Pasan demasiadas cosas juntas en la
Comarca y el Opa no tiene tiempo para abordarlas a todas. Pero hay una que lo
interpela directamente porque atañe al cuerpo de creencias políticas que sostuvo
desde cachorro. Esas creencias han mutado, en algún aspecto (el Opa cree que
han evolucionado, pero eso siempre está por verse); en otros, se mantienen en
el mismo lugar. Hace unas tres décadas ese conjunto de creencias se denominaba “progresismo”
o “centroizquierda”, y podía resumirse en aspirar a que el Estado asegure el
ejercicio efectivo y real de la libertad individual de las personas, ayudando a
remover obstáculos que lo impedían. Es decir que lo que justificaba la
intervención estatal era, en el modesto entender de un Opa adolescente, la
promoción de los proyectos de vida que cada uno fuera capaz de soñar para sí
mismo.
Ser progresista implicaba ser
igualitario en lo económico, pero liberal en lo social. Esa visión del mundo, henchida
de una optimista autoestima moral, fue rotundamente minoritaria mientras el Opa
fue un activo militante político. Era un mundo neoliberal, en el que las cosas
no tenían valor, sino precio. El gobierno de la época, repleto de operadores
del Opus Dei, era conservador para todo lo que no tuviera que ver con los
controles económicos.
Luego el Opa abandonó su militancia
para dedicarse a otros menesteres, y casi por accidente llegó al poder de la
Comarca una secta del peornismo ávida de legitimación y efectividades conducentes.
A las primeras las encontró alquilando el progresismo, a las segundas las
encontró succionando las arcas estatales. Le interesa al Opa describir ese
derrotero inmoral del progresismo, o de su mayor parte.
Lo cierto es que el “progresismo”
buscó infiltrarse en el peornismo, alquilar su autopercibido prestigio moral a
cambio de cargos y contratos. Venderle sus organizaciones, organismos,
dirigentes y discursos a una casta cleptócrata y decadente, y ocasionalmente
necesitada de excusas para convocar a votantes cultos de clase media. Win-win
para las dos partes. Los “progresistas” por fin pudieron comprarse una casa
(algunos muchas más que una), los peornistas volvieron a ganar elecciones y
seguir en el poder real.
No es nueva esta táctica de la
infiltración del peornismo desde la izquierda. En los infames ‘70 Montoneros
pretendió instrumentalizar al mismísimo General, que de cinismo sabía mucho y
los vio venir. Los utilizó él para lograr el apoyo masivo de los jóvenes, que
eran el sector social más dinámico políticamente, como en los ’40 lo habían
sido los trabajadores; luego, cuando se pusieron exigentes, los descartó. Los “progresistas”
de la época fueron por lana y terminaron esquilmados por las AAA y un General
que los echó como perros de una plaza que creían propia. No hubo una
autocrítica de esos “progresistas” que quisieron copar el peornismo y el Estado
(que para ellos es lo mismo), las atrocidades que sufrieron durante el
terrorismo de Estado les otorgó un carácter de víctimas que los eximió de dar
explicaciones por su oportunismo y psicopateo.
Por eso no sorprendió al Opa cuando
Rodríguez Saá primero, y Néstor luego, alquilaron a las Madres y las Abuelas
para sacarse la foto que los legitimara luego del derrumbe peornista de los ’90.
Les sanearon las cuentas, les contrataron los parientes, les armaron oficinas
estatales a medida. Luego vinieron todos los organismos, organizaciones,
colectivos, agendas, cartabiertas de la vida; ninguno fue kernerista gratis:
todos tuvieron sus efectividades conducentes. Y por eso aceptaron gustosos el
trato infame: mirar para otro lado cuando Skanka, cuando las leyes del ex-ingeniero
Blumberg, cuando los bolsos de Lopecito, cuando la masacre del Once, cuando los
vacunatorios VIP, cuando Maduro, cuando Putin, cuando Alperovich. Mirá si van a
decir algo ahora que Alberto…
Hay algo más. Hay un cinismo profundo,
porque ni ellos mismos creen en su superioridad moral. Te dicen en la cara que
mañana votarán al próximo corrupto, pedófilo o abusador que les garantice dos
cosas: contratos, y discurso. Ya no creen en nada que implique sostener esa
creencia con el sacrificio personal de la intemperie. Porque cualquiera que
verdaderamente defiende una causa sabe que habrá momentos de victoria y
momentos de derrota, momentos de poder y momentos de intemperie y soledad.
Ellos no, se han vuelto adictos al poder, y no hay nada que no estén dispuestos
a transigir. Pero como todavía les queda esa costumbre del psicopateo, ese
vestigio del elitismo moral epistémico, necesitan practicar judo con la
realidad y convertirse en víctimas de un engaño o un equívoco. Apelan a la
retórica fascista de los “traidores a la causa nacional y popular”, a una
decepción tan poco creíble porque la inmoralidad en el peornismo siempre fue a
cielo abierto, un rasgo de pertenencia, uno de los pilares de su cultura
política.
Merecen otro párrafo los que, jugados
por jugados, redoblan la apuesta y sostienen su resentimiento disfrazado de
geopolítica defendiendo a las dictaduras del momento. Éstos, generalmente
reacios a identificarse con el peornismo por una cuestión estética más que
moral, terminan confirmando que la izquierda de la Comarca nunca creyó en la
democracia ni en los derechos humanos. También para ellos fueron excusas,
herramientas instrumentales para comprarse un carácter de víctima y su
consiguiente impunidad moral. Han usado la democracia y los derechos humanos
cuando les sirvió para proteger sus intereses, pero los han repudiado, con
discursos y con actos, apenas un cambio en el balance del poder los dejó del
lado de afuera. Son los pocos que hoy defienden a Maduro, a Putin, a Ortega y a
los sucesivos carniceros que han convertido a Cuba en una prostibularia cárcel
a cielo abierto.
El Opa los encuentra igualmente
deleznables. No hay nada que no hayan corrompido, son las termitas que propiciaron
la demolición de la democracia en la Comarca en la que hoy se empeña un orate
con daddy issues rodeado por energúmenos de la extrema derecha. Tan idénticos
que apestan, infames complementarios, tan funestos para la endeble democracia
de la Comarca que el Opa sueña con verlos juntos en el resumidero de la
Historia.
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