Vuelve
el Opa porque lo convocan irremediablemente los desaguisados de la Comarca.
Vuelve en esta oportunidad para reírse un poco, aunque con risa triste, de los
compañeros que militan en el Relato y que guardan estampitas de Ella y Él como mesías
bajados de Sierra Maestra. Se les ríe el Opa porque la desesperación por
mantener la credibilidad del relato ha llevado a sus dirigentes a cometer una
torpeza digna de un principiante: le han creído a Moreau, Leopoldo, eterno
ñoqui bonaerense. Y han convertido a su yerno, que epitomiza el estereotipo de
radical inútil y vago, en candidato a vicejefe de gobierno de la capital de la
Comarca. El Opa irá explicando estas afirmaciones, y por qué es que lo
acontecido le da penita.
Moreau,
Leopoldo, trabaja de radical en esa máquina de poder alimentada a presupuesto público
y narcotráfico que es el peronismo bonaerense. Enviado por Alfonsín para que
sirviera de nexo entre el peronismo y la oposición radical, Moreau rápidamente
logró de ese mandado acuerdos más que fructíferos. Para sí mismo, claro. En
primer lugar logró ubicar en el presupuesto bonaerense a sus militantes y
dirigentes, la mayoría de los cuales contaba como única destreza la de recitar
prolijitamente la “Contradicción Fundamental” y otros elementos de la liturgia
alfonsinista. Casi ninguno de ellos trabajó jamás en ninguna otra cosa que no
implicara tomar café durante el 95% de su jornada laboral. En segundo lugar
logró impedir que desde los ’90 hasta la fecha el radicalismo bonaerense volviera
a ser competitivo, y así lo convirtió en una expresión lamentable que apenas alcanza
el 10% de intención de voto en los días buenos.
En
la última década recibió en encargo de propiciar un nuevo entendimiento con el
peronismo, y de allí nació ese engendro triste que fue la alianza entre el
pavote de Ricardito y el colorado De Narváez, candidato efedrínico y tatuado. Rápido
para quedarse con los vueltos, Moreau logró convertirse en empleado del Grupo
Vila, es decir, de José Luis Manzano, el jefe político de De Narváez. Empleado es
una forma de decir: cuando finalmente se quedó sin el sueldo del estado nacional
o bonaerense, le blanquearon el sueldo que le pagaban desde el aparato
peronista para operar adentro del radicalismo. Es que, como sucede en estos
casos, el radical que había sido enviado a negociar con los peronistas, se convirtió
en un operador del peronismo dentro de la UCR. Cosas de la Comarca, ¿vio?
Pero
eso se terminó, cuando Moreau contagió su talento político que consiste en
sacar siempre menos votos que en la elección anterior. Es decir, cuando De
Narváez entendió que el tipo le restaba más de lo que le sumaba. Al mismo
tiempo, Ricardito el pavote logró desbancar a Moreau del radicalismo
bonaerense, después de décadas de operaciones provechosas como un tumor mal
detectado. Entonces Moreau tuvo que recalcular. Y con él su pandilla: hijas y
yerno.
Una
de sus hijas trabaja actualmente para Sergio Massa, el ex intendente del
paraíso narco más chic de Sudamérica. Otra de sus hijas, y su yerno, lo
siguieron en su larga peregrinación hacia la guarida donde se refugian las
foscas huestes del oficialismo nacional: cruzaron la calle.
Moreau
comenzó a hablar bien de la Presidenta Fernández de Neón, y a olvidar los
agravios vertidos cuando cobraba el sueldo en otra ventanilla. Su yerno hizo lo
propio, y armó una agrupación que se dice alfonsinista. Al chico, y al viejo,
los invitaron a ese programa en la tele donde un grupo de orates indoctrinados
repiten la línea que les baja Zannini, el maoísta recuperado. Se sobaron el
lomo mutuamente: al chico lo llevaron de viaje en la comitiva de La Cámpora,
esa triste expresión estatal que reivindica un inútil mayor de obsecuencia
criminal y autogolpista, y a su regreso le blanquearon el sueldo con un cargo
en el gobierno nacional. Un cargo que le queda grande, porque para hacerlo funcionar
tendría que haber estudiado algo alguna vez en su vida.
Lo
interesante es que apenas al chico lo convirtieron en acompañante de un
desfalcador serial, la prensa malvada comenzó a desenterrar los twitts
maledicentes que el susodicho había dedicado a Ella, a Él y a su gobierno
cuando era opositor. Es decir, hace menos de un año.
Sabe
el Opa que un año es muchísimo tiempo en la Comarca, y que las cosas son
siempre móviles, dinámicas, que la realidad es un caleidoscopio enloquecido
rebotando sobre una calle empedrada de desilusiones. Pero sabe también que aún
el borocotazo más alevoso necesita alguna justificación, algún lubricante que amenice
el lento desplazamiento de batracios por la tráquea de los creyentes. En este
caso no hubo nada. Hubo conversión espontánea, y ni siquiera el reflejo tardío
de borrar los twitts acusadores.
Pero
lo lamentable no terminó allí. Puesto a explicarse, el muchacho no tuvo mejor
idea que admitir que puso esas cosas para ganar notoriedad, que en un pueril
ejercicio de narcisismo pavote quiso congraciarse con los dioses internéticos ofrendándoles
vituperaciones ramplonas. Que puteó para la tribuna, bah. Como la imbecilidad
nunca tiene límites ni fondo, admitió que no habría recurrido al escarnio de
sus actuales jefes si hubiera sabido que algún día cobraría en esa ventanilla. Es
decir, admitió que hubiera sido más calculador, más hipócrita, más taimado.
Pero
no le da. No le dio. Es lo que es, retoño político de un tipo cuya estatura
moral y política es el 2% que sacó cuando finalmente fue candidato a
presidente. Y como tal, el flamante candidato acarrea sobre sí el estigma de la
estupidez mediocre, mezquina, vividora e inútil que caracteriza a los radicales
“hijosde” (definición ésta que incluye a hijos y entenados). El entenado del “Marciano”
Moreau resulta ser tan listo como Mork, tan lúcido como Alf, tan confiable como
Diana (la de “V, Invasión Extraterrestre). En los Expedientes X de la mediocridad
política de la Comarca, el Opa no ha encontrado registro alguno para este
muchacho, así de inútil es.
Es
de suponer que cuando pasen las elecciones y se reponga de la paliza que le
propinarán tanto propios como ajenos, Tirios y Troyanos, sarracenos y
pleistocenos, el candidato derrotado elevará al cielo del conurbano bonaerense su
dedito incandescente, en dirección a los campos que Moreau posee cerca de
General Pinto. Y con voz trémula dirá “E.T., teléfono, mi casa. Mi caaasaa”.
Sólo que esta vez es difícil imaginar que sus nuevos compañeros de fechorías lo
lleven en el canastito de la bicicleta. El peronismo es despiadado con los
perdedores. Especialmente si son
importados.
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