domingo, 15 de marzo de 2015

El Carnaval de Gualeguaychú

En un lejano rincón de la Comarca ha sucedido un hecho inusual. Se ha juntado un gran número de dirigentes radicales para definir qué harían con su partido en las elecciones de este año. Es inusual ubicar las palabras “gran número” y “radicales” en la misma frase, por lo que el Opa tratará de aclarar qué ocurrió. La Unión Cívica Radical, a la que el Opa sigue afiliado con sufriente constancia, suele utilizar sus canales orgánicos para tomar sus decisiones. Según su Carta Orgánica, la Convención Nacional decidirá sus candidatos, plataformas y alianzas en una asamblea compuesta por sus delegados elegidos en elecciones internas en cada provincia. Esto también es inusual, porque en la política de la Comarca cada fuerza política tiene un jefe que ordena y multitud de subordinados que obedecen sin cuestionar la orden. Así de militarizada es la política en la Comarca.
Pero los radicales no. Contra viento y marea insisten en sus convenciones, que suelen terminar a sillazos. Casi siempre los arreglos (espurios y también) se realizan puertas afuera, y en la Convención los delegados levantan la manito para votar lo que ya acordaron en otro lado. Los discursos se vuelven irrelevantes porque casi nadie cambia su voto porque ha sido persuadido en el ámbito de debate correspondiente. Practican un ritualismo que a veces es tragicómico. Sus dirigentes lo han vaciado de contenido y queda casi solamente el folclore.
Pero aun así, las decisiones se toman en un ámbito en el que los delegados y los militantes pueden hablar, e incluso revolearle un tacho de basura al operador político más poderoso de las últimas décadas.
En esta oportunidad decidieron aliarse con dos fuerzas políticas dispares. El PRO es la PYME política de un niño bien que profesionalizó la gestión pública, no exento de negociados, espías y marketing. Es “la derecha”. La Coalición Cívica es un conglomerado anónimo cuyas filigranas describen el rostro de una mujer temperamental, de dudosa cordura y con pretensiones de clarividencia. Uno tiene una papa en la boca, la otra celebra que sus patitos no estén en fila. Juntos se están convirtiendo en un polo antagónico al de la  de la Presidenta María Estela Fernández de Neón. Se espera que la UCR aporte su estructura territorial en todo el país para sostener esa lucha electoral, ya que sus dirigentes nacionales todos juntos no sirven ni para jugar con barro. No tienen un solo voto, y son inútiles redomados que no podrían conducir nada más complejo que una intendencia chica, hasta que la saturen con sus parientes balbuceantes.
Ahora bien. Las repercusiones de ese acuerdo han sido interesantes. Los radicales resentidos con su dirigencia (con justa razón o sin ella) despotrican como si les importara algo el partido que dejaron por comodidad, o por cargos, o por vergüenza. Se fueron, y ahora hablan de los principios de un partido que abandonaron. Hablan de Illia y Alfonsín los mismos que se hacen los otarios ante la mención de Boudou y Milani. Se envuelven en banderas ajenas, que han despreciado o que creyeron llevarse cuando se fueron al populismo. Guardianes de valores políticos que sus nuevos jefes desprecian minuciosamente. Ladran desde afuera un agravio que resulta abstracto.
Pero es el miedo, Opa. Esos radicales que se fueron en realidad están asustados: le creyeron el cuentito a Clarín y La Nación, que tanto dicen detestar,  y creen que realmente Macri ganará las elecciones con el aparato territorial de la UCR. Los asusta ver a Máximo entrando a Comodoro Py, o peor aún, a la Presidenta Fernández de Neón entrando a Devoto, a causa de unos hoteles ya demasiado notorios para esconder debajo de la mesa, de unos pagos demasiado sospechosos, de un lavado de dinero tan ostensible que aparecería en los manuales de derecho penal.
Al mundo K le preocupa y los asusta este acuerdo, y lo denuestan con furiosa ponzoña. Algunos perderán su trabajo, otros no. Disfrazan de ideología un temor más atávico: que a la Jefa le pinten los dedos, que al Modelo le saquen la careta, que se ventilen en alguna audiencia las pruebas de los desfalcos, que la estafa se vuelva tan visible que ya no puedan echarle la culpa a la corporación judicial. Temen quedar desnudos frente a la verdad, que es incómoda. Temen la posibilidad de dudar, de perder certezas, de volver a transitar esa intemperie que se alimenta de las migajas del ’83 o –peor aún- del ‘73. Temen que les bajen a cascotazos sus ídolos de barro.
El Opa los consuela: ello no ocurrirá. Supongamos que se confirma la peor pesadilla del militonto K que dice que “no es K pero apoya las cosas buenas de este gobierno”. Supongamos que Macri es presidente. ¿En serio piensan que impulsaría una Jihad ética contra la Presidenta y sus cómplices? ¿De veras creen que romperá la alianza de poder que mantienen Mauri y Ella desde el 2007? ¿Creen honestamente que Mauri hurgará en las cuentas de Hotesur, en los archivos del hijo presidencial, en los negociados de la juventud maravillosa? Mantienen desde hace años una sociedad de negocios inmobiliarios y de los otros, que preservan detrás de una máscara de imprecaciones y acusaciones mutuas. Son como esas parejas que están juntas pero en público ni se hablan por el qué dirán. Son lo mismo, pero con envases distintos, con chamuyos distintos.
Hubo otras reacciones. Los sectores más reaccionarios de la Comarca creyeron, con fruición, en exactamente lo mismo que los furibundos neoperonistas-de-izquierda-que-bancan-a-Moreau. Creen que se viene la revolución de la gente bien, que se terminará la chusma y los negociados, que los modales tradicionales de La Recoleta desplazaran a la soberbia sudorosa y fumona de los nuevos ricos de Puerto Madero. El Opa les tiene menos compasión, porque representan casi todo lo que el Opa teme.

