El Opa necesita volver a postear
porque se ha indignado de nuevo con la dirigencia política de la Comarca. Procura
no tomarla en serio, en general porque no lo merece, y en particular porque el
Opa prefiere preservar su sanidad mental y lo que le queda de la fe en los
habitantes en condiciones de votar. Pero hay cosas que exceden el marco
mediocre, gris y tilingo –cuando no delincuencial- en que se empotran los
dirigentes de la Comarca. Y es en esos casos que teme por la salud de la
democracia, esa señora mayor que camina por la cornisa con los ojos vendados.
Hace muy poco se conmemoraron los 40
años del hecho maldito que configuró el presente y el pasado cercano de la
Comarca. En aquella fecha se producía un cuartelazo cívico, eclesiástico,
empresarial, sindical, y finalmente militar. El gobierno constitucional derrocado
caía sin resistencia ni defensa, como un hato de delincuentes comunes a los que
atrapa el más inepto de los policías. Sarracenos y Pleistocenos respiraron
aliviados porque se terminaban los desafueros de una banda de asesinos y
ladrones, sin imaginar que sus cualidades criminales serían ampliamente
superadas por los nuevos usurpadores del poder. Los desafueros continuaron,
pero ahora como plan sistemático de exterminio. Esto se extendió en todas las
ciudades y aldeas de la Comarca.
En algún lugar del agobiado
conurbano bonaerense, en una ciudad con nombre de cerveza y presente de
efedrina, han elegido a un intendente idiota. Los vecinos conocieron al idiota
en la televisión: es un afamado cocinero cool con nombre de aspiraciones
patricias. Su condición ajena a los entramados políticos persuadieron a los
vecinos de que el cocinero cool era la herramienta ideal para terminar con el
reinado de una banda de mafiosos comúnmente conocida como partido
justicialista. Así, ganó las elecciones hace muy poco, incapaz de balbucear nada
que exceda el escueto margen de la banalidad superficial. En un país palangana,
ningún discurso profundo encuentra el tiempo de proyectarse hacia el pueblo, y
en cambio nos quedamos con este casting de orates prolijos.
Pero lo que afecta al Opa es lo que
dijo este intendente, el cocinero cool. Le preguntaron en televisión sobre el
aniversario del Golpe, y si pensaba convertir en sitio de memoria al más
célebre de los campos de concentración de la ciudad que administra. Le preguntaron
en concreto por el Pozo de Quilmes, donde fueron asesinadas 251 personas. Como la
política televisiva impone recitar un discurso sin importar lo que ha sido
preguntado, al escuchar la palabra “pozo” el energúmeno de los cucharones
respondió que “iban a arreglar todos los
baches y hacer obra pública, pero la pesada herencia y la voluntad de los
vecinos…” y una sartenada de humedades por el estilo.
Recapitulamos: al cocinero cool le
preguntaron por el más conocido de los sitios de exterminio, y si pensaba
convertirlo en un lugar de memoria y enseñanza. Sólo escuchó la palabra “pozo”,
y respondió como candidato en campaña permanente. No es una gaffe menor. Le estaban
preguntando en un marco muy específico: una entrevista el día del aniversario,
en el marco de una conmemoración de esa misma fecha, y mientras se hablaba de
ese tema. Y le preguntaron por el lugar más emblemático de su ciudad. No fue
una confusión, como pretendió justificar después con torpeza cobarde. Fue ignorancia,
como lo admitió antes de ensayar excusas.
No sabía que en su ciudad hubo un
lugar llamado Pozo de Quilmes donde hace 40 años se masacraba a personas. No lo
sabía porque nunca le interesó la historia, desde luego. Y porque su
conocimiento del lugar que gobierna es igualmente superficial y esterilizado. Es
un inepto que aún no pudo comenzar a gestionar su ciudad porque su gabinete
parece la corte de los milagros, de modo que no puede ampararse en la
tilinguería bobalicona de “la gestión”. Tampoco puede hablar de futuro si no
conoce siquiera los temas del presente, ni tan luego los del pasado.
Al Opa lo han ofendido muchas cosas,
pero fundamentalmente la idea de que alguien que se presenta en el juego
democrático puede darse el lujo de la ignorancia y el desdén por el
conocimiento. Se trata de la apuesta contra la razón, del desprecio por la
construcción cívica, de la ignorancia como una excentricidad atractiva y
lustral, porque refuerza la idea de ajenidad de lo público. Lo que hay en la
respuesta del cocinero cool es el desprecio por lo público. Y eso, piensa el
Opa, es una amenaza radical al corazón de la democracia, que exige un compromiso
profundo por las cosas de todos. Después podrá haber discrepancias razonables
sobre ideas o métodos, pero no puede fundarse una función pública desde la
repulsa de una base cultural común.
Hay además algo más grave, que es el
ultraje a la memoria de esas personas asesinadas en ese lugar, y al recuerdo
que de ellas tengan sus familias y amigos. No se trata de compartir sus ideas
ni justificar las circunstancias que entretejieron el destino funesto de esas
víctimas, sino de entender que se gobierna también sobre dolores y ausencias,
se gestiona sobre clamores de justicia y verdad, se administra sobre la
humanidad humilde de los que están y de los que faltan.
En estos tiempos la ignorancia no es
neutral. Desconocer estos capítulos de la historia significa una toma de
posición, un deliberado esfuerzo por soterrar el contenido profundo de esa
historia, una elección por desandar un camino de construcción de la memoria y
la justicia que ha costado el esfuerzo de generaciones. Esto es lo
políticamente imperdonable. Nadie, por más chef que sea, puede lanzarse a la
arena política sin desconocer ese camino. Y borrar sus rastros y contornos es inaceptable
en nuestra endeble democracia.
Se dirá que es un incidente menor.
No lo es. Tampoco lo es la torpeza con la que el cocinero intentó disculparse,
argumentando que no escuchó bien. No había forma de equivocarse: simplemente no
sabía qué cosa era el Pozo de Quilmes. Tampoco le importaba.
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