Cuando terminó de
llover se habían hinchado ya todas las puertas y las ventanas de la Comarca,
aún las de metal; la ropa puesta a secar comenzaba a cambiar de color y apestar
a perro mojado; los jueces seguían prevaricando plácidamente en sus despachos
enmohecidos y los diarios llegaban con las noticias ya diluidas por el tedio.
La Comarca era Macondo, pero vivíamos como si pudiéramos no darnos cuenta.
Talvez por eso
fue posible que trajeran a Ella, la ex presidenta, a declarar como imputada por
las fechorías cometidas en el poder, y que pudiera declarar frente a un juez
demasiado cobarde para darle la cara. Y talvez, en ese ámbito pegajoso de la
llovizna perenne, fue posible que Ella lograra armar un episodio de épica
militante que trastocó el demérito de su triste circunstancia procesal. Allí donde
sólo cabía dar explicaciones o ampararse en el generoso silencio constitucional,
Ella optó por convocar a los militantes y militontos, a los fanáticos del
relato, a los desharrapados que se cayeron del modelo que creyeron perpetuo.
También ellos son ciudadanos del realismo mágico, y están dispuestos a creer lo
que les digan que tengan que creer.
Épica de
cotillón, agrega el Opa, que no pudo dar crédito al discurso de la ex
presidenta. Plagado de los lugares comunes del populismo palurdo de la Comarca,
indigerible para nadie medianamente sensato, expresó sin embargo una característica
envidiable, que el Opa no tiene pruritos en reconocer. Fue una fiesta pagana,
una especie de carnaval otoñal y lluvioso que logró desmentir un poco el clima
anticlimático. Fue una celebración de la vida, aun plagada de mentiras y semi-verdades
endebles como cartón mojado. Fue un encuentro entre muchos, felices de
encontrarse y sentir que comparten un sueño y un proyecto, aunque haya sido la coartada
del saqueo nacional. El Opa no puede dejar de notar ese vitalismo.
Sobre todo por el
contraste con el resentimiento agrio de los pacatos que gobiernan. Entreverados
en su festival de torpeza, en sus propias cuitas (i)legales, en la zozobra de
denuncias que los venales jueces de la Comarca no logran tapar a tiempo, ni los
diarios adictos soslayar completamente, el elenco gobernante salió a la
palestra a cuestionar el acto de la ex presidenta. Horrorizados como solterona
en la iglesia, envidiosos como comerciante de pueblo chico, balbuceante como
santurrón en la hora del recreo, los funcionarios y los periodistas afines
hicieron lo posible por esconder primero, y denostar después la inopinada
convocatoria de la imputada de lujo. Llegaron al extremo de ir a provocar a las
foscas huestes Nac&Pop procurando los empujones y maltratos que necesitaban
ubicar en sus diarios.
Es menester
aclarar una cosa: el Opa no condona la violencia contra los periodistas, aunque
generalmente la tengan merecida. Y también se reconoce que si la “seguridad”
del sarao ex presidencial estuvo en manos de los matones de Cristina, significa
que la inoperancia de la Ministra de Seguridad llegó a límites poco compatibles
con la seguridad de la Comarca. Pero los cagatintas y movileros de los medios
oficiales fueron zainos y malaleches como sólo puede serlo un periodista en
declive. En este punto el Opa amplía hacia los periodistas de la Comarca el
olímpico desprecio que sostiene hacia los jueces ídem, y casi por las mismas
razones de mediocridad, cobardía, venalidad e ineptitud.
Pero piensa en
otra cosa. Piensa en el significado de esa repugnancia con la que las gentes
bienpensantes, los globoludos del relato cool, han recibido el acto de la ex
presidenta. Ella hizo política, como es esperable de una persona de su rango, aún
en el momento de rendir cuentas de sus crímenes de estado. Los otros asistieron
impotentes a la propia impotencia de sus propios líderes, absolutamente
incapaces de manifestar el más mínimo reflejo político. Entonces el Opa se
asusta, porque el CEO y sus botineras son tan inefablemente ineptos que pueden
generar las condiciones para que Ella vuelva, con su séquito de imputados,
voraces como langostas a la hora del desayuno, patrones de ejércitos enteros de
lúmpenes de todo pelaje que se habían ensoberbecido desde el Estado.
Piensa además en
otra angustia, que anida en el ataque de acidez que atacó a la república
amarilla. Es la angustia de ver reflejado el presente judicial de la ex
presidenta en la proyección temprana de las tribulaciones del campeón moral de
los minions posmodernos. Es el miedo de que el mismo presidente sea citado más
temprano que tarde, por manejos no demasiado diferentes a los manejos de Ella. Y
es el temor de que si esa premonición funesta llegara a cumplirse, la gente que
iría a acompañar al presidente en su peregrinaje tribunalicio apenas alcanzaría
para llenar un taxi, chofer incluido.
El Opa descree
profundamente de la bondad moral de las masas. En estos tiempos de saqueo del Estado
y de manipulación mediática, no es demasiado difícil llenar plazas y plazas. También
sabe que mucha de la gente que asiste a estas movilizaciones, a favor o en
contra, lo hacen convencidas y sin necesidad de que los sobornen con un
choripán ni los taladren desde los medios: generalmente lo hacen con razones
que al Opa le cuesta entender, pero cuya existencia misma puede aceptar. Pero como
sea, no cree que sean un indicio de potencia electoral, de corrección política,
de virtud republicana, ni de transformación democrática. No hay virtud en los
números, como tampoco pecado.
En esos términos,
nada ha cambiado, a pesar de que Sarracenos y Pleistocenos fatiguen charlas
arguyendo un cambio de clima. El único clima que cambió, piensa el Opa, es el
que lo tenía melancólico y amohosado, retraído en el tufo de su casa, cuyas
paredes chorreaban tanta agua como las calles. Tanto que temió perder la voz y comenzar
a croar su descontento.
Piensa el Opa que
son días difíciles para convertirse en un batracio, con tanta gente tragando
sapos por ahí. Pero salió el sol en la Comarca, y entonces el Opa se aferra a
la vida y al solcito tibio.
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