Pero acaso lo único que queda de la Convención radical es esa sensación de escenario vacío, de libro muerto de pena, de dibujos destruidos y la caridad ajena. Esa sensación de haber presenciado una farsa que muchos creen, el agobio de mirar un televisor inútil que repite, en un loop absurdo, una ficción que comienza una y otra vez. El eterno cuentito de la ilusión y el desengaño, la sensación de que cuando hacemos pie en la realidad hay en el fondo cenagoso una sustancia oscura y espesa, de que la superficie cristalina del lago de la esperanza es una mentirita como las que le contaban al Opa para que se durmiera cuando era niño, para alejarlo de los miedos y las sombras.

domingo, 8 de marzo de 2015

Música para bipolares

Cuando el Opa era cachorro solían llevarlo a las plazas de la Comarca, donde se entretenía en los juegos propios de los niños de su edad. Siempre le llamaron la atención dos juegos: la montaña rusa con su vértigo espeluznante, y su versión pobretona y más bien pavota: el subibaja. Ambas combinaban esa dosis de éxtasis y bajón, la sensación de beberse las alturas y después de arrastrarse en el fondo cenagoso del aburrimiento. Eran juegos bipolares.
Y esas categorías bipolares se han expandido a casi todos los ámbitos de la Comarca, donde nada parece mantener un ritmo sensato y previsible, sino que se empeña en rebotar entre esos estados antagónicos. Por ejemplo, la Presidenta María Estela Fernández de Neón.
Como recordamos, Ella quedó en el ojo de la tormenta cuando fuera denunciada por un Fiscal que apareció suicidado. Luego otro Fiscal tomó aquella denuncia, propuso nuevas medidas de investigación, y le agregó un toque de zozobra a la nave oficial. Hasta que vino un juez a poner las cosas en su lugar.
El juez Rafecas era un funcionario prolijito que cobró una funesta notoriedad por su aptitud para enredarse en escandaletes judiciales. Mientras investigaba al Vicepresidente de la Nación por robarse la máquina de imprimir dinero le enviaba mensajes de texto al abogado del imputado dándole información y sugerencias sobre el caso. Toda la historia es triste: según los mentideros judiciales el Juez y el abogado eran viejos amigos, y aquél le pasaba información “de onda”; pero éste necesitaba apartarlo, así que traicionó a su amigo y divulgó los mensajes que le había enviado. La maniobra fue exitosa: Rafecas terminó afuera del caso y salvó su carrera y su sueldo de casualidad. Aún hoy pende de un hilo en esa turbia guarida de maleantes llamada Consejo de la Magistratura.
Y Rafecas entonces decidió desestimar la denuncia. Dicen los que saben, porque de estas cosas el Opa tanto no sabe, que la denuncia era aventurada pero creíble, y que merecía que se mostraran las pruebas que pedía el Fiscal Pollicita. Pero Rafecas cerró la puerta. Urdió un silencio dispuesto a sepultar el tema. Maltrató a su amigo muerto con documentos con mucho olor a SIDE. Los jueces hacen esas cosas.
Y luego, en su apoteótico discurso de apertura de la Asamblea Legislativa, la Presidenta Fernández de Neón tuvo, en el marco de un discurso de barricada, el tupé de seguir ensañándose con el muerto. Ella y su gobierno lo trataron de golpisto, de mal padre, de canalla, de cobarde, de homosexual, de marioneta de la SIDE, la CIA y el MOSSAD, de borracho. Sólo le falta vincularlo a la muerte de Norita Dalmasso, piensa el Opa. En ese discurso Ella fustigó a un tipo que no se puede defender de la crítica seria, pero tampoco del ensañamiento vil y rastrero. Del cuestionamiento jurídico (sano y necesario), pero tampoco de la maledicencia de comadrona resentida, de la vulgar calumnia de una peluquera de Tolosa.
Pero para los militontos del relato el discurso de Ella fue épico y fundacional. La ayudó por contraste la paupérrima crítica de los principales dirigentes opositores, mediocres y envidiosos como gorda de peluquería (de Tolosa, claro). Ahora, luego de ese discurso y de llenar la Plaza con el auxilio del presupuesto público, Ella se encontraba en un estado de clímax que auguraba un venturoso porvenir sin las molestas incidencias de la justicia.
Pero después de cada cumbre comienza una bajada. A veces abrupta. Y entonces ocurren dos cosas: por un lado el Fiscal Pollicita apela el desistimiento y cuestiona el apresuramiento de Rafecas, y además tiene el tupé de ofrecer nuevas pruebas. Y por otro lado, la viuda del Fiscal occiso presenta sus propias pericias sobre la muerte de su ex esposo, y concluye que lo mataron. Que no fue suicidio ni accidente, sino que lo mataron.
Cuando todos los diarios de la Comarca abren sus portales con ese titular, es porque la burbuja de la impunidad, la mentira y el desconcierto se acaba de reventar. No se sabe quién tiene razón, el Opa cree que nunca se sabrá del todo qué fue lo que pasó. Sólo conoceremos los detalles exteriores a esa muerte cinco estrellas.
Los detalles externos dicen más o menos lo siguiente: la denuncia de Nisman no era tan alocada después de todo; las escuchas que se conocieron indican una serie de acuerdos que ratifican punto por punto la mayor parte de la denuncia; van apareciendo nuevas escuchas que salpican cada vez más cerca el aguantadero de Balcarce 50; la presencia de Anibaúl Fernández para ”embarrar la cancha” es ya una admisión de culpabilidad; la Fiscal que investiga la muerte admite que se encontró con una romería de Prefectos, policías y testigos en la mismísima escena del crimen; el hecho de que Nisman fue abandonado por su custodia en una operación de área liberada; el hecho de que no funcionaban las cámaras de seguridad y de esa torre podría haber salido Vergara Leuman vestido con tutú de ballerina sin que nadie lo notara.

