La Comarca se ha convertido en un lugar horrible. Más horrible que lo habitual. Ha vuelto a estar de moda la violencia política, que se creía eliminada desde la recuperación de la democracia décadas atrás. Ha vuelto a ser cool mostrar la agresión y la intemperancia como muestra de hombría, como prueba de sangre entre iluminados, como señal de pertenencia a un proyecto tan irrelevante como cualquier otro. Ahora, como antes, la violencia se ejerce desde el asiento mismo del poder político. Pero en un giro acaso civilizatorio, el Opa observa que la violencia que se ejerce es verbal y escrita, no hay por ahora muertos y heridos, no hay bombas ni incendios como los que han asolado a la Comarca en otros momentos de violencia estatal. Pero hay antecedentes que el Opa considera prudente recordar.
En el día del trabajador de 1974 el General, fascista
de derecha, expulsó de su trinchera a la guerrilla del fascismo de izquierda
que lo había llevado al poder, para gobernar recostado en el fascismo línea
fundadora con la que se sentía más cómodo. Poco tiempo después cometió el
desatino de morirse, dejando para la posteridad un enfrentamiento entre bandas
terroristas y a una bailarina de cabaret en el sillón principal de la Comarca,
asistida por un astrólogo con metralletas. Estas bandas se disputaron el poder
a balazos y con bombas, con Ministerios y con picanas. Cada una acusaba a los
miembros de la otra de “traidores”, mientras llamaba a su exterminio. Más de
1800 muertes en un par de años, junto a cientos de exiliados y detenidos,
demostró que ese llamado al exterminio no era solamente la retórica inflamada
de la época. Era una cultura política mayoritaria. Mejor dicho, era la cultura
política del partido mayoritario.
En ese partido una de las facciones reivindicaba la
violencia en nombre de teorías políticas que jamás habían llevado paz,
prosperidad y bienestar a ningún lugar del planeta. Hablaban en nombre de las
fuerzas del cielo mocosos que, desde su comodidad de familias cristianas con
fortunas flojas de papeles, se habían apoltronado en el Gobierno para organizar
y sistematizar el odio como instrumento político, mediante insultos,
intrusiones a la intimidad y amenazas de muerte. Muchas veces las llevaron a la
práctica. Mataron y torturaron también desde el aparato del Estado.
En ese mismo partido, la otra de las facciones
representaba una mixtura del nacionalismo con el fascismo de entreguerras, al
que el General era tan adepto. Esta facción creó la estructura del terrorismo
de estado que heredarían los militares a partir del 24 de marzo de 1976, ya
asentada y en funcionamiento: fue el mismísimo general el que, golpeando algún
escritorio sentenció que “aquí hace falta un Somatén”[1].
Pero hubo una minoría democrática que no se dejó
seducir por la violencia, tan banal como cualquier otra moda de la época. Aquella
minoría se tomó el atrevimiento de defender las instituciones de la república
cuando las masas estaban en otra cosa, de organizar la defensa de los derechos
humanos cuando las mayorías perpetraban su masacre en nombre del pueblo, de
pedir la paz cuando la caterva jetoneaba la guerra civil.
Hoy gobierna la Comarca otro cardumen de orates,
liderado por un energúmeno (según el diccionario de la RAE, “persona poseída
del demonio, persona furiosa, alborotada”), una tarotista que vendía tortas
en YouTube, y una caterva de empresaurios con conflicto de interés. Han
nombrado en oficinas del gobierno a mocosos que, desde su comodidad de familias
bien con fortunas flojas de papeles, se han apoltronado en la Casa de Gobierno
para organizar y sistematizar el odio como instrumento político, mediante insultos,
intrusiones a la intimidad y amenazas de muerte. Antes, desde el Ministerio de
Bienestar Social, ahora desde la Casa de Gobierno. Por ahora se quedan en eso,
y los políticos, los periodistas a sueldo y los otros, la gente importante de
la Comarca se calla la boca o desliza que es imposible que salgan de la
violencia de teclado.
Pero también ya la otra vez pareció que lo imposible
se iba a quedar en el campo de lo improbable: hace unas semanas amenazaron de
muerte a una Senadora Nacional por sus posiciones políticas, y se constató que
las amenazas partieron de la cueva de trolls que el Presidente aloja en el
Salón Blanco de la casa de gobierno. Nada ocurrió, más que la denuncia de la
víctima que duerme en algún cajón oficial: la agenda se movió hacia algún otro
tema.
La incitación a la violencia que parte del gobierno de
la Comarca no ha tenido aun un correlato físico, pero vuelve a naturalizar lo
que parecía desterrado con los pactos de convivencia de la recuperación democrática.
A nadie parece importarle mucho. Salvo, nuevamente, a esa minoría democrática,
empecinada en la tarea anodina de defender la democracia, los derechos humanos
y la vigencia de la Constitución Nacional.
Tuvimos en el poder a una seguidilla de personajes salidos
de una mala novela de Kundera: una bailarina de cabaret telecomandada por un esotérico
cabo de policía ascendido a Ministro, manipulada también por un marino genocida
gracias a sus talentos de alcoba. Hoy tenemos una tarotista que vendía tortas y
a la que todo el gobierno, incluyendo el presidente, llama “el Jefe”, y que
decide sobre el ascenso y caída de ministros, jefes de bloque y embajadores.
Esta otra oscura excrecencia del destino también aspira a ser Presidente.
Se pregunta el Opa por la mansedumbre bovina de las
masas de la Comarca, abrumadas, desalentadas, agobiadas, empobrecidas, enervadas
por discursos levantiscos que apelan a los miedos, a la ira, a las peores
pasiones y el revanchismo más vil y baladí. Y encuentra allí su propia
respuesta.
Nota del Opa: hay que dejar de votar a resentidos, a
psicópatas, a orates.
[1] Somatén: institución
parapolicial española empleada durante el franquismo, en la que Perón inspiró
su Alianza Anticomunista Argentina, instrumento de terrorismo de estado
comandada por su Ministro de Bienestar Social, José López Rega (alias, “el
Brujo” por sus prácticas espiritistas).