Ocurre cada tanto en la
Comarca que las cosas se desbarrancan hacia la derecha. Esto ocurre
cada vez que al peronismo se le acaban las rupias y los tombuctúes.
En esas ocasiones, los laburantes dejan de ser la columna vertebral
del movimiento y se convierten en opos destituyentes que pretenden
desestabilizar un gobierno Nac&Pop, como el de la presidenta
Fernández de Neón.
Esta es historia vieja y
hasta el Opa la sabe de memoria. Pero siempre hay una caterva de
convencidos que precisan creer, con la fe de los conversos, que el
relato no se cae, que todo sigue igual de bien, que son detalles
pequeños en una épica colectiva con slogans setentistas. Entonces
recitan su mantra: “este gobierno no reprime la protesta social”.
Claro que no la reprimió, porque cooptó a muchos de sus líderes al
comienzo del mandato y porque la vuelta a la normalidad después del
incendio peronista del 2001 implicó la reapertura de puestos de
trabajos. No les hizo falta.
Ahora, que las papas
queman porque hasta el INDEC admite la recesión y la espiral
inflacionaria, ahora que se comienzan a perder los trabajos, ahora
que vuelven los discursos xenófobos, ahora comienzan los laburantes
a protestar de nuevo en las calles y rutas de la Comarca. Ahora que
hay una oportunidad para poner a prueba el mantra en el campo de la
realidad, ahora podemos ver, en vivo y en directo, cómo hacen tronar
el escarmiento sobre los trabajadores ingratos que pretenden laburar
y comer todos los días. Ahora, como diría el primo funcionario del
Opa, “los recagamos a palos, por zurdos”.
Pero el Opa mira y mira,
y encuentra cosas espantosas. Ahora, en uno de esos ejercicios
rituales del palazo peronista, vimos todos cómo un gendarme de
generosas proporciones se tiró sobre un auto como si fuera Arjen
Robben en el área chica de México. Resulta que cierran una fábrica
y los trabajadores protestan sobre la Panamericana. Ya otras veces
Sergio Berni, el patovica carapintada de Ella, ordenó detener a los
manifestantes y encarcelarlos en Campo de Mayo. Esas cosas, recuerda
el Opa, ocurrían durante la invasión de los Marcianos: venian los
tipos de verde, te agarraban y te metían de prepo en Campo de Mayo.
“Bueno”, sostiene el primo funcionario del Opa, “pero ahora ya
no desaparecen”. Y, no. Pero los meten en un lugar de infame
memoria, donde miles fueron torturados y ejecutados. Eso, dice el
Opa, en la Comarca se llama “apriete”. ¿Se acuerdan cuando el
Opa hablaba de los aprietes?
Ahora, Berni, el
carapintada que levantó el regimiento de Rospentek en Santa Cruz en
Semana Santa y Monte Caseros, ha puesto a un oficial de Inteligencia
(inteligencia militar es un oxímoron, advierte el Opa) para
infiltrarse entre “el zurdaje” y marcarlos para que la policía
los detenga. Este hombre es el Coronel Roberto Ángel Galeano. En
cada operativo de represión se lo ve, canoso y barbudo, de civil,
entre la gente, dando directivas y supervisando la tarea de tipos
como el gendarme que le destrozó el parabrisas a un laburante.
El mismo Berni, inefable,
se sumó al coro xenófobo de Scioli, Capitanich o de los prohombres
del progresismo de Él y Ella: Granados con su Ithaka al hombro, ese
remedo barbado del peor Osinde; Otacehé, el patotero converso;
Curto, el modelo de amplitud y tolerancia. Hasta el “cuervo”
Larroque, camporista iletrado, dijo que “los que hacen piquetes no
son peronistas”. Suponemos que eso quiere decir que merecen la
inopinada actuación del gendarme de la Panamericana.
Entonces recuerda el Opa
un librito que leyó (y recomienda): “Un enemigo para la Nación.
Orden interno, violencia y “subversión”, 1973-1976”. En él
se narra la caza de brujas desatada contra cualquiera que no
perteneciera a la ultraderecha peronista: se acusaba a alguien de
“infiltrado marxista” y se lo dejaba servido en bandeja para que
los compañerazos de la AAA lo persuadieran por la fuerza del plomo
de las ventajas de mudarse a otro barrio, preferentemente en el cielo
o el infierno. La mecánica es la misma: si alguien arma quilombo y
es peronista, es lucha popular; si no lo es, es un infiltrado que
responde a intereses foráneos. Entonces: Campo de Mayo, o algún
otro calabozo. Total, siempre habrá a mano un fiscal de apellido
pituco feliz de encerrar a un laburante.
Eso es el peronismo
cuando se queda sin plata. Macartismo, palo y adentro. Al menos ahora
no acribillan a la gente ni aparecen los opositores colgando de un
puente como un péndulo macabro en las autopistas de la Comarca. “Es
que ahora hay Twitter”, le informan al Opa.
Sabe el Opa que cuando se
acaba la fiesta populista y la gente sale a las calles a pedir por
sus trabajos, la respuesta unívoca es un festival de palazos y
calabozos. Lo ha visto en los '50, en los '70, en los '90, y... ¡oh,
caramba! ¡otra vez estamos a la mitad de una década impar!
Se asusta el Opa, mira el
calendario y aprieta los dientes. Leyó en una novela que en Irlanda
no existe el futuro, sino el mismo pasado que vuelve una y otra vez.
Acá en la Comarca también, cada tantos años el populismo
desbarranca por el lado de la tonfa y los borcegos, mientras la
gilada aplaude mirando Paka Paka.
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