miércoles, 2 de julio de 2025

CUANDO REGRESÉ TODO QUEMABA

 

El Opa ha retornado a la Comarca. En realidad, ha vuelto hace unos meses, pero hace mucho percibe que no tiene mucho sentido seguir diciendo las cosas. Narrar la Comarca es una tarea que se ha vuelto infame, porque infame es la cadencia con la que se suceden cosas vergonzantes en el ámbito público. No hace mucho el Opa podía escribir cada vez que alguien desde el poder hacía alguna salvajada que se destacara por sobre la vulgar medianía de la política; si hoy quisiera hacer lo mismo debería publicar en tres turnos diarios, incluyendo fines de semana, feriados y fiestas de guardar.

En estos días crueles el Opa piensa en uno de los temas de agenda más vergonzosas de las últimas décadas: la “estatización” de la empresa de combustibles que fundara Don Hipólito y que el peornismo regalara a una empresa española con la integridad moral de un lupanar de tahúres y prestidigitadores. La historia es conocida: en los ’90 el gobierno nacional peornista decidió privatizarla, pero como parte de la jurisdicción correspondía a las provincias, necesitaba romper ese bloqueo federal. El ariete para ello fue una famosa pareja de usureros patagónicos, que se convirtieron en operadores del desfalco a cambio de un adelanto de sesenta millones de dólares por el canon que podría tocarles en el caso de una privatización exitosa. Ese dinero desapareció y jamás se supo de él.

Décadas después el sentido común político había cambiado, y la misma diputada que presionó a sus pares para facilitar el desguace, ahora convertida en presidenta, había resuelto dar la batalla épica por la nacionalización de la misma empresa que con su marido ayudaron a vender. Sin jamás dar explicación alguna, porque el peornismo es agnóstico respecto al principio de responsabilidad. Había un problema: la empresa compradora tenía asiento en otra comarca, con otras leyes. Para complicar las cosas, el acuerdo de venta indicaba que cualquier pleito debía resolverse en los tribunales de una tercera comarca: en el centro del imperio, el núcleo del capitalismo global. Y por lo tanto debían obedecerse las normas de cada una de estas naciones por un imperativo básico del derecho internacional privado que rige las relaciones entre particulares de distintos estados, o entre éstos y otros estados. El Opa tiene una vida ligada a la ley, y entiende que en la Comarca los jueces se dedican a postear gatitos cuando frente a sus ojos desfilan impúdicos los poderosos cometiendo ilegalidades tremendas; pero en otras latitudes eso no pasa. O no pasa tanto. No a este nivel. En este caso alguien que compró las deudas que dejó la empresa dueña de los yacimientos, demandó en otros territorios para reclamar por esa deuda. Está bien, podía hacerlo. Es perfectamente legal en todo el planeta. Y la jueza le dio la razón, cerrando una estafa monumental cometida por María Isabel Fernández de K, por su difunto partícipe necesario, por su ministro de economía, su vicepresidente y una caterva de funcionarios que pululan impunes.

Pululan impunes porque siguen allí, en la oposición con banca, pero también en el oficialismo. El vicepresidente de aquella época oscura es hoy ministro, el asesor jurídico de semejante desfalco fue hasta hace poco el jefe de los abogados de este gobierno de ahora, el operador del testaferro que operó aquel saqueo es ahora embajador ante la primera potencia mundial, ante cuyos tribunales se ventila esta desventura de la Comarca. ¿El testaferro, dijo? Sí, el empresario que utilizó el finado presidente para quedarse con la empresa, a quien ya le había “regalado” el banco de su provincia, no era más que un testaferro. Ese testaferro dio empleo a varios funcionarios pasados y presentes, entre ellos el actual presidente y el anterior. Los dos, operadores a sueldo de ese testaferro que traicionó su mandato cuando no se habían extinguido aun las exequias del finado, y se apropió de aquello que poseía in nomine alienus. Pero la justicia, dirá el lector. El juez que cajoneó todas las denuncias formuladas por este tema (y todas las denuncias por corrupción que le cayeron a su escritorio en los últimos 20 años) fue propuesto por el actual presidente para integrar la Corte Suprema de Justicia de la Comarca, fracasando en su intento de introducirlo por sus alcantarillas.

Párrafo final para los legisladores que votaron esa atrocidad. Es fácil patalear con el diario del lunes, incluso teniendo la razón. Pero el sentido común de la época indicaba que estaba bien recuperar los yacimientos por la razón o por la fuerza: la enorme mayoría de los legisladores que votaron a favor lo hicieron persuadidos de que, más allá de las formas, había un reclamo popular de enorme densidad. De la misma densidad del reclamo popular anterior que una década antes festejó la privatización de la empresa. Y el mismo reclamo popular que hoy no vería mal que se la entreguen a los marcianos, o a quien sea. El punto es que el reclamo popular muchas veces no difiere mucho de lo que pueda deliberar un cardumen de orates al cabo de una copiosa libación de bebidas espirituosas. Un punto a favor entonces para los legisladores que, en minoría, desafiaron el sentido común de la época y votaron en contra de lo que cualquiera podía ver que era una estafa. Tenían razón, y hoy tienen todo el derecho del mundo a levantar el dedito porque sostuvieron una posición impopular, difícil de defender cuando los vientos de la historia soplaban chavismo y opacidad.

El Opa no puede más que encomiar la valentía de los que utilizaron su banca, su micrófono, su espacio grande o pequeño para hacer docencia, porque de eso se trata la política democrática, como quería Don Arturo. ¿Cómo que “qué Don Arturo”? Mire, vaya a estudiar, quiere… A ver si para la próxima votamos a algún adulto responsable, que demasiado caro nos vienen saliendo los demagogos de derecha y de izquierda.

Cree el Opa que volver nunca es fácil ni es gratis. Nada de lo que ve lo sorprende, ni siquiera la indignación sobreactuada de los que patalean desde uno u otro extremo del populismo demente. Más bien le causa tristeza, desazón, la sensación de que la Comarca seguirá girando en una rueda idiota porque nada indica que la sensatez volverá a ponerse de moda.