miércoles, 23 de marzo de 2016

Los Visitantes

Hoy hubo visitas en la Comarca, y se ha armado un revuelo propio de mejor causa. No es la primera visita, desde luego, pero sí la más significativa por una serie de razones que hasta al Opa le resulta bobo enumerar. Pero el Opa hoy mira las reacciones de las gentes de la Comarca: toscos y tilingos, Sarracenos y Pleistocenos, en una competencia febril por ver quién dice la estupidez más grande, la más insidiosa de las necedades, quién tiene el resentimiento más erecto o el aplauso más gauchito.
Vino el presidente norteamericano, vituperado y alabado en partes casi iguales. O talvez no, el Opa sospecha que la popularidad del susodicho en la Comarca está más bien atada a quién es su anfitrión de turno. Lo ha recibido el ingeniero, de quien el Opa desconfía como gallina tuerta. Por ello, los militontos del ingeniero aplauden rabiosamente la visita de su homólogo norteamericano, asaz emblema de las libertades y el comercio y Miami, incapaces casi todos ellos de entender en profundidad lo que significa haber aplicado por primera vez en su país un seguro de salud universal. Los militontos de la faraona egipcia arden de ira frente a la visita, protestando por el protocolo, por la fecha, por el imperialismo, por lo que dice y por lo que no dice, incapaces casi todos ellos de entender en profundidad lo que significa sido el primer presidente afrodescendiente de una nación profundamente racista.
El Opa sospecha que nada de eso importa, que como casi siempre en estos días el hecho puntual de una visita ha sido dejado de lado para que cada uno pudiera desplegar en sus redes su propia declaración de principios, su propia superioridad moral esputada urbi et orbe. No importa ser objetivo para analizar un hecho: como resaca de la borrachera populista (sí, también me refiero al populismo de los globos de colores y la tilinguería como dogma ideológico) cada sector perorará desde “el sentimiento” disfrazado de razón. El Opa ha deplorado que en nombre de la ideología las gentes de la Comarca se permitan la idiotez o la maldad, y ha deplorado los aplausos que lo desaniman.
El Opa no es dado a esperar mucho de los dirigentes políticos de la Comarca, y mucho menos de otros lugares. Pero le interesa analizar tan sólo un tema, que cree central para la memoria y la defensa de la democracia, esa endeble institucionalización de la dignidad. Le han preguntado sobre el rol de su país en nuestra última dictadura, y ha respondido. Midiendo cada palabra, ha dicho que la complicidad de su país en el golpe forma parte de los momentos horribles de su historia, y que han aprendido de la Comarca a revalorizar la idea de la democracia. Hay una confesión implícita: admitir que fueron cómplices o coautores, y admitir que fue un error histórico que arruinó una reputación basada en la libertad y la igualdad. Que perdieron credibilidad, y que recuperarla implicó una tarea que aún no se termina.
Cree el Opa que fue una confesión valiente, insospechada proviniendo de un presidente norteamericano, poco proclives a las autocríticas que, según el susodicho, ha sido proficua e instructiva. Tibia, desde luego, y sinuosa: una declaración mesuradamente diplomática, y ciertamente ensayada. Sin embargo, su valor es otro. Talvez por primera vez la potencia dominante admite sus crímenes, o admite la posibilidad de haber participado en crímenes horrendos. No hacía falta leer entre líneas, y tampoco referirse explícitamente a ese designio criminal llamado Plan Cóndor, ni mentar la escuela militar de West Point, que entrenó catervas de asesinos para todo el continente.
Pero sí ha sido explícito en relación a los intereses geopolíticos de su país en aquélla década: combatir el comunismo y promover los derechos humanos. Esto hoy suena a contradicción, porque pareciera que el comunismo lleva ínsitos a los derechos humanos. A quien todavía aliente semejante confusión, el Opa les recomendaría que se instruyeran sobre cómo se vivía en el “socialismo real”, y qué significados tenían los derechos humanos, la libertad y hasta la igualdad en aquellos países. El Opa sabe de lo que habla: ha sido gerente de banco en Praga. Desde luego, esto no oculta que había otra agenda más bien imperialista detrás de esa posición bifronte enunciada por el presidente. Tampoco desmiente que para concretar una agenda destrozaron la otra, con lo cual uno legítimamente se pregunta qué tan importante era la agenda sacrificada. Más bien, sostiene el Opa que quisieron terminar con el canibalismo comiéndose a los caníbales, y en el medio haciendo muy buenos negocios. En todo caso, es evidente que a largo plazo les costó muy caro.
El Opa, como se ha explicado, tiene la sana costumbre de no esperar nada de los dirigentes. En este caso lo ha sorprendido la respuesta comentada; no por lo que dijo, ya que fue escueta y ambigua, sino por lo que ha sugerido y el marco en que lo ha hecho. Fue casi encima de una fecha demasiado importante, dolorosa y omnipresente, por lo que las hordas populistas se han sentido provocadas.
Pero además hay una promesa, también escueta y ambigua, de abrir los archivos norteamericanos sobre aquellos años del desprecio. Ese fragmento de verdad será la ofrenda más grande que ese presidente pueda hacerle al pueblo de la Comarca, aunque también sospecha el Opa que una parte de los militontos menospreciarán ese regalo que los avergüenza y que no comprenden, y que la otra parte de los militontos también menospreciarán como si esos gestos no fueran en verdad extraordinarios: ninguna de las potencias que avalaron aquella dictadura nos ofreció siquiera las migajas de su verdad histórica. Tampoco la madre Rusia, el espejo en que los militontos antiimperialistas aman mirarse.

Mañana será jueves, y el Opa marchará igual que hace 20 años. La fecha acaso sea una bisagra en su tenue biografía, con olor a despedida, a distancia que crece a medida que ya deja de reconocerse en la formulación de su presente. Caminará hacia adelante.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario