El Opa había decidido titular este post con el nombre
de “La Conspiración de los Idiotas”, pero advirtió que tal era el título de una
novela de Marcos Aguinis, impecable novelista y torpísimo comentarista
político. Dicha novela, no sin mérito de su autor, relata los excesos del
fanatismo religioso de épocas medievales. El Opa la ha leído en algún momento
de su juventud, y ha quedado notoriamente impresionado por ella. Vale aclarar
que, en su juventud, el Opa era particularmente impresionable por una exuberante
variedad de cosas, incluyendo, desde luego, una novela magnífica sobre la
ceguera mental producida por el fanatismo, esa exaltación del culto de una idea
que conduce a males sin nombre.
Pero no era esa la novela que el Opa tenía en mente,
sino otra, del magnífico y breve John Kennedy Toole, cuyo título ilustra este
post. En esta otra obra, el protagonista es un hombre infantilizado por la
protección de una madre notoriamente estúpida, egoísta y demandante, y que ha
aprendido a manipular las insensateces de su madre para hacer lo que mejor le
sale: nada. Este hombre, Ignatius O’Reilly, ha descubierto que si vocifera
imprecaciones y vituperios al viandante desprevenido mientras le reclama cosas
o acciones, éste asumirá que algo malo ha hecho y por lo tanto algo debe. De
este modo, Ignatius psicopatea a quien tiene alrededor hasta hacerlos disculpar
por las cosas que él, Ignatius, ha debido hacer y no ha hecho, o ha hecho
cuando no debía. Pero siempre, en cualquier condición, obteniendo de ello
alguna ventaja para sí. Ningún bobo, piensa el Opa.
¿Por qué el Opa ha traído a colación estas novelas?
Acaso porque ilustren un estado de cosas que ocurren en la Comarca. Fíjese el
lector, la lectora: el gobierno hace algo muy mal, lo que sea, cualquier cosa.
Frente a ello, adopta una estrategia O´Reilly: vitupera a la oposición, o a los
medios, o a las potencias extranjeras, o, en el colmo del delirio, a indiscernibles
entes maléficos. Es sobre estos entes metafísicos sobre los que el Opa quiere
escribir.
Hace pocos días el Presidente fue entrevistado por una
periodista complaciente y banal. En la entrevista le preguntaron, con tibieza,
sobre la inflación. El Opa asume que todos sus lectores conocen el triste
récord hiperinflacionario de la Comarca, esa tara de la cultura económica que
nuevamente parece comenzar a salirse de cauce arrollando a los ciudadanos de a
pie. La inflación, ese drama enraizado en el déficit fiscal, la emisión
descontrolada, y la improvisación económica. Es decir, en la mala praxis económica.
Mala praxis, aclara el Opa por si fuera necesario, de quienes gobiernan la
política económica de la Comarca. Es decir, el gobierno nacional.
En esa entrevista el Presidente dijo, sin que se le
moviera un pelo del bigote, que “…hay diablos que hacen subir los precios, y
lo que hay que hacer es hacer entrar en razón a los diablos…” Se alegará en
su defensa que usó una metáfora estúpida, propia de sus más caras tradiciones,
pero esa metáfora esconde precisamente lo que el Opa señala y vitupera: la
necesidad de imputar a los demás las consecuencias de los actos propios. Porque
los diablos que refiere son seguramente los empresarios de la Comarca, los que
producen y venden los bienes que allí se consumen, y también se refiere acaso a
los operadores que manipulan acciones y divisas a una escala que pueda impactar
en la inflación. Ahora bien, en el resto del mundo conocido (salvo las
dimensiones paralelas de Corea del Norte, Venezuela, y demás desvaríos) también
hay empresarios que producen y venden, y operadores que especulan. Y a pesar de
ellos no hay inflación, al menos al nivel psicodélico que denigra a la Comarca.
Entonces hay que buscar en otro lado.
Sospecha el Opa, y acá abandona el misticismo para
entrar en el plano conspiranoico, que el Presidente se refiere a elementos de
su propio gobierno, comenzando por la Faraona Egipcia y sus adláteres. De otro
modo no se entiende su balbuceo impreciso cuando le preguntan cuáles son las herramientas
para “hacer entrar en razón a esos diablos”; farfulla gorgorismos
ininteligibles que traicionan su voluntad de demostrar firmeza y claridad. Es débil,
y oscuro. Los diablos no son entonces esos empresarios y esos especuladores.
Sospecha, como antes lo hizo su vocera, que la
inflación es una “maldición”. Por lo tanto, la única solución compatible con semejante
delirio místico del Presidente y su vocera es invocar la presencia de brujos,
chamanes, exorcistas, taumaturgos, videntes y manosantas. Recuerda el Opa, con
cierto espanto, que ya hubo un Brujo a cargo de Ministerios en la Comarca, cuyo
conjuro infame sembró sus calles de muerte y horror. Aquel Brujo, mano derecha
y ejecutora del General Juan Domingo Cangallo, también quiso aplicar emplastos
místicos contra la inflación, pero ésta se lo terminó llevando puesto. Al menos
pudo disfrutar de la impunidad, sello nobiliario de la oligarquia peornista.
Antes de cerrar este post, el Opa llama la atención al
tratamiento que le dan al Presidente en la Televisión Pública. No pueden hablar
de él sin tener que reprimir una sonrisa sardónica, la que uno le dedica al tío
borracho que se deslengua en la cena de navidad. No lo toman en serio ni
siquiera los operadores de prensa a los que les paga el puchero: se ha
convertido en un meme también para ellos, y han comenzado una guerra solapada
para terminar de desmoronarlo en sintonía con las necesidades de la Vice.
Instinto de preservación: saben que va a caer y lo ayudarán a caer solo. Acaso asistamos,
nuevamente, a otra despiadada guerra interna entre facciones peornistas, ese deporte
fascista que termina con un país y un pueblo en el medio de una balacera cada
vez menos simbólica, cada vez más injustificada, cada vez más delirante.
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