domingo, 10 de mayo de 2015

Encuentros cercanos del tercer tipo

Vuelve el Opa porque lo convocan irremediablemente los desaguisados de la Comarca. Vuelve en esta oportunidad para reírse un poco, aunque con risa triste, de los compañeros que militan en el Relato y que guardan estampitas de Ella y Él como mesías bajados de Sierra Maestra. Se les ríe el Opa porque la desesperación por mantener la credibilidad del relato ha llevado a sus dirigentes a cometer una torpeza digna de un principiante: le han creído a Moreau, Leopoldo, eterno ñoqui bonaerense. Y han convertido a su yerno, que epitomiza el estereotipo de radical inútil y vago, en candidato a vicejefe de gobierno de la capital de la Comarca. El Opa irá explicando estas afirmaciones, y por qué es que lo acontecido le da penita.
Moreau, Leopoldo, trabaja de radical en esa máquina de poder alimentada a presupuesto público y narcotráfico que es el peronismo bonaerense. Enviado por Alfonsín para que sirviera de nexo entre el peronismo y la oposición radical, Moreau rápidamente logró de ese mandado acuerdos más que fructíferos. Para sí mismo, claro. En primer lugar logró ubicar en el presupuesto bonaerense a sus militantes y dirigentes, la mayoría de los cuales contaba como única destreza la de recitar prolijitamente la “Contradicción Fundamental” y otros elementos de la liturgia alfonsinista. Casi ninguno de ellos trabajó jamás en ninguna otra cosa que no implicara tomar café durante el 95% de su jornada laboral. En segundo lugar logró impedir que desde los ’90 hasta la fecha el radicalismo bonaerense volviera a ser competitivo, y así lo convirtió en una expresión lamentable que apenas alcanza el 10% de intención de voto en los días buenos.
En la última década recibió en encargo de propiciar un nuevo entendimiento con el peronismo, y de allí nació ese engendro triste que fue la alianza entre el pavote de Ricardito y el colorado De Narváez, candidato efedrínico y tatuado. Rápido para quedarse con los vueltos, Moreau logró convertirse en empleado del Grupo Vila, es decir, de José Luis Manzano, el jefe político de De Narváez. Empleado es una forma de decir: cuando finalmente se quedó sin el sueldo del estado nacional o bonaerense, le blanquearon el sueldo que le pagaban desde el aparato peronista para operar adentro del radicalismo. Es que, como sucede en estos casos, el radical que había sido enviado a negociar con los peronistas, se convirtió en un operador del peronismo dentro de la UCR. Cosas de la Comarca, ¿vio?
Pero eso se terminó, cuando Moreau contagió su talento político que consiste en sacar siempre menos votos que en la elección anterior. Es decir, cuando De Narváez entendió que el tipo le restaba más de lo que le sumaba. Al mismo tiempo, Ricardito el pavote logró desbancar a Moreau del radicalismo bonaerense, después de décadas de operaciones provechosas como un tumor mal detectado. Entonces Moreau tuvo que recalcular. Y con él su pandilla: hijas y yerno.
Una de sus hijas trabaja actualmente para Sergio Massa, el ex intendente del paraíso narco más chic de Sudamérica. Otra de sus hijas, y su yerno, lo siguieron en su larga peregrinación hacia la guarida donde se refugian las foscas huestes del oficialismo nacional: cruzaron la calle.
Moreau comenzó a hablar bien de la Presidenta Fernández de Neón, y a olvidar los agravios vertidos cuando cobraba el sueldo en otra ventanilla. Su yerno hizo lo propio, y armó una agrupación que se dice alfonsinista. Al chico, y al viejo, los invitaron a ese programa en la tele donde un grupo de orates indoctrinados repiten la línea que les baja Zannini, el maoísta recuperado. Se sobaron el lomo mutuamente: al chico lo llevaron de viaje en la comitiva de La Cámpora, esa triste expresión estatal que reivindica un inútil mayor de obsecuencia criminal y autogolpista, y a su regreso le blanquearon el sueldo con un cargo en el gobierno nacional. Un cargo que le queda grande, porque para hacerlo funcionar tendría que haber estudiado algo alguna vez en su vida.
Lo interesante es que apenas al chico lo convirtieron en acompañante de un desfalcador serial, la prensa malvada comenzó a desenterrar los twitts maledicentes que el susodicho había dedicado a Ella, a Él y a su gobierno cuando era opositor. Es decir, hace menos de un año.
Sabe el Opa que un año es muchísimo tiempo en la Comarca, y que las cosas son siempre móviles, dinámicas, que la realidad es un caleidoscopio enloquecido rebotando sobre una calle empedrada de desilusiones. Pero sabe también que aún el borocotazo más alevoso necesita alguna justificación, algún lubricante que amenice el lento desplazamiento de batracios por la tráquea de los creyentes. En este caso no hubo nada. Hubo conversión espontánea, y ni siquiera el reflejo tardío de borrar los twitts acusadores.
Pero lo lamentable no terminó allí. Puesto a explicarse, el muchacho no tuvo mejor idea que admitir que puso esas cosas para ganar notoriedad, que en un pueril ejercicio de narcisismo pavote quiso congraciarse con los dioses internéticos ofrendándoles vituperaciones ramplonas. Que puteó para la tribuna, bah. Como la imbecilidad nunca tiene límites ni fondo, admitió que no habría recurrido al escarnio de sus actuales jefes si hubiera sabido que algún día cobraría en esa ventanilla. Es decir, admitió que hubiera sido más calculador, más hipócrita, más taimado.
Pero no le da. No le dio. Es lo que es, retoño político de un tipo cuya estatura moral y política es el 2% que sacó cuando finalmente fue candidato a presidente. Y como tal, el flamante candidato acarrea sobre sí el estigma de la estupidez mediocre, mezquina, vividora e inútil que caracteriza a los radicales “hijosde” (definición ésta que incluye a hijos y entenados). El entenado del “Marciano” Moreau resulta ser tan listo como Mork, tan lúcido como Alf, tan confiable como Diana (la de “V, Invasión Extraterrestre). En los Expedientes X de la mediocridad política de la Comarca, el Opa no ha encontrado registro alguno para este muchacho, así de inútil es.

Es de suponer que cuando pasen las elecciones y se reponga de la paliza que le propinarán tanto propios como ajenos, Tirios y Troyanos, sarracenos y pleistocenos, el candidato derrotado elevará al cielo del conurbano bonaerense su dedito incandescente, en dirección a los campos que Moreau posee cerca de General Pinto. Y con voz trémula dirá “E.T., teléfono, mi casa. Mi caaasaa”. Sólo que esta vez es difícil imaginar que sus nuevos compañeros de fechorías lo lleven en el canastito de la bicicleta. El peronismo es despiadado con los perdedores. Especialmente si  son importados.

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