Vuelve el Opa después de larga ausencia, sin calandrias ni vendavales. Lo acorrala la angustia ante el deprimente panorama electoral en la Comarca. Sabe que, gane quien gane, la Comarca será conducida en los próximos cuatro años por algún demagogo irresponsable, un populista de derecha o más de derecha, mentiroso, banal y feble. Los epítetos aquí reproducidos aplican a sujetos de ambos sexos, que el Opa se cansó de la idiotez políticamente correcta de distinguirlos cuando no hace falta. El Opa sabe que el próximo presidente de la Comarca, sea cual sea, le dará una profunda vergüenza y será aún más dañino que los orates que hoy gobiernan.
Hay uno que dice ser economista, y habla en
difícil para persuadir a su electorado sobre su honda sapiencia y su sagacidad.
Pero cuando cualquier economista competente lo cuestiona con bases técnicas, el
candidato erupciona como un volcán de improperios y vituperaciones. La misma
intolerancia esputa cuando algo sale de su libreto tosco y autocelebratorio:
una pregunta fuera de lugar, un invitado que no estaba pautado, un comentario
que lo incomoda, y se convierte en un energúmeno sin ley. Lo siguen una horda
indiferenciada de seres intolerantes y violentos, un cardumen de nulidades que ostentan
el desprecio hacia el otro. Es el candidato de los que están enojados con la
vida y quieren a un papá fuerte y jetón que les resuelva los problemas por arte
de magia.
Hay otro que tenía prolijamente pautado su
ascenso al gobierno de la Comarca luego de heredar el gobierno de su ciudad
capital: metódico, ordenado, trabajador. Pero también carente en absoluto de respeto
hacia su propia visión del mundo. Un burócrata eficiente, no un líder capaz de convencer
sobre un plan que saque a la Comarca de la decadencia profunda en que se
encuentra. Adicto a los focus groups y la edición de su imagen, bastó con que
se le encarajinara la campaña para lanzarse sin rumbo hacia la demagogia más
tilinga y superficial. Es el candidato de quienes creen en la moderación y el
diálogo, pero se encuentran cada día más huérfanos de liderazgo.
Hay otra que lo enfrenta dentro de su partido
sobreactuando su perfil halconero. Adicta también a la sobreactuación y el ridículo,
no pasa un solo día sin que ella o su candidato a vicepresidente (orate notorio
de la tierra del sol y el buen vino) declamen verdades tan endebles como mezquinas,
excitando la angustia de millones de compatriotas del Opa que quieren votar a
alguien con carácter y decisión, pero también se encuentran cada día más
huérfanos de liderazgo. Es la batalla del PRO, esa onenegé porteña que nunca
llegó a ser un partido democrático.
Hay otro, un mentiroso profesional que pastorea
una corporación de psicópatas, cínicos y oportunistas. Ministro de Economía de
un gobierno del que todos cobran pero nadie asume como propio, responsable de
una inflación que carcome la moneda, incapaz de mostrar un solo logro más que
el empobrecimiento brutal y manso de la Comarca. Pero cuenta con los medios
venales, con los empresarios corruptos que escrituraron el Estado, con los sindicatos
que esclavizan a trabajadores y empleadores, con la corporación del pasado que
habla por boca de psicóticos marca Página12.
¿Y la izquierda? El Opa los conoce: psicópatas
del primero al último. Explotadores del dolor ajeno, mercaderes de las
necesidades de los más pobres entre los pobres, eternas prostitutas del
peornismo al que benefician con su virulenta danza de violencia, desprecian la
democracia porque sus mieles le son sistemáticamente esquivas. Miserables profundos
subidos al pony del elitismo moral epistémico.
¿Y el partido del Opa? El mismo Opa responde: el
viejo radicalismo ha apostado a ganador, y ha perdido. Uno de sus candidatos,
el cacique del norte, acomplejado por su imposible instalación electoral a lo
largo y lo ancho de la Comarca, apostó al jefe de la Capital que heredaría el
trono. Pero lo hizo en el momento en que comenzaba a desmoronarse como un castillo
de naipes, y no ha logrado (¿habrá intentado?) restituirlo al plano de la
sensatez. Sentado en el asiento del acompañante, mira cada curva, cada
precipicio, mientras el conductor enloquecido trata de no perder una carrera
que creía ganada.
El otro candidato apenas evolucionó desde la categoría
de meme. Con un vago prestigio como neurocoso jamás debidamente contrastado, el
Opa lo ha escuchado algunas veces con sentimientos encontrados. Dice obviedades
con las que es imposible estar en desacuerdo, pero jamás, ni bajo tormento,
explicitó cómo haría para gobernar la Comarca en llamas mientras los orcos
juntan piedras y cascotes para enviarle sus saludos.
Tilingos todos, superficiales, veletas,
marionetas que mueve a su antojo el viento de los canales de noticias, que los
arrastra hasta embarrarlos en el ridículo o la mentira. No son buenos tiempos
para la democracia en la Comarca. Hay dolor, hay inflación, hay muertes impunes
causadas por los poderosos o los despojados, hay una ira que crece por entre
los entresijos de la depresión colectiva. Hasta ahora no ha estallado nada,
pero el Opa ve millones de compatriotas esperando que alguien arranque de una
vez la espoleta que termine con todo. Y mientras tanto, los candidatos serios
se entretienen con peleas que avergonzarían a las más urgidas vedetongas de la
tele.
Cree el Opa que va a ganar el status quo, el país
conservador con discurso setentoso, los empresarios entongados, los
sindicalistas impunes, los millones de militontos que mordisquean el presupuesto
nacional, los millonarios ahítos de hectáreas e impunidad, la patria narco del
populismo. A fin de cuentas los beneficia la depresión colectiva, la ausencia
de líderes adultos, de un plano generoso donde el ego empuje para adelante y no
para atrás.
En algún momento el Opa mirará para atrás y ya no
se preguntará, como García Márquez, en qué momento se jodió todo. Eso es
irrelevante. Se preguntará si será posible alguna vez vivir en algo que no sea
el pasado infame que vuelve una y otra vez a despertarlo a sopapos.
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