El Opa ya no mira películas de detectives. Lee los diarios oficialistas y opositores y se encuentra inmerso en una historia oscura, en un policial negro. Y le dan ganas de bajarse, de cambiar de canal o cambiar de país. En esta rueda bipolar se pasó del éxtasis del relato a la noticia policial en menos tiempo que lo que tarda en calentarse el agua del mate. Cada cosa que se sabe desnuda alguna verdad atroz: quién manipuló qué cosas, quiénes negociaban qué cosas, quienes prefieren silenciar un crimen de estado. Y quienes, desde su posición progresista, militan ahora por la impunidad de Estado, y tendrán cara suficiente como para convocar a la marcha del 24 de Marzo.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Marchar o no marchar

Ahora resulta que un grupo de fiscales y jueces decidió armar una marcha en memoria del fiscal de curioso suicidio. ¿Les contó el Opa que un fiscal apareció suicidado el día antes de ir al Congreso de la Comarca a mostrar sus pruebas contra la Presidenta María Estela Fernández de Neón? Bueno, es el mismo caso.
Ahora en la Comarca se discute si hay que ir o no. Bah, los que lo discuten son los que apoyan a la Presidenta y sus compañeros de expediente. Dicen que esos jueces tienen todos algún occiso en el archivero, que han dejado morir algunas causas resonantes o que tienen por costumbre maltratar al pobrerío de la Comarca o que han ocupado una servilleta demasiado famosa y prontamente olvidada. Y dicen que es ridículo que un grupo de jueces y fiscales salgan a pedir justicia. Que es como que Papá Noel salga a pedir regalos para Navidad. Encima, algunos de los más funestos personajes de la Comarca han prometido su percudida presencia para vilipendiar a la Presidenta.
Hay algo de razón en esos planteos, cree el Opa que muchos de los funcionarios que hoy se victimizan han elegido hacerse los opas con los casos más pesados y han permitido que corruptelas y atentados varios queden impunes. Y que durante años han cobrado ese sobresueldo que salía de las cloacas del Estado, ese sobrecito de la SIDE que se conocía como “la cadena de la felicidad”. Nota el Opa que una cadena, en primer lugar, encadena. Y que, queriéndolo o no, cada uno de los beneficiados ya estaba encadenado al poder oscuro que los digitaba.
Ahora bien. También se pregunta el Opa si realmente esos funcionarios podían eludir la “cadena de la felicidad”, si apartarse de los favores y los telefonazos podían resultarles gratis, o podía costarles la carrera, la familia o algo más. Acaso no sea exagerado pensar que, como en cualquier negocio turbio, a veces uno no elige entrar, pero definitivamente no puede salir sin arriesgarse a estrenar un último traje, finamente confeccionado en guatambú o peteribí.
Pero es curioso que se les exija una valentía contra los aprietes que no tiene ni el más suicida de los superhéroes. Acá, piensa el Opa, hay un cinismo profundo. Hay que ser cretino para condenarlos por pedir justicia y garantías que ellos mismos deberían proveer, ignorando que uno de sus colegas apareció con un cuetazo en el baño de su departamento, abandonado por sus custodios y manipulado como en una telenovela venezolana. No es poca cosa, les mataron a un colega. El Opa lo reitera, porque parece que este hecho es menor: a estos jueces y fiscales que marcharán el 18 les mataron un colega. Uno de ellos, que decidió avanzar en uno de sus tantos casos que podía tener ramificaciones políticas.
Y como si fuera poco, la colega que investiga esa muerte extraña se tiene que desayunar todos los días con las operaciones que le monta el Secretario General de la Efedrina, o incluso su propia jefa,  la Procuradora General de la Comarca que le manipula sus declaraciones. Le revuelven los papeles, la ridiculizan, la burlan desde el mismo poder denunciado por el occiso, le difunden sus medidas antes de que las tome. El Opa no la conoce y no tiene opinión sobre ella; más bien le parece una pálida burócrata medianamente incompetente, que jamás hubiera querido ganar notoriedad a costa de un caso que le cayó como presente griego. Pero claramente la están hostigando feo.
Entonces, encuentra el Opa dos razones para que los fiscales y jueces marchen el 18: les mataron un colega, y la colega que investiga ese temita está sometida a un maltrato feroz. Claro, no le gusta al Opa que en la marcha pueda encontrarse a políticos oportunistas que hasta la semana pasada eran defensores del Modelo, y que hoy saltaron a las aguas procelosas de la oposición. No le gusta el tufillo a “aparato” privado, a evento inflado por el diario Corneta, a las ampulosas alfombras apolilladas de los tribunales y su casta de cucarachones privilegiados. El arquitecto Miguel Fucó, que carajea en francés y juega a las damas con el Padre Rigoberto, dice que marchará porque “hay que limpiar toda esta negrada”.
El Opa iría, sin embargo, más que nada porque no hace tanto, en los gloriosos setenta, las internas peronistas se dirimían con muertos y muertas que se arrojaban por doquier cada uno de los bandos. No le gusta que la política se dirima a carpetazos, filmaciones y “cadenas de la felicidad”.
Pero no sabe si marchar o no, porque según su primo kirchnerista los cumpas del Ministerio tienen fotos del Opa, a los 4 años, comiéndose la plastilina celeste en el jardín de infantes. Y que saben que está atrasado con el Monotributo y que si va a la marcha le pueden sacar la Asignación Universal por Opa. Pero también teme que haya filmaciones de una fiesta en la que una vez fumó cositas. Esto último lo agrega el primo, mientras se jala una línea que asustaría al mismísimo Diego Armando.

Teme que en alguna foto, en alguna filmación, algún día, ocurra algo y aparezca alguien con una sonrisita ladeada que venga a pedirle explicaciones mientras le maltrata los huesos. Así están las cosas hoy en la Comarca.

