Las
vicisitudes de la Comarca nunca dejan de sorprender al Opa, que apenas puede
procesar la realidad entera. Ha seguido de cerca el novelón de las candidaturas
en la ciudad en la que vive, porque desde las últimas elecciones provinciales
se ha desmadrado el escenario y las traiciones y agachadas florecen como lapachos
invernales.
Sucede
que en el corazón de la Comarca se había llegado a un acuerdo para amontonar
opositores y ganar la gobernación. No funcionó, en parte porque los elementos constitutivos
de tan insólita combinación resultaban repugnantes entre sí, y en parte porque
el candidato era tan carismático como un yogur vencido. No se habían terminado
de contar los votos cuando el Luí Jué, jefe de la campaña provincial y senador
reelecto, arremetió contra el intendente de la Capital acusándolo de no
trabajar lo suficiente. Internismo bobo antes de tiempo y a contralelo de la
realidad: el único lugar de la provincia donde se ganaron las elecciones fue
justamente la ciudad capital.
Sabemos
que demasiado pronto y con el fiambre aún tibio, el yerno del candidato a
gobernador, que acababa de ser reelecto legislador provincial, se postuló
también para la intendencia. Bah, hizo el intento, porque el partido declaró
abstracta la interna en virtud del mismo acuerdo que lo atornilló a su banca. A
partir de entonces las cosas se aceleraron.
El
que rompió el cerco fue el Luí, orate impredecible de verba calumniosa y
ocurrente. El último día para presentar las candidaturas municipales, anunció
con pífanos y retruécanos que sería candidato a intendente aliado con la Olga.
Cuando hablamos de la Olga pensamos en ese personaje tosco, maltrecho, ese
torpe remiendo de un Frankenstein mal dibujado por un buen comediante, un
monstruo fantasmagórico que se desplaza recitando su propio nombre como una
letanía inaccesible. No, no hablamos del personaje de Liniers.
El
Luí comenzó su estrellato local denunciando la corrupción del gobierno provincial,
especialmente los aprietes y enjuagues de la esposa del Gobernador, que ejercía
en contraturno la Secretaría General de la Gobernación. El Luí sacó al sol los
trapitos percudidos, los sacudió bien ante sarracenos y pleistocenos, obligó a la
Olga a bajar su perfil, mientras él mismo era eyectado del cargo. Entonces se
reinventó como un mártir y paladín de la justicia, y en la Comarca crédula lo
elegían intendente. Esto ocurrió hace doce años, y entonces el Luí y la Olga se
odiaban.
Fue
una gestión opaca: los desbordes histriónicos del Luí no alcanzaron a cubrir la
ineptitud de sus funcionarios, que tampoco se privaron de meter la mano en la
lata. Antes de irse, el Luí se encargó de nombrar unos 4500 tipos como
empleados municipales, convirtiendo a sus militantes en un tumor a control
remoto que carcomería desde adentro las gestiones siguientes. La Olga, concejal,
lo denunciaba desde su banca por inepto, demagogo, clientelar y manolarga. Es decir,
por peronista. Seguían odiándose minuciosamente.
Cuando
ambos quedaron despechados, cuando comprendieron que el resentimiento y la sed
de venganza pueden más que el amor y las coincidencias. Cuando recordaron que
ambos, más allá de los tiroteos previos, eran incurablemente peronistas,
comenzaron a mirarse con otros ojos. Trocaron el odio por la especulación, la
voluntad de daño logró cohesionarlos en una fórmula bizarra, y allí se lanzaron
a las aguas procelosas de la política municipal. Y comenzaron a naufragar.
La
Olga medía bien, al cabo de ocho años de despotricar desde el Concejo y
recorrer los barrios más olvidados de la Ciudad. El Luí era ya un artículo
pasado de moda, era la chica del verano que se atragantó en el Macdónal y ahora
tiene un gatito en su foto de perfil en Facebook. Pero su voltereta con Macri le
subió el precio, lo hizo candidato a senador, y la Olga compró el paquete
decadente, ya vencido.
Y
las acciones de ambos se desplomaron: el mercado de la ciudad tampoco tiene
estómago para operetas basadas en el rencor y el resentimiento. Los ha unido el
odio al actual intendente, y eso transpira más que todos los discursos que han
ensayado para justificar su alianza. El Luí traicionó a todos sus socios locales
y porteños, como siempre lo hizo. La Olga traicionó a esos militantes humildes
que la seguían por calles embarradas. A la Olga le fue peor, porque todo indica
que no ganarán las elecciones, y ella no puede ser concejal por tercera vez. El
Luí renunció a su banca de senador cuando todavía estaban calentitos los votos
que lo eligieron, traicionando a los despistados que votaron a un senador que
no sería. El Luí podrá, en el mejor de los casos, ser un concejal más, con el
plus de traicionar a un 30% del electorado.
Al
Opa lo ha impresionado la capacidad de daño del Luí. Fue socio de cuanto
corrupto se ha envilecido en la Comarca, y los ha traicionado con saña persistente.
Un consecuente del volanteo y la traición, el Luí fue carcomiendo su propio
partido, ese frente de oportunistas que saltaron varios charcos para alojarse
en el calorcito del cargo público. Porque recuerda el Opa que ni uno solo de
los dirigentes y militantes del Luí se acercó a su partido sin cobrar un
puesto. Ninguno se acercó al llano: peronista al fin, el Luí siempre supo que
las adhesiones subrepticias y lealtades porosas se financian con presupuesto
público, y no existe un solo juecista que no haya cobrado del Estado.
Piensa
el Opa en la estupidez de Macri, ese muchacho pituco que desprecia la política
y por lo tanto no la entiende. Compró un buzón que hace chistes, promete votos
y transpira decepciones. Pero que apenas pudo traicionarlo y arriesgar su
construcción, lo hizo como si no hubiera un mañana. Macri fue comprensivo hasta
la ridiculez y prefirió no hablar del tema. Es que admitir el daño confesará su
propia torpeza y mostrará el rosario de impericias que jalona su carrera de
embolsados hacia la presidencia de la Comarca. Mostrará que no está a la
altura.
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