jueves, 4 de septiembre de 2014

Berni y la deriva autoritaria de la fuerza del amor

Ocurre cada tanto en la Comarca que las cosas se desbarrancan hacia la derecha. Esto ocurre cada vez que al peronismo se le acaban las rupias y los tombuctúes. En esas ocasiones, los laburantes dejan de ser la columna vertebral del movimiento y se convierten en opos destituyentes que pretenden desestabilizar un gobierno Nac&Pop, como el de la presidenta Fernández de Neón.
Esta es historia vieja y hasta el Opa la sabe de memoria. Pero siempre hay una caterva de convencidos que precisan creer, con la fe de los conversos, que el relato no se cae, que todo sigue igual de bien, que son detalles pequeños en una épica colectiva con slogans setentistas. Entonces recitan su mantra: “este gobierno no reprime la protesta social”. Claro que no la reprimió, porque cooptó a muchos de sus líderes al comienzo del mandato y porque la vuelta a la normalidad después del incendio peronista del 2001 implicó la reapertura de puestos de trabajos. No les hizo falta.
Ahora, que las papas queman porque hasta el INDEC admite la recesión y la espiral inflacionaria, ahora que se comienzan a perder los trabajos, ahora que vuelven los discursos xenófobos, ahora comienzan los laburantes a protestar de nuevo en las calles y rutas de la Comarca. Ahora que hay una oportunidad para poner a prueba el mantra en el campo de la realidad, ahora podemos ver, en vivo y en directo, cómo hacen tronar el escarmiento sobre los trabajadores ingratos que pretenden laburar y comer todos los días. Ahora, como diría el primo funcionario del Opa, “los recagamos a palos, por zurdos”.
Pero el Opa mira y mira, y encuentra cosas espantosas. Ahora, en uno de esos ejercicios rituales del palazo peronista, vimos todos cómo un gendarme de generosas proporciones se tiró sobre un auto como si fuera Arjen Robben en el área chica de México. Resulta que cierran una fábrica y los trabajadores protestan sobre la Panamericana. Ya otras veces Sergio Berni, el patovica carapintada de Ella, ordenó detener a los manifestantes y encarcelarlos en Campo de Mayo. Esas cosas, recuerda el Opa, ocurrían durante la invasión de los Marcianos: venian los tipos de verde, te agarraban y te metían de prepo en Campo de Mayo. “Bueno”, sostiene el primo funcionario del Opa, “pero ahora ya no desaparecen”. Y, no. Pero los meten en un lugar de infame memoria, donde miles fueron torturados y ejecutados. Eso, dice el Opa, en la Comarca se llama “apriete”. ¿Se acuerdan cuando el Opa hablaba de los aprietes?
Ahora, Berni, el carapintada que levantó el regimiento de Rospentek en Santa Cruz en Semana Santa y Monte Caseros, ha puesto a un oficial de Inteligencia (inteligencia militar es un oxímoron, advierte el Opa) para infiltrarse entre “el zurdaje” y marcarlos para que la policía los detenga. Este hombre es el Coronel Roberto Ángel Galeano. En cada operativo de represión se lo ve, canoso y barbudo, de civil, entre la gente, dando directivas y supervisando la tarea de tipos como el gendarme que le destrozó el parabrisas a un laburante.
El mismo Berni, inefable, se sumó al coro xenófobo de Scioli, Capitanich o de los prohombres del progresismo de Él y Ella: Granados con su Ithaka al hombro, ese remedo barbado del peor Osinde; Otacehé, el patotero converso; Curto, el modelo de amplitud y tolerancia. Hasta el “cuervo” Larroque, camporista iletrado, dijo que “los que hacen piquetes no son peronistas”. Suponemos que eso quiere decir que merecen la inopinada actuación del gendarme de la Panamericana.
Entonces recuerda el Opa un librito que leyó (y recomienda): “Un enemigo para la Nación. Orden interno, violencia y “subversión”, 1973-1976”. En él se narra la caza de brujas desatada contra cualquiera que no perteneciera a la ultraderecha peronista: se acusaba a alguien de “infiltrado marxista” y se lo dejaba servido en bandeja para que los compañerazos de la AAA lo persuadieran por la fuerza del plomo de las ventajas de mudarse a otro barrio, preferentemente en el cielo o el infierno. La mecánica es la misma: si alguien arma quilombo y es peronista, es lucha popular; si no lo es, es un infiltrado que responde a intereses foráneos. Entonces: Campo de Mayo, o algún otro calabozo. Total, siempre habrá a mano un fiscal de apellido pituco feliz de encerrar a un laburante.
Eso es el peronismo cuando se queda sin plata. Macartismo, palo y adentro. Al menos ahora no acribillan a la gente ni aparecen los opositores colgando de un puente como un péndulo macabro en las autopistas de la Comarca. “Es que ahora hay Twitter”, le informan al Opa.
Sabe el Opa que cuando se acaba la fiesta populista y la gente sale a las calles a pedir por sus trabajos, la respuesta unívoca es un festival de palazos y calabozos. Lo ha visto en los '50, en los '70, en los '90, y... ¡oh, caramba! ¡otra vez estamos a la mitad de una década impar!
Se asusta el Opa, mira el calendario y aprieta los dientes. Leyó en una novela que en Irlanda no existe el futuro, sino el mismo pasado que vuelve una y otra vez. Acá en la Comarca también, cada tantos años el populismo desbarranca por el lado de la tonfa y los borcegos, mientras la gilada aplaude mirando Paka Paka.

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