viernes, 6 de febrero de 2015

Miedismo de Estado

El Opa no tiene muy en claro si la diferencia entre miedo y terror es una cuestión de grados, o si hay alguna condición que defina al terror como un género diferente del miedo común. No desconoce el Opa que el Terrorismo de Estado es una política pública de implementación de control social por medio del terror: hubo en la Comarca distintas versiones, como si fuera una película de terror cuyas remakes tienden a ser cada vez más perversas. Por una mera cuestión de edad el Opa recuerda los Setenta, con las bandas de asesinos del Ministro de Bienestar Social, Josecito López Rega, que después se asimilarían a los marcianos que invadieron la Comarca en 1976. Sabe el Opa que el Terrorismo de Estado es cosa seria, por eso propone palabras más leves para describir el presente.
Por estos días la Presidenta María Estela Fernández de Neón se ha dedicado, con abrupta determinación, a sembrar el miedo en la Comarca. Han matado a un Fiscal que tuvo el tupé (tupé: descaro, copete) de denunciarla a Ella y sus secuaces por un crimen de lesa humanidad. En la lógica sórdida de las muertes de Estado, correspondía un poco de mesura para aplacar el pasmo y el festival delirante de versiones que propagó una oposición sin ideas. Pero no.
Primero la Presidenta sembró de dudas la propia muerte del Fiscal. Ella y sus amigos se dedicaron a denostarlo con ganas, asegurando que se suicidó por canalla, cipayo, cobarde, vendepatria, agente de la CIA y el Mossad: lograron despojarlo de su condición humana como paso previo a la justificación de su muerte. En el universo argumental del peronismo, todas esas calificaciones lo hacían merecedor de la muerte violenta que tuvo.
Después Ella acusó a un oscuro magnate del Grupo Corneta de tramar la muerte del Fiscal, ubicándolo de prepo en un cadalso imaginario. Después acusó al chico de las computadoras, que le había prestado al Fiscal asustado el arma con la que lo “suicidaron”. El hermano del chico trabaja en un estudio jurídico que atiende, entre otros miles de clientes, al Grupo Corneta. Ese vínculo resultó ser suficiente para lapidarlo públicamente y sugerir alguna relación íntima entre el muchacho y el Fiscal muerto.
En este punto al Opa lo hiere el silencio cómplice de los amigos gays que simpatizan con Ella. La “acusación” de esta supuesta relación tuvo mucho de homofóbica, pero la comunidad prefirió, nuevamente, hacerse la desentendida.
Al computín también lo acusaron de ser un espía infiltrado entre las víctimas de Cromagnón, un monumento a la corrupción estatal y la imbecilidad rolinga. Resultó que no, que no era un espía infiltrado, que simplemente se parecía a un periodista de la Rolling Stone. Pero como sabemos, ni aún la evidencia hace recular a los fanáticos.
Después apareció otro personaje raro: el primer periodista que twitteó la muerte del Fiscal, y sacó fotos con varios funcionarios en el edificio del finado. El chico se sintió perseguido y prefirió esconderse. Se supo que alguien lo fue a buscar a su casa, y luego los funcionarios de Ella cometieron la canallada infame de difundir dónde estaba escondido, qué avión había tomado, para cuándo tenía pasaje de vuelta. Un tipo que se esconde, muerto de miedo, y el Estado lo expone. El mismo Estado cuyos agentes asesinaron a un Fiscal en su casa en la víspera de una audiencia en el Congreso de la Comarca para mostrar las pruebas de su denuncia.
Luego el Kapitán Efedrina maltrata públicamente a la Fiscal que investiga esa muerte. La jefa de todos los Fiscales de la Comarca ya había menospreciado la muerte del Fiscal incómodo, y menospreció también el maltrato presidencial hacia la colega. Le inventaron declaraciones que nunca dijo, le armaron operaciones con sus vacaciones, con la prueba, con los borradores que demuestran que el Fiscal occiso pensó en algún momento pedir la detención de la Presidenta Fernández de Neón.
El Jefe de Gabinete pasó al estrellato destrozando un diario ante las cámaras. El diario Corneta del Grupo ídem había publicado la intención del Fiscal de mandar detener a la Presidenta, y esa noticia lo desequilibró. Nuevamente las hordas oficialistas festejaron, porque, se sabe, Corneta miente. Y si miente, se lo puede destruir. Lástima que después resultó que lo de la detención no era mentira, pero esta gente nunca retrocede.
A la ex esposa del Fiscal muerto le dejaron, en la víspera del crimen, una revista cuya portada tiene una foto del occiso con un balazo dibujado entre ceja y ceja. Una amenaza de cajón, pero el diario oficialista sostiene que es otra operación de los medios que inventaron esa historia.
Ahora, los fiscales abandonados todos por su Jefa, subordinada a la Presidenta Fernández de Neón, decidieron marchar cuando se cumpla un mes del asesinato de su colega. El Jefe de Gabinete sale a increparlos, a exigirles que digan por qué marchan, como si tuvieran que completar una declaración jurada.
Como el nivel de delirio supera la sensación térmica, Ella manda al Kapitán Efedrina a increpar por twitter a dos personalidades extranjeras que cuestionan la complicidad del gobierno en la muerte del Fiscal. Están tan acostumbrados al apriete que se olvidan de que no pueden apretar a gente que vive fuera de la Comarca.
Ahora, mandan al destituido y defenestrado jefe de los espías a que se siente a declarar frente a la Fiscal, como si no supiera por su oficio que es un blanco móvil. Claro que debería declarar, pero exigirle que se muestre públicamente es amenazarlo de muerte. Como ya han amenazado a otro juez impresentable que se atrevió a investigar los negocios hoteleros de Ella.
Una diputada de la oposición denuncia a los denunciados por encubrimiento, y la acusan de ser amiga del jefe de los espías, ahora súbitamente detestable después de años de fieles servicios.

