lunes, 12 de agosto de 2024

Los Infiltrados

 

Pasan demasiadas cosas juntas en la Comarca y el Opa no tiene tiempo para abordarlas a todas. Pero hay una que lo interpela directamente porque atañe al cuerpo de creencias políticas que sostuvo desde cachorro. Esas creencias han mutado, en algún aspecto (el Opa cree que han evolucionado, pero eso siempre está por verse); en otros, se mantienen en el mismo lugar. Hace unas tres décadas ese conjunto de creencias se denominaba “progresismo” o “centroizquierda”, y podía resumirse en aspirar a que el Estado asegure el ejercicio efectivo y real de la libertad individual de las personas, ayudando a remover obstáculos que lo impedían. Es decir que lo que justificaba la intervención estatal era, en el modesto entender de un Opa adolescente, la promoción de los proyectos de vida que cada uno fuera capaz de soñar para sí mismo.

Ser progresista implicaba ser igualitario en lo económico, pero liberal en lo social. Esa visión del mundo, henchida de una optimista autoestima moral, fue rotundamente minoritaria mientras el Opa fue un activo militante político. Era un mundo neoliberal, en el que las cosas no tenían valor, sino precio. El gobierno de la época, repleto de operadores del Opus Dei, era conservador para todo lo que no tuviera que ver con los controles económicos.

Luego el Opa abandonó su militancia para dedicarse a otros menesteres, y casi por accidente llegó al poder de la Comarca una secta del peornismo ávida de legitimación y efectividades conducentes. A las primeras las encontró alquilando el progresismo, a las segundas las encontró succionando las arcas estatales. Le interesa al Opa describir ese derrotero inmoral del progresismo, o de su mayor parte.

Lo cierto es que el “progresismo” buscó infiltrarse en el peornismo, alquilar su autopercibido prestigio moral a cambio de cargos y contratos. Venderle sus organizaciones, organismos, dirigentes y discursos a una casta cleptócrata y decadente, y ocasionalmente necesitada de excusas para convocar a votantes cultos de clase media. Win-win para las dos partes. Los “progresistas” por fin pudieron comprarse una casa (algunos muchas más que una), los peornistas volvieron a ganar elecciones y seguir en el poder real.

No es nueva esta táctica de la infiltración del peornismo desde la izquierda. En los infames ‘70 Montoneros pretendió instrumentalizar al mismísimo General, que de cinismo sabía mucho y los vio venir. Los utilizó él para lograr el apoyo masivo de los jóvenes, que eran el sector social más dinámico políticamente, como en los ’40 lo habían sido los trabajadores; luego, cuando se pusieron exigentes, los descartó. Los “progresistas” de la época fueron por lana y terminaron esquilmados por las AAA y un General que los echó como perros de una plaza que creían propia. No hubo una autocrítica de esos “progresistas” que quisieron copar el peornismo y el Estado (que para ellos es lo mismo), las atrocidades que sufrieron durante el terrorismo de Estado les otorgó un carácter de víctimas que los eximió de dar explicaciones por su oportunismo y psicopateo.

Por eso no sorprendió al Opa cuando Rodríguez Saá primero, y Néstor luego, alquilaron a las Madres y las Abuelas para sacarse la foto que los legitimara luego del derrumbe peornista de los ’90. Les sanearon las cuentas, les contrataron los parientes, les armaron oficinas estatales a medida. Luego vinieron todos los organismos, organizaciones, colectivos, agendas, cartabiertas de la vida; ninguno fue kernerista gratis: todos tuvieron sus efectividades conducentes. Y por eso aceptaron gustosos el trato infame: mirar para otro lado cuando Skanka, cuando las leyes del ex-ingeniero Blumberg, cuando los bolsos de Lopecito, cuando la masacre del Once, cuando los vacunatorios VIP, cuando Maduro, cuando Putin, cuando Alperovich. Mirá si van a decir algo ahora que Alberto…

Hay algo más. Hay un cinismo profundo, porque ni ellos mismos creen en su superioridad moral. Te dicen en la cara que mañana votarán al próximo corrupto, pedófilo o abusador que les garantice dos cosas: contratos, y discurso. Ya no creen en nada que implique sostener esa creencia con el sacrificio personal de la intemperie. Porque cualquiera que verdaderamente defiende una causa sabe que habrá momentos de victoria y momentos de derrota, momentos de poder y momentos de intemperie y soledad. Ellos no, se han vuelto adictos al poder, y no hay nada que no estén dispuestos a transigir. Pero como todavía les queda esa costumbre del psicopateo, ese vestigio del elitismo moral epistémico, necesitan practicar judo con la realidad y convertirse en víctimas de un engaño o un equívoco. Apelan a la retórica fascista de los “traidores a la causa nacional y popular”, a una decepción tan poco creíble porque la inmoralidad en el peornismo siempre fue a cielo abierto, un rasgo de pertenencia, uno de los pilares de su cultura política.

Merecen otro párrafo los que, jugados por jugados, redoblan la apuesta y sostienen su resentimiento disfrazado de geopolítica defendiendo a las dictaduras del momento. Éstos, generalmente reacios a identificarse con el peornismo por una cuestión estética más que moral, terminan confirmando que la izquierda de la Comarca nunca creyó en la democracia ni en los derechos humanos. También para ellos fueron excusas, herramientas instrumentales para comprarse un carácter de víctima y su consiguiente impunidad moral. Han usado la democracia y los derechos humanos cuando les sirvió para proteger sus intereses, pero los han repudiado, con discursos y con actos, apenas un cambio en el balance del poder los dejó del lado de afuera. Son los pocos que hoy defienden a Maduro, a Putin, a Ortega y a los sucesivos carniceros que han convertido a Cuba en una prostibularia cárcel a cielo abierto.

El Opa los encuentra igualmente deleznables. No hay nada que no hayan corrompido, son las termitas que propiciaron la demolición de la democracia en la Comarca en la que hoy se empeña un orate con daddy issues rodeado por energúmenos de la extrema derecha. Tan idénticos que apestan, infames complementarios, tan funestos para la endeble democracia de la Comarca que el Opa sueña con verlos juntos en el resumidero de la Historia.

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