El Opa ha retornado a la
Comarca. En realidad, ha vuelto hace unos meses, pero hace mucho percibe que no
tiene mucho sentido seguir diciendo las cosas. Narrar la Comarca es una tarea
que se ha vuelto infame, porque infame es la cadencia con la que se suceden
cosas vergonzantes en el ámbito público. No hace mucho el Opa podía escribir
cada vez que alguien desde el poder hacía alguna salvajada que se destacara por
sobre la vulgar medianía de la política; si hoy quisiera hacer lo mismo debería
publicar en tres turnos diarios, incluyendo fines de semana, feriados y fiestas
de guardar.
En estos días crueles el Opa
piensa en uno de los temas de agenda más vergonzosas de las últimas décadas: la
“estatización” de la empresa de combustibles que fundara Don Hipólito y que el peornismo
regalara a una empresa española con la integridad moral de un lupanar de
tahúres y prestidigitadores. La historia es conocida: en los ’90 el gobierno
nacional peornista decidió privatizarla, pero como parte de la jurisdicción
correspondía a las provincias, necesitaba romper ese bloqueo federal. El ariete
para ello fue una famosa pareja de usureros patagónicos, que se convirtieron en
operadores del desfalco a cambio de un adelanto de sesenta millones de dólares por
el canon que podría tocarles en el caso de una privatización exitosa. Ese dinero
desapareció y jamás se supo de él.
Décadas después el sentido
común político había cambiado, y la misma diputada que presionó a sus pares
para facilitar el desguace, ahora convertida en presidenta, había resuelto dar
la batalla épica por la nacionalización de la misma empresa que con su marido
ayudaron a vender. Sin jamás dar explicación alguna, porque el peornismo es
agnóstico respecto al principio de responsabilidad. Había un problema: la
empresa compradora tenía asiento en otra comarca, con otras leyes. Para
complicar las cosas, el acuerdo de venta indicaba que cualquier pleito debía
resolverse en los tribunales de una tercera comarca: en el centro del imperio,
el núcleo del capitalismo global. Y por lo tanto debían obedecerse las normas
de cada una de estas naciones por un imperativo básico del derecho
internacional privado que rige las relaciones entre particulares de distintos
estados, o entre éstos y otros estados. El Opa tiene una vida ligada a la ley,
y entiende que en la Comarca los jueces se dedican a postear gatitos cuando
frente a sus ojos desfilan impúdicos los poderosos cometiendo ilegalidades
tremendas; pero en otras latitudes eso no pasa. O no pasa tanto. No a este nivel.
En este caso alguien que compró las deudas que dejó la empresa dueña de los
yacimientos, demandó en otros territorios para reclamar por esa deuda. Está
bien, podía hacerlo. Es perfectamente legal en todo el planeta. Y la jueza le
dio la razón, cerrando una estafa monumental cometida por María Isabel Fernández
de K, por su difunto partícipe necesario, por su ministro de economía, su
vicepresidente y una caterva de funcionarios que pululan impunes.
Pululan impunes porque siguen
allí, en la oposición con banca, pero también en el oficialismo. El
vicepresidente de aquella época oscura es hoy ministro, el asesor jurídico de
semejante desfalco fue hasta hace poco el jefe de los abogados de este gobierno
de ahora, el operador del testaferro que operó aquel saqueo es ahora embajador
ante la primera potencia mundial, ante cuyos tribunales se ventila esta desventura
de la Comarca. ¿El testaferro, dijo? Sí, el empresario que utilizó el finado
presidente para quedarse con la empresa, a quien ya le había “regalado” el
banco de su provincia, no era más que un testaferro. Ese testaferro dio empleo
a varios funcionarios pasados y presentes, entre ellos el actual presidente y
el anterior. Los dos, operadores a sueldo de ese testaferro que traicionó su
mandato cuando no se habían extinguido aun las exequias del finado, y se
apropió de aquello que poseía in nomine alienus. Pero la justicia, dirá el lector. El juez que cajoneó todas las denuncias formuladas por este tema (y todas las denuncias por corrupción que le cayeron a su escritorio en los últimos 20 años) fue propuesto por el actual presidente para integrar la Corte Suprema de Justicia de la Comarca, fracasando en su intento de introducirlo por sus alcantarillas.
Párrafo final para los
legisladores que votaron esa atrocidad. Es fácil patalear con el diario del
lunes, incluso teniendo la razón. Pero el sentido común de la época indicaba que
estaba bien recuperar los yacimientos por la razón o por la fuerza: la enorme
mayoría de los legisladores que votaron a favor lo hicieron persuadidos de que,
más allá de las formas, había un reclamo popular de enorme densidad. De la
misma densidad del reclamo popular anterior que una década antes festejó la
privatización de la empresa. Y el mismo reclamo popular que hoy no vería mal
que se la entreguen a los marcianos, o a quien sea. El punto es que el reclamo
popular muchas veces no difiere mucho de lo que pueda deliberar un cardumen de
orates al cabo de una copiosa libación de bebidas espirituosas. Un punto a favor
entonces para los legisladores que, en minoría, desafiaron el sentido común de
la época y votaron en contra de lo que cualquiera podía ver que era una estafa.
Tenían razón, y hoy tienen todo el derecho del mundo a levantar el dedito
porque sostuvieron una posición impopular, difícil de defender cuando los
vientos de la historia soplaban chavismo y opacidad.
El Opa no puede más que
encomiar la valentía de los que utilizaron su banca, su micrófono, su espacio
grande o pequeño para hacer docencia, porque de eso se trata la política
democrática, como quería Don Arturo. ¿Cómo que “qué Don Arturo”? Mire, vaya a
estudiar, quiere… A ver si para la próxima votamos a algún adulto responsable,
que demasiado caro nos vienen saliendo los demagogos de derecha y de izquierda.
Cree el Opa que volver nunca
es fácil ni es gratis. Nada de lo que ve lo sorprende, ni siquiera la
indignación sobreactuada de los que patalean desde uno u otro extremo del populismo
demente. Más bien le causa tristeza, desazón, la sensación de que la Comarca seguirá
girando en una rueda idiota porque nada indica que la sensatez volverá a
ponerse de moda.