Hoy
hubo visitas en la Comarca, y se ha armado un revuelo propio de mejor causa. No
es la primera visita, desde luego, pero sí la más significativa por una serie
de razones que hasta al Opa le resulta bobo enumerar. Pero el Opa hoy mira las
reacciones de las gentes de la Comarca: toscos y tilingos, Sarracenos y
Pleistocenos, en una competencia febril por ver quién dice la estupidez más
grande, la más insidiosa de las necedades, quién tiene el resentimiento más
erecto o el aplauso más gauchito.
Vino
el presidente norteamericano, vituperado y alabado en partes casi iguales. O talvez
no, el Opa sospecha que la popularidad del susodicho en la Comarca está más
bien atada a quién es su anfitrión de turno. Lo ha recibido el ingeniero, de
quien el Opa desconfía como gallina tuerta. Por ello, los militontos del
ingeniero aplauden rabiosamente la visita de su homólogo norteamericano, asaz
emblema de las libertades y el comercio y Miami, incapaces casi todos ellos de
entender en profundidad lo que significa haber aplicado por primera vez en su
país un seguro de salud universal. Los militontos de la faraona egipcia arden
de ira frente a la visita, protestando por el protocolo, por la fecha, por el
imperialismo, por lo que dice y por lo que no dice, incapaces casi todos ellos
de entender en profundidad lo que significa sido el primer presidente
afrodescendiente de una nación profundamente racista.
El
Opa sospecha que nada de eso importa, que como casi siempre en estos días el
hecho puntual de una visita ha sido dejado de lado para que cada uno pudiera
desplegar en sus redes su propia declaración de principios, su propia
superioridad moral esputada urbi et orbe.
No importa ser objetivo para analizar un hecho: como resaca de la borrachera
populista (sí, también me refiero al populismo de los globos de colores y la
tilinguería como dogma ideológico) cada sector perorará desde “el sentimiento”
disfrazado de razón. El Opa ha deplorado que en nombre de la ideología las
gentes de la Comarca se permitan la idiotez o la maldad, y ha deplorado los
aplausos que lo desaniman.
El
Opa no es dado a esperar mucho de los dirigentes políticos de la Comarca, y
mucho menos de otros lugares. Pero le interesa analizar tan sólo un tema, que
cree central para la memoria y la defensa de la democracia, esa endeble
institucionalización de la dignidad. Le han preguntado sobre el rol de su país
en nuestra última dictadura, y ha respondido. Midiendo cada palabra, ha dicho
que la complicidad de su país en el golpe forma parte de los momentos horribles
de su historia, y que han aprendido de la Comarca a revalorizar la idea de la
democracia. Hay una confesión implícita: admitir que fueron cómplices o
coautores, y admitir que fue un error histórico que arruinó una reputación
basada en la libertad y la igualdad. Que perdieron credibilidad, y que
recuperarla implicó una tarea que aún no se termina.
Cree
el Opa que fue una confesión valiente, insospechada proviniendo de un
presidente norteamericano, poco proclives a las autocríticas que, según el
susodicho, ha sido proficua e instructiva. Tibia, desde luego, y sinuosa: una declaración
mesuradamente diplomática, y ciertamente ensayada. Sin embargo, su valor es
otro. Talvez por primera vez la potencia dominante admite sus crímenes, o
admite la posibilidad de haber participado en crímenes horrendos. No hacía
falta leer entre líneas, y tampoco referirse explícitamente a ese designio
criminal llamado Plan Cóndor, ni mentar la escuela militar de West Point, que
entrenó catervas de asesinos para todo el continente.
Pero
sí ha sido explícito en relación a los intereses geopolíticos de su país en
aquélla década: combatir el comunismo y promover los derechos humanos. Esto hoy
suena a contradicción, porque pareciera que el comunismo lleva ínsitos a los
derechos humanos. A quien todavía aliente semejante confusión, el Opa les
recomendaría que se instruyeran sobre cómo se vivía en el “socialismo real”, y
qué significados tenían los derechos humanos, la libertad y hasta la igualdad
en aquellos países. El Opa sabe de lo que habla: ha sido gerente de banco en
Praga. Desde luego, esto no oculta que había otra agenda más bien imperialista
detrás de esa posición bifronte enunciada por el presidente. Tampoco desmiente
que para concretar una agenda destrozaron la otra, con lo cual uno
legítimamente se pregunta qué tan importante era la agenda sacrificada. Más bien,
sostiene el Opa que quisieron terminar con el canibalismo comiéndose a los
caníbales, y en el medio haciendo muy buenos negocios. En todo caso, es
evidente que a largo plazo les costó muy caro.
El
Opa, como se ha explicado, tiene la sana costumbre de no esperar nada de los
dirigentes. En este caso lo ha sorprendido la respuesta comentada; no por lo que
dijo, ya que fue escueta y ambigua, sino por lo que ha sugerido y el marco en
que lo ha hecho. Fue casi encima de una fecha demasiado importante, dolorosa y
omnipresente, por lo que las hordas populistas se han sentido provocadas.
Pero
además hay una promesa, también escueta y ambigua, de abrir los archivos
norteamericanos sobre aquellos años del desprecio. Ese fragmento de verdad será
la ofrenda más grande que ese presidente pueda hacerle al pueblo de la Comarca,
aunque también sospecha el Opa que una parte de los militontos menospreciarán
ese regalo que los avergüenza y que no comprenden, y que la otra parte de los
militontos también menospreciarán como si esos gestos no fueran en verdad
extraordinarios: ninguna de las potencias que avalaron aquella dictadura nos
ofreció siquiera las migajas de su verdad histórica. Tampoco la madre Rusia, el
espejo en que los militontos antiimperialistas aman mirarse.
Mañana
será jueves, y el Opa marchará igual que hace 20 años. La fecha acaso sea una
bisagra en su tenue biografía, con olor a despedida, a distancia que crece a
medida que ya deja de reconocerse en la formulación de su presente. Caminará
hacia adelante.
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