sábado, 31 de octubre de 2015

Salir a asustar en la era de la boludez

Hubo elecciones en la Comarca, y Sarracenos y Pleistocenos quedaron mirándose sin entender lo que había ocurrido. El inapelable veredicto de las urnas estableció un resultado que no esperaba nadie, ni sus actores protagónicos, ni los periodistas a sueldo, ni los militontos de diversos colores. Ni, desde luego, el Opa de la Comarca, cuya candidata sacó tan poquitos votos que, si él y su familia no la hubieran votado, posiblemente hasta Moreau podría hacerle burla. Moreau…
Todas las encuestas auguraban el triunfo categórico del candidato ungido por el dedo autoritario de la Presidenta María Estela Fernández de Neón. Pero los resultados se demoraron muchas horas, y en el primer corte informativo, el que aparecía ganando era Macri, el denostado emblema noventista. Luego del estupor, que explicó por qué el Correo Oficial tardó tanto en difundir los resultados, cundió una mezcla de pavura y alegría en partes casi iguales. En lo único en lo que se unían los espantados y los festejantes era en la incredulidad por el resultado. Luego los números se revertirían, y ganaría el candidato oficial “por un par de puntitos”.
Lo interesante es lo que ocurrió después.
El candidato que perdió las elecciones se plantó como triunfador, seguro y magnánimo, hablándoles de futuro y de unión a todos los habitantes. El Opa no le cree una palabra, pero el impacto de esa primera aparición fue contundente.
Luego supo que el Peornismo había perdido la Provincia más extensa de la Comarca, su feudo inexpugnable desde donde controla el 40% de los votos. Ganó la candidata de Macri, a quienes sus detractores confunden con una maestra jardinera. Le ganó al temible Capitán Efedrina, el compadrito ricotero que se las sabe todas y fuma abajo del agua. El Opa se tienta, y tiene ganas de decirles a sus amigos oficialistas: “muchachos, la maestra jardinera le ganó al Don Corleone de Quilmes”. Pero deambulan enardecidos de odio, los muchachos del amor.
Mientras tanto, el candidato oficial tardó un rato largo en manotear un micrófono. Tuvo un discurso asustado, vengativo y dirigido a la parcialidad que gimoteaba ante las cámaras de televisión. Un discurso de perdedor, un discurso de alumno reprobado insultando al profe. La presidenta Fernández de Neón insistió en dos de sus pasatiempos favoritos: esconderse en la Patagonia cuando llueven malas noticias, y despreciar minuciosamente a su propio candidato. Sus pibes para la liberación le dieron la espalda al candidato, ganador al fin, y se refugiaron en el búnker del candidato a gobernador derrotado, a celebrar no se sabe qué junto con el ministro de economía, cuyo modesto premio consuelo fue ser electo diputado por la Capital.
El Opa dedicó esta semana a ver cómo se paraba cada sector de cara al ballotage. Tiene para sí que esos primeros días pueden ser decisivos, porque modelan un estado de ánimo que impregnará el trabajo electoral subsiguiente y que cree difícil poder modificar a mitad del río. Las reacciones de la militancia del relato fueron casi tan sorprendentes como la performance de su candidato: lamentables.
Acostumbrado el Opa a verlos resurgir de las cenizas cada vez que fueron derrotados, daba por descontado que reaccionarían con los reflejos y la precisión habituales para reconquistar laureles con un talento que hasta el Opa reconoce. En su lugar insistieron en su provecta costumbre de asustar con el miedo y las chicanas tontas.
“¡Se vuelven los noventa!”, decían, obviando los vínculos del candidato –y la misma presidenta- con lo más horrible de la década maldita. Apelaron más al miedo bobo que a la memoria, porque la memoria les retribuía cachetada tras cachetada: fotos de Él y Ella con Méndez, el innombrable, de quien el candidato del modelo fuera funcionario; sus presiones para privatizar la empresa petrolera porque ya la tenían vendida; su apoyo a una ley que amenazaba la educación pública…
El destino es inicuo para con los soberbios, y no quiere la suerte que ellos se enseñoreen en su vicio. Por eso, cada acusación al otro candidato era retrucada. Aparecía el rastro de pecados iguales o peores cometidos por los cruzados del modelo. Ha dicho el Opa que no le gusta Macri, ni piensa votarlo. Pero ante cada ataque han surgido cinco respuestas humillantes que deberían llamar al silencio a los militontos, si no fuera porque parecen empeñados en el ridículo. Cinco por uno, el General que los parió debe estar contento.
Siente algo de pena el Opa, porque algunos de los acólitos son buenas personas y son sus amigos. Y porque padecen “la maldición de la puta que los parió”, una construcción metafísica que explica que la izquierda peronista fue parida por una mentira: la de creer que el General era un instrumento revolucionario, y que había que utilizarlo como tal al costo de una profusa ingesta de batracios. La historia los ha desmentido una y otra vez. El cinismo que anida en esa ilusión se muerde la cola, porque finalmente los utilizados han sido ellos. En los ’50, en los ’70, en los ’90 y también ahora. Ese cinismo es también culpa: no fueron capaces de defender a su candidato preferido, el chico de los trenes a quien la presidenta bajó de un yuyazo furioso. Verticales y autoritarios, abandonaron a Randazzo, humillado, débil o demasiado sucio para defender su candidatura.
No fueron capaces de defender a un candidato que reivindicara las conquistas reales, y en cambio fueron en tropel detrás del siniestro candidato del peronismo real. El que maneja gobernaciones y chequeras, presupuesto y territorio, punteros y jueces: ha sido siempre la versión macabra de un populismo conservador que sólo se vistió de “progre” cuando necesitó el voto joven. Cuando se queda sin plata, el populismo muestra su verdadero rostro, y ese rostro ha sido rotundamente rechazado por los habitantes de la Comarca.

Pierden el tiempo con su campaña del miedo, porque sumarán muy poco y se lastimarán a sí mismos. Engolados en la soberbia y el cotillón ideológico, confundidos por el discurso y los cantitos, acunados por un relato mentiroso, no han logrado reaccionar proponiendo razones que convoquen al voto. No han defendido ningún presente ni futuro: apenas la incomprobable permanencia de un pasado que su candidato no les garantiza. Hay sólo más soberbia y más desprecio al voto popular, ese que sólo les gusta cuando ganan elecciones, limpias o no. Macri les agradece, muchachos. El Opa se los reprocha.

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