Miedo o terror, lo cierto es que el fascismo requiere amedrentar al otro, asustarlo para que haga, o no haga, algo. Y eso es exactamente lo que la Presidenta María Estela Fernández de Neón está haciendo en estos días: miedismo de Estado. Una y otra vez, cada vez que aparecen por televisión es para infiltrar miedo, para amenazar a alguien, para crear operaciones de odio que sembrará, en un loop macabro, las semillas para que florezcan mil muertes más en la Comarca. Todo ello, mientras los defensores del Modelo aplauden a los asesinos.

viernes, 23 de enero de 2015

Cotillón “setentista”



Estos días ajetreados han sacudido con tanta fuerza los cimientos de la Comarca que se han caído maquillajes y revoques, disfraces y mascaritas. El Opa no ha sido ajeno al fenómeno: mal puede serlo ya que no es más que un Opa silvestre de la Comarca, sin mayores capacidades de omnisciencia. Asume que también se ha dejado llevar por la vorágine macabra del fiscal que primero se suicidó pero después no tanto.
Pero hay un punto al que el Opa quiere volver, y tiene que ver con la conducta de los adictos al modelo, a los esforzados argumentadores súbitamente silenciosos, o torciendo su discurso con la furia de los conversos conforme la evolución de los twitteros presidenciales.
Sobre la conducta de los Opos, es previsible que se hayan lanzado como caranchos, cuervos y otras aves negras sobre el gobierno de la Presidenta María Isabel Fernández de Neón. En general la falta de ideas y la impaciencia más bien estéril fomentan esta especie de regocijo en la morbosidad de las noticias.
En otros casos, la gente razonable está tan angustiada como exhausta, desilusionada y espantada, y prefiere no saber si fue el gobierno o fue contra el gobierno, porque en todo caso las cadenas de complicidad e inepcia vuelan de un lado al otro del infierno.
Lo que al Opa le interesa es, reitera, la conducta de los militantes asumidos o no (son los que te dicen “ojo que yo no soy K, ¿eh?, pero…”). Lo que el Opa nota es un rasgo de oportunismo feroz, un cinismo desbordante e inmoral, que los lleva a sostener lo que ayer negaron con idéntica intensidad y sin siquiera detenerse a pensar en el ridículo, ese lugar del que nadie vuelve. ¿Cómo caracterizar esta conducta?
El Opa sospecha que una persona decente debería poder sostener cierta coherencia, aun cuando no sea imparcial. Es decir, aun cuando ubicándose en un lugar determinado sea capaz de enunciar un juicio de verdad que pueda aplicarse independientemente de cual sea el sujeto del discurso. Traduce el Opa: que la verdad no dependa de la cara del que la dice, ni del nombre del que la escucha, ni del sujeto del que se habla. Que lo bueno sea bueno, si lo hace fulano o si lo hace mengano. Que lo malo sea malo, si lo hace zutano o si lo hace perengano. Una persona decente debería poder explicar sus contradicciones, asumir la posibilidad de estar equivocado, rechazar el mal aún cuando viene del lado al que adhiere. Ya sería demasiado pedir que reconozcan los méritos en el otro, en el adversario, en el distinto. Se conforma el Opa en que duden, y se permitan expresar la duda con buena fe.
Y ahí tenemos a los sostenedores del modelo. Hasta ayer nomás el fiscal se había suicidado por cobarde, por vergüenza, por cipayo o por descubrirse manipulado por tentáculos oscuros. Luego, fue una simple víctima, asesinada por la SIDE “blue”, la CIA, el MOSSAD, el sionismo internacional o las tortugas ninja. Pasó de ser un muerto que merece estar muerto, a ser un muerto que le tiran al gobierno, como dijo Hebe, fuente de toda razón y justicia.
