domingo, 7 de septiembre de 2014

Por sus frutos lo conoceréis

Y así fue como imputaron a Ramoncito, el cacique de la Comarca chica. Lo imputaron a lo bobo, por dejar los dedos marcados en uno de esos hechos de presunta corrupción que al Opa lo dejan pensando si son o se hacen. Habla el Opa de “presunta”, porque no ha podido ver cuales son sus argumentos de defensa, y prefiere no abrir un juicio sin tener claro qué pasó.
En principio hubo un desvío de subsidios nacionales que, en lugar de ir a la empresa de transportes municipal, iban a una empresa privada. Ramoncito sostiene que fue un error de los funcionarios nacionales, que los municipales advirtieron tarde, y que cuando lo hicieron devolvieron ese dinero. Este argumento en realidad podría ser plausible en sentido jurídico, pero el Opa cree que políticamente ya se ha cometido el daño: para sarracenos y pleistocenos, Ramoncito es un chorro marca Boudou. No importa que se lo impute por desviar fondos de un transporte a otro, y no a su cuenta personal. Tampoco importa que al devolver el dinero no hubo perjuicio para el estado. El tipo ya ha sido condenado.
El Opa se pregunta por la facilidad con la que se condenó de antemano a Ramoncito y sus funcionarios, y concluye que hay cierto hartazgo con el alcalde de la Comarca; con él y con su corte de amiguitos de familias notables. Han sido malos gestores de una ciudad complicada, porque han creído que era fácil y que sería rentable en muchos sentidos, que con el apellido alcanza y sobra. Y este es el punto que el Opa quiere sostener: Ramoncito simboliza todo lo que está mal con el radicalismo.
Partido machista, nepotista, con discurso que atrasa y no se renueva desde los ´80, sin cuadros técnicos ni de gestión, con un verticalismo en la toma de decisiones que desmiente su compromiso con la democracia. Una pequeña oligarquía. Ramoncito, hijo de un ex-intendente y gobernador, se ha rodeado de funcionarios que son casi todos “hijos de”.
Hijos de otros funcionarios de su padre, casi ninguno de ellos ha tenido militancia en los barrios, la sociedad civil o la universidad. Se han criado visitando a sus padres en ministerios y secretarías, se han hecho amigos en los asados donde sus padres trenzaban las listas de diputados. Compartieron las siestas de los domingos, las primeras fiestas, las “americanas”, y luego, casi todos, la facultad de abogacía. Compartieron la noche más top de la Comarca y el vago prestigo que sus apellidos aportaban: los VIPs se les abrían como flores en primavera.
Cuando Ramón padre fue interventor en Corrientes muchos “hijos de” fueron con él, comenzando por Ramoncito. Allí fueron nombrados en funciones oficiales, en ministerios y juzgados, en dependencias diversas. Hay que preguntarle a los ciudadanos correntinos qué opinión tienen de los jóvenes cordobeses que se quedaron con los despachos. Hay que preguntarles a los radicales correntinos qué piensan de esos jóvenes funcionaros que jamás pisaron un comité. Y no perecer bajo una andanada de improperios, vituperaciones y alusiones a las siete plagas de Egipto.
Manejaban las “cuevas” donde cambiaban por pesos los bonos que su padre había implantado como “cuasi monedas”, una curiosa costumbre de la época. Acaso manejaron otros negocios que el Opa desconoce. Volvieron todos con mucho dinero. Algunos de ellos se dedicaron a la actividad privada, casi recién recibidos y con contactos y recursos para seguir haciendo aún más dinero. Seguían sin pisar un comité.
Hasta que los pisaron.
Y con una profunda ignorancia sobre la historia, las ideas, las circunstancias del partido de sus mayores, comenzaron a construir poder de la misma manera que lo había hecho Ramón padre: excluyendo, eliminando, restringiendo. Así, fueron manipulando las reglas internas para que fuera casi imposible participar en una elección interna, mucho menos alcanzar una minoría que debía ser cada vez más grande para poder obtener representación.
Cuando estallaron las crisis municipales Ramoncito tuvo el tupé de reclamar el apoyo del resto del partido. El mismo que él mismo y sus amigos habían expulsado de la toma de decisiones. Erigido en emperador modesto de un viejo partido, rodeado de una corte de apellidos repetidos, fue incapaz de tomar en serio a nadie que tuviera una idea. Porque les temen a las ideas, y cuando necesitan una no saben cómo usarlas, y pasan vergüenza.
Han implantado una cultura de la incultura, una mística del negociado chico, un generoso ejercicio de la soberbia. Han reducido el partido a una mera colectora del peronismo cordobés, tradición inaugurada por Ramón padre y sus sucesores en el manejo del partido. Han aplacado todo intento de discusión interna, todo intento de pensar en el poder grande y no según las aspiraciones económicas de Ramón y sus hermanos de crianza. Hoy piensan en cómo zafar de los tarascones de la Justicia, y tratarán de armar las listas conforme a los fueros que cada uno necesite.
Piensa el Opa que con ellos no hay salida. No sabe cuál es la clave, cómo se hace, de dónde construir liderazgos más sanos. Pero sí tiene absolutamente claro que la UCR de Córdoba no podrá volver a ser un partido liberal igualitario, con inserción popular y capacidad de futuro, hasta que no se borre de la memoria del radicalismo hasta el último vestigio del apellido Mestre, y de todos los apellidos de los hijos de quienes lo han manejado y en su nombre han cobrado desde la recuperación de la democracia. Con tanto botarate alimentado a Presupuesto la UCR jamás podrá servir a los fines que le dieron origen: la causa de los desposeídos.

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