domingo, 15 de marzo de 2015

El Carnaval de Gualeguaychú

En un lejano rincón de la Comarca ha sucedido un hecho inusual. Se ha juntado un gran número de dirigentes radicales para definir qué harían con su partido en las elecciones de este año. Es inusual ubicar las palabras “gran número” y “radicales” en la misma frase, por lo que el Opa tratará de aclarar qué ocurrió. La Unión Cívica Radical, a la que el Opa sigue afiliado con sufriente constancia, suele utilizar sus canales orgánicos para tomar sus decisiones. Según su Carta Orgánica, la Convención Nacional decidirá sus candidatos, plataformas y alianzas en una asamblea compuesta por sus delegados elegidos en elecciones internas en cada provincia. Esto también es inusual, porque en la política de la Comarca cada fuerza política tiene un jefe que ordena y multitud de subordinados que obedecen sin cuestionar la orden. Así de militarizada es la política en la Comarca.
Pero los radicales no. Contra viento y marea insisten en sus convenciones, que suelen terminar a sillazos. Casi siempre los arreglos (espurios y también) se realizan puertas afuera, y en la Convención los delegados levantan la manito para votar lo que ya acordaron en otro lado. Los discursos se vuelven irrelevantes porque casi nadie cambia su voto porque ha sido persuadido en el ámbito de debate correspondiente. Practican un ritualismo que a veces es tragicómico. Sus dirigentes lo han vaciado de contenido y queda casi solamente el folclore.
Pero aun así, las decisiones se toman en un ámbito en el que los delegados y los militantes pueden hablar, e incluso revolearle un tacho de basura al operador político más poderoso de las últimas décadas.
En esta oportunidad decidieron aliarse con dos fuerzas políticas dispares. El PRO es la PYME política de un niño bien que profesionalizó la gestión pública, no exento de negociados, espías y marketing. Es “la derecha”. La Coalición Cívica es un conglomerado anónimo cuyas filigranas describen el rostro de una mujer temperamental, de dudosa cordura y con pretensiones de clarividencia. Uno tiene una papa en la boca, la otra celebra que sus patitos no estén en fila. Juntos se están convirtiendo en un polo antagónico al de la  de la Presidenta María Estela Fernández de Neón. Se espera que la UCR aporte su estructura territorial en todo el país para sostener esa lucha electoral, ya que sus dirigentes nacionales todos juntos no sirven ni para jugar con barro. No tienen un solo voto, y son inútiles redomados que no podrían conducir nada más complejo que una intendencia chica, hasta que la saturen con sus parientes balbuceantes.
Ahora bien. Las repercusiones de ese acuerdo han sido interesantes. Los radicales resentidos con su dirigencia (con justa razón o sin ella) despotrican como si les importara algo el partido que dejaron por comodidad, o por cargos, o por vergüenza. Se fueron, y ahora hablan de los principios de un partido que abandonaron. Hablan de Illia y Alfonsín los mismos que se hacen los otarios ante la mención de Boudou y Milani. Se envuelven en banderas ajenas, que han despreciado o que creyeron llevarse cuando se fueron al populismo. Guardianes de valores políticos que sus nuevos jefes desprecian minuciosamente. Ladran desde afuera un agravio que resulta abstracto.
Pero es el miedo, Opa. Esos radicales que se fueron en realidad están asustados: le creyeron el cuentito a Clarín y La Nación, que tanto dicen detestar,  y creen que realmente Macri ganará las elecciones con el aparato territorial de la UCR. Los asusta ver a Máximo entrando a Comodoro Py, o peor aún, a la Presidenta Fernández de Neón entrando a Devoto, a causa de unos hoteles ya demasiado notorios para esconder debajo de la mesa, de unos pagos demasiado sospechosos, de un lavado de dinero tan ostensible que aparecería en los manuales de derecho penal.
Al mundo K le preocupa y los asusta este acuerdo, y lo denuestan con furiosa ponzoña. Algunos perderán su trabajo, otros no. Disfrazan de ideología un temor más atávico: que a la Jefa le pinten los dedos, que al Modelo le saquen la careta, que se ventilen en alguna audiencia las pruebas de los desfalcos, que la estafa se vuelva tan visible que ya no puedan echarle la culpa a la corporación judicial. Temen quedar desnudos frente a la verdad, que es incómoda. Temen la posibilidad de dudar, de perder certezas, de volver a transitar esa intemperie que se alimenta de las migajas del ’83 o –peor aún- del ‘73. Temen que les bajen a cascotazos sus ídolos de barro.
El Opa los consuela: ello no ocurrirá. Supongamos que se confirma la peor pesadilla del militonto K que dice que “no es K pero apoya las cosas buenas de este gobierno”. Supongamos que Macri es presidente. ¿En serio piensan que impulsaría una Jihad ética contra la Presidenta y sus cómplices? ¿De veras creen que romperá la alianza de poder que mantienen Mauri y Ella desde el 2007? ¿Creen honestamente que Mauri hurgará en las cuentas de Hotesur, en los archivos del hijo presidencial, en los negociados de la juventud maravillosa? Mantienen desde hace años una sociedad de negocios inmobiliarios y de los otros, que preservan detrás de una máscara de imprecaciones y acusaciones mutuas. Son como esas parejas que están juntas pero en público ni se hablan por el qué dirán. Son lo mismo, pero con envases distintos, con chamuyos distintos.
Hubo otras reacciones. Los sectores más reaccionarios de la Comarca creyeron, con fruición, en exactamente lo mismo que los furibundos neoperonistas-de-izquierda-que-bancan-a-Moreau. Creen que se viene la revolución de la gente bien, que se terminará la chusma y los negociados, que los modales tradicionales de La Recoleta desplazaran a la soberbia sudorosa y fumona de los nuevos ricos de Puerto Madero. El Opa les tiene menos compasión, porque representan casi todo lo que el Opa teme.

Pero acaso lo único que queda de la Convención radical es esa sensación de escenario vacío, de libro muerto de pena, de dibujos destruidos y la caridad ajena. Esa sensación de haber presenciado una farsa que muchos creen, el agobio de mirar un televisor inútil que repite, en un loop absurdo, una ficción que comienza una y otra vez. El eterno cuentito de la ilusión y el desengaño, la sensación de que cuando hacemos pie en la realidad hay en el fondo cenagoso una sustancia oscura y espesa, de que la superficie cristalina del lago de la esperanza es una mentirita como las que le contaban al Opa para que se durmiera cuando era niño, para alejarlo de los miedos y las sombras.

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