El Opa, se ha indicado,
suele dedicar parte de su tiempo a ocupaciones lúdicas, como mirar
las carreras por TV. También mira algunos programas, pero no tanto,
la TV lo agota y le da tirria: se sabe que la calidad de la
televisión en la Comarca es penosa y los periodistas del ramo no son
mejores que los periodistas en general. Lo cual es decir poco, es
decir, es decir mucho.
El tema es que supo de un
episodio que lo ha llenado de vergüenza ajena y propia, y también
mucha vergüenza nacional y popular. Resulta que del más recóndito
rincón de la Comarca han expulsado a cascotazo limpio al equipo de
un show inglés que viene a probar autos y molestar gente por los
lugares más insólitos. El show se llama Top Gear, y existe hace
décadas en esa isla brumosa de donde vienen los Beatles y el kidney
pie. Hace unos días estaban en Ushuaia tratando de filmar parte de
su programa, cuando se desató uno de los más insólitos temporales
de imbecilidad que el Opa recuerde. Uno de los autos tiene una
patente (H982FKL) que aparentemente sugería una conexión con las
Islas Malvinas: se argumentaba que quería decir “1982 FalKLands”.
Otros dos autos tenían cifras cercanas, o que si uno les daba vuelta
uno de los números se parecía, o de alguna manera parecía indicar
el número de muertos oficiales de ambos ejércitos contendientes.
Jeremy Clark, el
conductor del programa, adora irritar a sus contertulios televisivos
con comentarios racistas, homófobos y soberbios. En su show, el
personaje del tipo es políticamente incorrecto y parece estar
siempre buscando que le acomoden la dentadura a mamporros. Pero es su
programa, y si uno no lo soporta puede cambiar de canal. O apagar el
televisor.
Ahora, de algún modo,
una horda de subnormales se enteraron de que Clark estaba llegando a
Ushuaia y la emprendieron a pedradas contra el tipo, sus autos y sus
equipos. Los “rescató” la policía, que los amenazó veladamente
para que se fueran.
Como si la idiotez
ambiente no fuera suficiente, el concejo deliberante de Ushuaia los
declaró personas no gratas. A un programa de autos que miran 3 o 4
personas de esa ciudad. Luego, un par de legisladores sacaron pecho,
camuflaron el sentido del ridículo, y propusieron en la Legislatura
un desagravio. Ni siquiera han visto el programa, que a esta altura
es lo de menos. Les dijeron que un grupo de ingleses andaban en unos
autos cuya patente refería a las Malvinas “burlando la
sensibilidad patriótica” y esas gansadas.
La producción del
programa insiste en que la patente del auto es una mera casualidad,
pero eso es irrelevante por dos razones, piensa el Opa. Primero,
porque es el tipo de bromas que Clark hace todo el tiempo, y es
demasiada coincidencia para tomarla en serio. Segundo, porque aún si
fuera cierto que compraron ese auto justamente por la patente, sería
insólito prohibirles a los tipos que lo usen en la Comarca.
Piensa el Opa que todos
los populismos muestran la hilacha autoritaria cuando son objeto del
sarcasmo y la burla. El humor, como lubricante cultural, es corrosivo
con los que se toman a sí mismos demasiado en serio, y peor aún
para los que son tan pobres de espíritu que tienen que vestirse de
boato y solemnidad. La Patria, el sentir nacional, el
antiimperialismo, esas excusas banales para el resentimiento y la
mediocridad universal, no pueden ser jamás objeto de burla. Porque
los que amontonan poder a cuenta de esas palabras grandilocuentes
quedan expuestos, inermes en su estupidez, su avaricia y su
mezquindad.
Pero como el populismo es
una enfermedad contagiosa, basta con ver los comentarios en la calle
y en los diarios. Montón de energúmenos felicitando a los
orangutanes apedreadores (perdón oranguntanes), celebrando que
echaron a pedradas a un grupo de ingleses que se divierten provocando
gente, boqueando con gallardía de compadrito pitocorto que el
cascoteo austral ha reivindicado nuestra “dignidá”.
Piensa el Opa en las
banderitas, las cruces, las iglesias. En los uniformes y pecheras, en
los cantitos y los bombos. Piensa en la liturgia gregaria de los
símbolos populistas, inflados como un sapo frente al espejo. Piensa
en el patrioterismo de los resentidos. Y se pregunta en qué planeta
esas cosas han servido para algo, en qué lugar los padres Rigobertos
y los carapintadas de ayer y hoy han guiado hacia puertos propicios
los pueblos de la Comarca. La respuesta es nunca. La imbecilidad
nunca ha dignificado a nadie.
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