Más allá de la anécdota, lo que el Opa ve es que hay en esta conducta (justificar cualquier cosa, hacerse el bobo cuando conviene, desdecirse conforme los titulares de Página 12) un desprecio profundo al interlocutor. Un atentado solapado a la idea misma de debate razonable, puesto que principia por insultar la inteligencia del otro, sobre todo cuando discrepa. Hay una degradación del espacio público comunicacional, esa entelequia en la que se supone que uno dice cosas asumiendo que el oyente es una persona perfectamente respetable, y no un idiota que hay que avasallar.
Recuerda el Opa la soberbia de Montoneros, esa idea de que previo a todo había que mostrar los “fierros”, o usarlos, antes de sentarse a una negociación política, una rosca estudiantil, o una mesa de café. La idea de que había que “apretar” al adversario, que entonces se volvía un enemigo si resistía, o un cobarde si agachaba la cerviz. Pensamiento del más elemental fascismo, autoritarismo forjado por la cruz y la espada, ultraderecha con ropaje marxista y movilización populista. Se forjaba en esas visiones un regodeo en el desprecio, la destrucción del otro como una virtud militar, la razón como una inconveniente cobardía de pantufleros.
Esa cultura autoritaria se desperdiga por los prados y las calles de la Comarca: somos todos unos irremediables idiotas hasta que se demuestre lo contrario, es decir, hasta que con mansedumbre bovina recitemos los dicterios contra la Corpo, contra la Opo, contra los que D’Elía o Hebe nos indiquen que debemos odiar. Aunque hasta ayer hayan sido amigos, funcionarios, cómplices. Como los tipos que se cargaron al fiscal, por ejemplo.
Subordinación y valor, verticalismo como virtud política, fundamentalismo veleta, porque cambia conforme los vientos de soplan desde el balcón de Ella.
Es fundamentalmente una visión totalitaria, puesto que el único opositor que se respeta es el opositor que coincide tanto con el relato que uno no sabe si no es un hombre del gobierno haciendo huevo en un partido opositor. Respeta el pensamiento ajeno pero sólo si coincide con “6, 7, 8”. Nos levanta el dedito gesticulante y aleccionador, porque necesitamos ser iluminados, adoctrinados, esclarecidos, “concientizados” (horrorosa palabreja de la guerrilla cristiana).
En estos días hemos vivido momentos de “setentismo” rampante. La Comarca ha vibrado de gestitos sobradores, de acusaciones de servilismo a Magnetto, de ser idiotas útiles de la derecha opositora. Frente a la Opo asustada, timorata e hipócrita, cobarde como suelen serlo los que se creen decentes a priori, está el mundo K, cínico, despiadadamente oportunista, tan vertical que sólo les falta levantar el bracito derecho cuando saludan en dirección a su Meca: el balcón de la Casa Rosada.
Busca el Opa en sus bolsillos. Busca rupias y tombuctúes, busca tarjetas del bondi, busca moneditas de diversos tamaños. Lee mapas. La Comarca, piensa el Opa, es el escenario árido de alguna película de los hermanos Cohen. Es Colonia Vela. Es un sopor cada vez más irrespirable. Todos tienen razón, todos se creen con el poder de imponérsela al del lado. “Setentismo” de cotillón, berreta y triste. Cree el Opa que además, sin retorno.

