lunes, 6 de octubre de 2014

Cascoteo nacional y popular

El Opa, se ha indicado, suele dedicar parte de su tiempo a ocupaciones lúdicas, como mirar las carreras por TV. También mira algunos programas, pero no tanto, la TV lo agota y le da tirria: se sabe que la calidad de la televisión en la Comarca es penosa y los periodistas del ramo no son mejores que los periodistas en general. Lo cual es decir poco, es decir, es decir mucho.
El tema es que supo de un episodio que lo ha llenado de vergüenza ajena y propia, y también mucha vergüenza nacional y popular. Resulta que del más recóndito rincón de la Comarca han expulsado a cascotazo limpio al equipo de un show inglés que viene a probar autos y molestar gente por los lugares más insólitos. El show se llama Top Gear, y existe hace décadas en esa isla brumosa de donde vienen los Beatles y el kidney pie. Hace unos días estaban en Ushuaia tratando de filmar parte de su programa, cuando se desató uno de los más insólitos temporales de imbecilidad que el Opa recuerde. Uno de los autos tiene una patente (H982FKL) que aparentemente sugería una conexión con las Islas Malvinas: se argumentaba que quería decir “1982 FalKLands”. Otros dos autos tenían cifras cercanas, o que si uno les daba vuelta uno de los números se parecía, o de alguna manera parecía indicar el número de muertos oficiales de ambos ejércitos contendientes.
Jeremy Clark, el conductor del programa, adora irritar a sus contertulios televisivos con comentarios racistas, homófobos y soberbios. En su show, el personaje del tipo es políticamente incorrecto y parece estar siempre buscando que le acomoden la dentadura a mamporros. Pero es su programa, y si uno no lo soporta puede cambiar de canal. O apagar el televisor.
Ahora, de algún modo, una horda de subnormales se enteraron de que Clark estaba llegando a Ushuaia y la emprendieron a pedradas contra el tipo, sus autos y sus equipos. Los “rescató” la policía, que los amenazó veladamente para que se fueran.
Como si la idiotez ambiente no fuera suficiente, el concejo deliberante de Ushuaia los declaró personas no gratas. A un programa de autos que miran 3 o 4 personas de esa ciudad. Luego, un par de legisladores sacaron pecho, camuflaron el sentido del ridículo, y propusieron en la Legislatura un desagravio. Ni siquiera han visto el programa, que a esta altura es lo de menos. Les dijeron que un grupo de ingleses andaban en unos autos cuya patente refería a las Malvinas “burlando la sensibilidad patriótica” y esas gansadas.
La producción del programa insiste en que la patente del auto es una mera casualidad, pero eso es irrelevante por dos razones, piensa el Opa. Primero, porque es el tipo de bromas que Clark hace todo el tiempo, y es demasiada coincidencia para tomarla en serio. Segundo, porque aún si fuera cierto que compraron ese auto justamente por la patente, sería insólito prohibirles a los tipos que lo usen en la Comarca.
Piensa el Opa que todos los populismos muestran la hilacha autoritaria cuando son objeto del sarcasmo y la burla. El humor, como lubricante cultural, es corrosivo con los que se toman a sí mismos demasiado en serio, y peor aún para los que son tan pobres de espíritu que tienen que vestirse de boato y solemnidad. La Patria, el sentir nacional, el antiimperialismo, esas excusas banales para el resentimiento y la mediocridad universal, no pueden ser jamás objeto de burla. Porque los que amontonan poder a cuenta de esas palabras grandilocuentes quedan expuestos, inermes en su estupidez, su avaricia y su mezquindad.
Pero como el populismo es una enfermedad contagiosa, basta con ver los comentarios en la calle y en los diarios. Montón de energúmenos felicitando a los orangutanes apedreadores (perdón oranguntanes), celebrando que echaron a pedradas a un grupo de ingleses que se divierten provocando gente, boqueando con gallardía de compadrito pitocorto que el cascoteo austral ha reivindicado nuestra “dignidá”.

Piensa el Opa en las banderitas, las cruces, las iglesias. En los uniformes y pecheras, en los cantitos y los bombos. Piensa en la liturgia gregaria de los símbolos populistas, inflados como un sapo frente al espejo. Piensa en el patrioterismo de los resentidos. Y se pregunta en qué planeta esas cosas han servido para algo, en qué lugar los padres Rigobertos y los carapintadas de ayer y hoy han guiado hacia puertos propicios los pueblos de la Comarca. La respuesta es nunca. La imbecilidad nunca ha dignificado a nadie.

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