortalecerá la república. Los dos emiten cheques que no pueden pagar para encubrir una pavorosa indigencia de propuestas. Los dos representan un escenario repulsivo que terminará previsiblemente con gente hambreada.
Se nos pide votar con responsabilidad, y que comamos todos los sapos que nos arrojen por cadena nacional porque, aun si nos asquean, tenemos la obligación de pensar en el otro. Nos psicopatean barato para votar a un candidato que ya tiene la tonfa lista para salir a aporrear a los mismos pobres en cuyo nombre debemos votarlo. Nos psicopatean más fino en nombre de un futuro republicano y sanamente liberal en el que nadie cree. El Opa no tiene ganas de votar a ninguno.
Votar en blanco puede ser una forma de expresar un rechazo, una herramienta para decir que uno no compra esos buzones ni quiere hacerse responsable por una mentira o por otra. Despejada la cuestión ideológica, esa vedette mal afeitada, uno puede tener razones para votar a uno o a otro, pero jamás para forzar a los demás a votarlo. No elegimos entre don Chicho Allende y don Konrad Adenauer. Votamos entre dos yogures dietéticos con componentes altamente cancerígenos.

Por eso el Opa se rebela. Para las huestes K, si uno vota en blanco le está haciendo el juego a la derecha. Para las huestes centralistas, si uno vota en blanco le está haciendo el juego a la Cámpora y a Aníbal. Hasta a los pobres troskos, que el Opa mira con piedad condescendiente, están siendo psicopateados por los fascistas al servicio del mismo gobierno que los revienta a balazos donde los encuentra. Ellos votarán en blanco. Lo bien que hacen: votar al verdugo propio es de idiotas y de peronistas. Los tristes troskos de la Comarca no son del todo ninguna de esas cosas. El Opa tampoco.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario