miércoles, 12 de agosto de 2015

El llamado de la naturaleza

Las vicisitudes de la Comarca nunca dejan de sorprender al Opa, que apenas puede procesar la realidad entera. Ha seguido de cerca el novelón de las candidaturas en la ciudad en la que vive, porque desde las últimas elecciones provinciales se ha desmadrado el escenario y las traiciones y agachadas florecen como lapachos invernales.
Sucede que en el corazón de la Comarca se había llegado a un acuerdo para amontonar opositores y ganar la gobernación. No funcionó, en parte porque los elementos constitutivos de tan insólita combinación resultaban repugnantes entre sí, y en parte porque el candidato era tan carismático como un yogur vencido. No se habían terminado de contar los votos cuando el Luí Jué, jefe de la campaña provincial y senador reelecto, arremetió contra el intendente de la Capital acusándolo de no trabajar lo suficiente. Internismo bobo antes de tiempo y a contralelo de la realidad: el único lugar de la provincia donde se ganaron las elecciones fue justamente la ciudad capital.
Sabemos que demasiado pronto y con el fiambre aún tibio, el yerno del candidato a gobernador, que acababa de ser reelecto legislador provincial, se postuló también para la intendencia. Bah, hizo el intento, porque el partido declaró abstracta la interna en virtud del mismo acuerdo que lo atornilló a su banca. A partir de entonces las cosas se aceleraron.
El que rompió el cerco fue el Luí, orate impredecible de verba calumniosa y ocurrente. El último día para presentar las candidaturas municipales, anunció con pífanos y retruécanos que sería candidato a intendente aliado con la Olga. Cuando hablamos de la Olga pensamos en ese personaje tosco, maltrecho, ese torpe remiendo de un Frankenstein mal dibujado por un buen comediante, un monstruo fantasmagórico que se desplaza recitando su propio nombre como una letanía inaccesible. No, no hablamos del personaje de Liniers.
El Luí comenzó su estrellato local denunciando la corrupción del gobierno provincial, especialmente los aprietes y enjuagues de la esposa del Gobernador, que ejercía en contraturno la Secretaría General de la Gobernación. El Luí sacó al sol los trapitos percudidos, los sacudió bien ante sarracenos y pleistocenos, obligó a la Olga a bajar su perfil, mientras él mismo era eyectado del cargo. Entonces se reinventó como un mártir y paladín de la justicia, y en la Comarca crédula lo elegían intendente. Esto ocurrió hace doce años, y entonces el Luí y la Olga se odiaban.
Fue una gestión opaca: los desbordes histriónicos del Luí no alcanzaron a cubrir la ineptitud de sus funcionarios, que tampoco se privaron de meter la mano en la lata. Antes de irse, el Luí se encargó de nombrar unos 4500 tipos como empleados municipales, convirtiendo a sus militantes en un tumor a control remoto que carcomería desde adentro las gestiones siguientes. La Olga, concejal, lo denunciaba desde su banca por inepto, demagogo, clientelar y manolarga. Es decir, por peronista. Seguían odiándose minuciosamente.
Cuando ambos quedaron despechados, cuando comprendieron que el resentimiento y la sed de venganza pueden más que el amor y las coincidencias. Cuando recordaron que ambos, más allá de los tiroteos previos, eran incurablemente peronistas, comenzaron a mirarse con otros ojos. Trocaron el odio por la especulación, la voluntad de daño logró cohesionarlos en una fórmula bizarra, y allí se lanzaron a las aguas procelosas de la política municipal. Y comenzaron a naufragar.
La Olga medía bien, al cabo de ocho años de despotricar desde el Concejo y recorrer los barrios más olvidados de la Ciudad. El Luí era ya un artículo pasado de moda, era la chica del verano que se atragantó en el Macdónal y ahora tiene un gatito en su foto de perfil en Facebook. Pero su voltereta con Macri le subió el precio, lo hizo candidato a senador, y la Olga compró el paquete decadente, ya vencido.
Y las acciones de ambos se desplomaron: el mercado de la ciudad tampoco tiene estómago para operetas basadas en el rencor y el resentimiento. Los ha unido el odio al actual intendente, y eso transpira más que todos los discursos que han ensayado para justificar su alianza. El Luí traicionó a todos sus socios locales y porteños, como siempre lo hizo. La Olga traicionó a esos militantes humildes que la seguían por calles embarradas. A la Olga le fue peor, porque todo indica que no ganarán las elecciones, y ella no puede ser concejal por tercera vez. El Luí renunció a su banca de senador cuando todavía estaban calentitos los votos que lo eligieron, traicionando a los despistados que votaron a un senador que no sería. El Luí podrá, en el mejor de los casos, ser un concejal más, con el plus de traicionar a un 30% del electorado.
Al Opa lo ha impresionado la capacidad de daño del Luí. Fue socio de cuanto corrupto se ha envilecido en la Comarca, y los ha traicionado con saña persistente. Un consecuente del volanteo y la traición, el Luí fue carcomiendo su propio partido, ese frente de oportunistas que saltaron varios charcos para alojarse en el calorcito del cargo público. Porque recuerda el Opa que ni uno solo de los dirigentes y militantes del Luí se acercó a su partido sin cobrar un puesto. Ninguno se acercó al llano: peronista al fin, el Luí siempre supo que las adhesiones subrepticias y lealtades porosas se financian con presupuesto público, y no existe un solo juecista que no haya cobrado del Estado.

Piensa el Opa en la estupidez de Macri, ese muchacho pituco que desprecia la política y por lo tanto no la entiende. Compró un buzón que hace chistes, promete votos y transpira decepciones. Pero que apenas pudo traicionarlo y arriesgar su construcción, lo hizo como si no hubiera un mañana. Macri fue comprensivo hasta la ridiculez y prefirió no hablar del tema. Es que admitir el daño confesará su propia torpeza y mostrará el rosario de impericias que jalona su carrera de embolsados hacia la presidencia de la Comarca. Mostrará que no está a la altura.

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