martes, 20 de enero de 2015

El país de los suicidas optimistas



El Opa se reconoce asustadizo, y sabe, en lo profundo de su mente, que no debe preocuparse tanto por las cosas que pasan en la Comarca, puesto que, como le dicen sus amigos peronistas “esto siempre fue así, y siempre será así”. Pero el Opa, obstinado, insiste en horrorizarse ante el espectáculo de la sangre.
Sucede que han “suicidado” a un fiscal. El Opa no duda: su intuición limitada le permite unas pocas preguntas, cuyas respuestas humildes e imprecisas decantan hacia el lado del espanto; o mejor dicho, de la confirmación del espanto.
El fiscal suicida imputó a la Presidenta Fernández de Neón, a su Canciller, un diputado y un par de para-funcionarios: un grupito de barra-bravas que defienden eso que llaman “el modelo”. Los imputó por urdir una trama en la que el gobierno de Ella transaba impunidad para los atentados cometidos en la Comarca por terroristas iraníes. Se dirá, con razón, que había otras pistas que conducían a Siria y al conurbano bonaerense. Pero la conexión iraní era evidente. Mientras el fiscal investigaba los atentados encontró información que probaba que Ella pretendía algún acercamiento con Irán a cambio de petrodólares. O petróleo y dólares, así por separado. Como sea, propuso un Tratado de Amistad que refrendó en el Congreso el bloque oficialista. Legalmente nos convertimos en el mejor amigo del país que mandó volar un par de edificios llenos de argentinos.
El complejo mediático del gobierno salió a defenestrar al fiscal porque encontraron que su denuncia era infundada: una burda maniobra de la SIDE “oficial” o de la SIDE “blue”, o de la CIA o el MOSSAD. Le prometieron leña. Una diputada tan opositora como impresentable propuso que el fiscal concurriera al Congreso a explicar su denuncia y mostrar sus pruebas. Confiada en que el fiscal jugaba al truco con dos 4 y un 5, Diana Conti, la stalinista etílica, propuso que la audiencia fuera pública así le entraban “con los tapones de punta” frente a 40 millones de argentinos. Se pregunta el Opa si no habrá sido que se enteraron de que el fiscal tenía 33 de mano y el Macho.
El lunes era la bendita sesión. El domingo por la noche encontraron muerto al fiscal. El carapintada Berni, a cargo de su seguridad, dijo que se había suicidado cuando aún no se había peritado el cuerpo del fiscal infortunado. La primera reacción del gobierno fue de silencio (se habrán estado preguntando “¿cuál de nosotros fue?”, especula el Opa). Luego, salió contenta la manada a sostener la hipótesis del suicidio.
La aparición del cuerpo fue de lo más extraña. El Opa consultó un experto en protección de personas amenazadas, que insistió en que una persona políticamente tan expuesta y amenazada debía tener una protección sólida: un tipo en su habitación en todo momento, o durmiendo en el cuarto contiguo, otro en la puerta del departamento, otros en cada entrada del edificio, todos permanentemente en contacto y monitoreando a su objetivo. Y que esto es obligatorio: no se puede decir “no quiero custodia”.
En este caso los custodios estaban todos en la vereda del edificio, y cuando vieron que el fiscal no atendía el timbre al cabo de varias horas, fueron a buscar a su madre. Para el expediente, la primera en llegar a la escena del “suicidio” fue la señora. Después se apersonaría el carapintada Berni, para “resguardar” la prueba. Y por las dudas toda la prueba. Para que se entienda: el mismo gobernante denunciado manda uno de sus agentes a “custodiar” la prueba. Envalentonados con el ejemplo de Ciccone, ahora Ella piensa en expropiar el departamento del fiscal.
Durante ese día aciago el suicida mandó fotos de su escritorio, trabajando para su presentación del día siguiente. Respondió mensajes con tono optimista. Le dejó la listita de las compras a su empleada. Arregló una entrevista con la CNN para la noche del lunes. Cosas que, según la Presidenta Fernández de Neón, son típicas de cualquier suicida. En el medio, al suicida no le encontraron vestigios de pólvora en sus manos, lo cual lamentó profundamente la fiscal que investiga el “suicidio”. ¿Por qué lo lamentó? ¿Porque se le desmoronaba la hipótesis? Acá el Opa, en un excursus, consultó a un pariente que solía ir al Tiro Federal usando, casualmente, una Bersa calibre 22 como la del occiso, si era posible que no quedaran rastros de pólvora. “Imposible”, dijo el pariente, “siempre algún rastro te queda, aunque dispares un solo tiro”. Piensa el Opa, y concluye que seguramente el perverso de Magnetto se las arregló para lavarle las manos al fiscal muerto, con el sólo objetivo de empiojarle el relato a Ella.

