Hubo elecciones, tristes elecciones en la Comarca. El Opa no pudo votar desde su lejano terruño adoptivo, a pesar de haberse empadronado a tiempo y corroborar hace meses que ya se encontraba en el padrón correspondiente a su embajada. Pero el día de las elecciones volvió a aparecer en el padrón de su ciudad natal, en una escuela en la que jamás había votado. Misterios de la ingeniería electoral de la Comarca, aunque nada original a juzgar por los miles de compatriotas en el exterior que tuvieron idéntico problema para ejercer el sagrado derecho del voto.
Pero eso no fue lo más triste. Lo más
triste fueron los resultados. Ganó un Don Corleone del conurbano, y segundo
salió un mediocre Bolsonaro ensamblado en La Salada. La corrupción y la
violencia. La mafia y el golpismo. Fue una enorme, inconmensurable derrota de
la democracia republicana y liberal, porque inevitablemente el próximo presidente
será un tullido moral que sólo aportará pobreza, violencia y crimen a la
Comarca.
Las calamidades no vienen solas, desde
el mismo momento en que comenzaron a publicarse los resultados, los psicópatas
de la primera y segunda minoría comenzaron a presionar a los votantes de las
otras fuerzas para que los voten en segunda vuelta. Cayeron en esa operación
funesta los integrantes de la fórmula presidencial que salió tercera, a la que
el Opa hubiera votado si hubiera podido. Preanunciando un acuerdo que quizás ya
habían cerrado antes, resbalaron hacia un apoyo inconsulto e inmediato al
candidato del fascismo criollo, a los terraplanistas y apologistas del
terrorismo de estado. Acaso fueron presionados (¿carpeteados?) por Macri, que desde
hace tiempo venía sosteniendo al fascista a costa de su propia candidata, a la
que sostuvo a su vez para poder destrozar a su heredero natural. Un calabrés
con “daddy issues”, necesitado de violentar a su propia descendencia -política-
para vengar simbólicamente el desprecio con que lo trataba su padre. El Opa no lo
quiso ver, aunque estaba a la vista del mundo entero.
Pero no todo está perdido: con una
dosis imprevista de cordura y coraje, los dirigentes del partido al que el Opa
se afilió al llegar a la mayoría de edad emitieron un comunicado declarándose
prescindentes. Sostienen que ambos candidatos son un peligro para la
democracia, y que no es responsabilidad del partido elegir cuál de los dos
males van a propinarle a la Comarca. La misma posición tomó el más pequeño de
los partidos de la coalición. El partido de Macri, que parió a los dos
precandidatos de la coalición, y de la que salió la candidata a presidente, ya
está dividido. Florecen como cactus los dirigentes que se declaran también
prescindentes, y que no están dispuestos a ser entregados como un paquete en la
cueva de los fascistas. En todos los casos, se procura preservar la coalición,
que en sí misma ha sido un artefacto político exitoso y resiliente, aun en las
derrotas. Es opinión del Opa que logrará mantenerse unido a pesar de todo. Así
lo quieren los 10 gobernadores, y la mayoría de los legisladores, y así lo
necesita la estabilidad democrática.
Lo interesante es el nivel de
psicopatía que manejan en las redes los seguidores del terraplanista. Toda su
campaña fue un festival de insultos, de desprecio y de calumnia; necesitados
ahora de esos votos que han repudiado, recurren a la violencia y la amenaza
para persuadir a esa minoría del tercer lugar de que tienen que votar a su
candidato. En nombre de una patria cuyos confines desconocen. En nombre de una
libertad que sólo quieren para sí mismos y no para todos. En nombre de valores
que palmariamente desprecian. Caterva de resentidos, exigen que uno se humille
ante ellos para que tengan la oportunidad de seguir humillándonos.
Es que algo han destrabado, algo se ha
abierto que tomaron los micrófonos las hordas de violentos que se mantenían en
silencio, sabedores talvez de su propia inepcia. Se ha abierto la caja de Pandora
donde se guardaban los resentidos sin voz, y han copado los escenarios con la
furia de los conversos y los vengativos. Es la venganza del hombre mediocre,
del que por fin puede gritar porque su grito de odio es legitimado y aplaudido
por sus pares. La reivindicación de quien culpa al mundo de sus malas
decisiones, individuales y colectivas, y no está dispuesto al esfuerzo mínimo
de aprender dónde se equivocó y dónde va a volver a equivocarse. Porque su
certeza es fanatismo: apoyados en la nada misma sostienen como un artículo de
fe que su líder resolverá todos los problemas con magia y grito. Si sale todo
mal otra vez, será culpa de los demás. Por ejemplo, de quienes no se sumaron a
su cruzada psiquiátrica.
Del otro lado, el silencio. Psicópatas
también de toda la cancha, negando todos los males que han causado y que causan,
gaslighters alucinados que ven Noruega donde existe Namibia, amparados en el
estado de desaliento y resignación que ellos mismos han causado, profetas de la
decadencia y el vaciamiento. Tienen, por fin, una sociedad paralizada de miedo,
acurrucada en posición fetal en el suelo de la humillación y el hambre,
apaleada por la inflación y la incertidumbre, encandilada con la ostentación de
los millones malhabidos como se encandila un animal con las luces del auto que
está por atropellarlo. Ya han sometido a la Patria. Ya han avasallado al
pueblo. Disfrutan con gesto impoluto y disociado de las mieles electorales y la
paz del cementerio.
Y en ese contexto es que el Opa mira,
desde lejos, cómo su patria le queda cada vez más lejos, más enajenada. Se
pregunta cómo volver. Dónde volver. A hacer qué, exactamente, aparte de la
visita a los afectos. Acaso eso sea todo lo que hay por hacer en la Comarca.
Emborracharse con ellos, anestesiarse sabiendo que uno tiene pasaje de regreso
a algún otro lugar de la galaxia, tratando de ignorar que ellos no, que la
familia y los amigos seguirán allí, en ese lugar desolado y yermo.