miércoles, 3 de junio de 2015

Ni una menos

El Opa llega de la marcha del día de hoy y comparte sus impresiones con los lectores. Como se sabe, una oleada de femicidios ha puesto a la Comarca en la triste necesidad de mirarse a sí misma para encontrar su rostro más misógino, violento y odioso. Una tras otra, las mujeres muertas en estos últimos años en la Comarca han confirmado que los discursos que mercantilizan a la mujer terminan por impregnar de violencia la cultura de sarracenos y pleistocenos, promoviendo y justificando comportamientos que resultan en femicidios con más frecuencia que lo que es moralmente aceptable. “Es que el verbo se hizo carne”, musita el primo místico del Opa, que recién entonces comprende el significado de esa frase críptica.
Llegó el Opa a la concentración, y vio mucha gente, muchas banderas y mucho ruido. Una de las banderas tenía el rostro del “Che” Guevara, héroe latinoamericano que tiene muy poco que enseñar en materia de género: era más machista aún que los campesinos cubanos que liberaba de la dictadura de Batista, el patrón de la isla prostibularia. Recuerda el Opa cuando los muchachos revolucionarios sostenían que el feminismo eran un placebo capitalista y burgués para distraer a la gilada (las mujeres) de la lucha de clases. Celebra que al menos hayan dado este pasito, pero sigue sin entender qué hace allí la bandera del “Che”, tan apropiada para otras ocasiones.
Caminó unos pasos más y encontró a los muchachos de La Cámpora. Se preguntó si habrían venido con el diputado Ottavis, o con el baterista de Callejeros. Había una bandera con el rostro de Él, quien jamás promovió iniciativa alguna contra la violencia doméstica. Acá el Opa no entrará en rumores que ha oído. Había una bandera de Ella, que sostenía que mientras fuera presidenta no habría aborto en la Comarca porque se lo impedían sus convicciones religiosas. Llegó a eyectar de su gobierno a su ministro de salud simplemente porque lo sugirió. Recuerda el Opa que, más allá de su propia opinión, no hay activista ni grupo dentro del feminismo que no reclame que al menos se discuta seriamente una posición sobre el aborto. Pero bueno, la coherencia no es algo que pueda esperarse de estos muchachos.
Casi junto a ellos había una bandera con el nombre de Daniel Scioli, ese candidato que alimentó su campaña electoral bailando en un programa abiertamente sexista que mercantiliza a las mujeres, y donde aceptó que a su propia esposa la manoseara su doble. Porque así lo requiere el espectáculo, ¿vio? Ese mismo candidato que se fotografió comulgando en una iglesia, ratificando que sus políticas estarán en línea con las de la Santa Madre. Se pregunta el Opa en qué planeta los frailes de religión alguna han respetado algo que remotamente se aproximara a la dignidad humana de las mujeres, pero sabe que está haciendo preguntas incómodas: hay un par de muchachos con crucifijos y cachiporras que lo están mirando cruzado.
Llegó hasta la columna del radicalismo, encabezada con un concejal que hace poquitos meses exhibía su foto con Sofovich, el padre putativo de Tinelli (no pun intended). Claro, el Día de la Mujer el referido presentador y proxeneta estiró la pata (no pun tampoco), y resultaba cool recordarlo con afecto. A dicho concejal se le advirtió que era inapropiado, justamente en el día de la mujer, celebrar a un personaje que además acostumbraba a fajar a sus parejas, y acorralado por el final de su camino hasta había tramado matar a su esposa y suicidarse. El concejal referido sostuvo que Sofovich era un personaje popular, y con eso bastaba. Claro, el concejal viene de un partido machista y prostibulario, en el que las mujeres deben hacer un esfuerzo desmesurado para integrar las listas. De las que se caen invariablemente cuando en la rosca hay que hacer un lugar para que entre el sobrino o el hijo del poronga de turno.
Había mucho ruido, porque varias agrupaciones habían llevado a los muchachos con sus bombos  y redoblantes. Los grupos competían entre sí para ver quién hacía más ruido: en un acto contra el machismo estos muchachos se la estaban midiendo en términos de decibeles, en el pavoneo idiota y colectivo de una docena de orates desacompasados que tienen menos ritmo que una tormenta de granizo. Los bombistos, apunta el Opa, eran todos varones.
Se pregunta el Opa por la necesidad de los bombos y redoblantes. Con ellos no hacen música alguna, ni siquiera pueden esbozar una mísera batucada porque demanda un esfuerzo mental ajeno a las posibilidades de los percusionistas improvisados. Sólo hacen ruido, que es la negación exacta, rotunda y absoluta de la palabra y el diálogo. Ruido para no oírse, ruido para impedir que otros se oigan, ruido para tapar cualquier discurso. Ruido para tapiar cualquier intento de comunicación, justo cuando es más urgente que nunca que las cosas se digan y se oigan.
“¡Eh, vigilante, lo’ bombo’ son la esspresión del pueblo, chabón!”, lo amonesta al Opa su primo kernerista. Se pregunta el Opa expresión de qué. Qué están comunicando o transmitiendo, más allá de sintonizar una clave Morse digna de un tartamudo electrocutado. Nada, no comunican nada más que la imposición de un silencio sepulcral por su polarización ad absurdum
Pero hay cosas que el Opa rescata. En medio del festival de machismo que supura en la Comarca, de consignas para nada inocentes, de ignorancias meticulosamente calculadas, es importante que la marcha haya sido masiva. No se marchó contra el gobierno, ni se marchó a favor de él. No se marchó para que un grupo le imponga sus reclamos salariales al transeúnte distraído. Se marchó para visibilizar un problema grave, para ponerlo en la agenda, para que personas de todos los sexos y géneros y edades y barrios comiencen a entender que el machismo mata, y que hay que construir otra cultura del respeto y la vida. Entonces piensa el Opa en todos esos rostros diversos, y alumbra una esperanza pequeñita que va a cobijar con todas sus energías.

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