Y mientras tanto los militontos. Si algo podía cubrir de más oprobio a este sainete fue el cinismo del club de fans del modelo. Trataron al fiscal de canalla, un canalla cobarde que estaba bien muerto. Canalla por denunciarla a Ella y sus secuaces, cobarde por suicidarse antes de tener a bien ser defenestrado en el Congreso como ellos querían. Riéndose de un tipo muerto. Ejerciendo el derecho a la libre expresión que antes denostaron cuando la sátira contra Ella les pareció irreverente, ellos que quisieron hacer una lectura “contextualizada” de la masacre de Charlie Hebdo.
Ellos, que de tan anti-imperialistas de pizzería terminaron justificando la masacre porque “con las creencias no se jode”. Ellos mismos ahora se escandalizan porque “la oposición hace política con un muerto”, como si se olvidaran de que Néstor se murió a tiempo, justo antes de que lo imputaran por lavado de dinero. Ellos se quejan, los que elevaron un corrupto sátrapa del PJ patagónico a la altura de héroe, mártir, sucedáneo del Eternauta.

Piensa el Opa que los enemigos de la libertad son vastos y que el gen fascista nunca se extingue del todo. Piensa en Montoneros, la agrupación fascista que mezclaba a Lenin con Primo de Rivera, a Marx desconcertado con Franco y Khadafi. Piensa en esa estirpe cuyo cinismo y resentimiento se reflota en una nueva dogmática del odio cool, que por ahora no usa fusiles. Pero de eso, piensa el Opa, ya no se puede estar seguro. Si no, vayan y pregúntenle al fiscal suicidado.


jueves, 8 de enero de 2015

Los eunucos morales

Había dicho el Opa que escribiría un nuevo post referido a ese espanto medieval que ha ocurrido en París. Todos conocemos los pormenores del horror: la revista satírica Charlie Hebdo tenía la sana costumbre de reírse de todo, incluyendo a las vacas sagradas del fundamentalismo musulmán, tan tenebroso como el de los cristianos locos, los judíos ortodoxos y los trotskistas que aún sobreviven. Hasta que ocurrió lo que nadie creyó que podía ser posible. Un par de energúmenos con ametralladoras decidieron que Charlie Hebdo había llegado muy lejos, o que Allah los recompensaría.
Se cargaron 12 vidas, hasta donde el Opa lleva la cuenta. Pretendieron cargarse también el faro tembloroso de la ilustración. Convertir esos prados donde brotó una vez el grito de libertad, igualdad y fraternidad en un descampado árido donde campeen los engendros oscurantistas del fanatismo y la violencia. Sin quererlo, o acaso queriéndolo, han abogado a favor de la derecha horrible de las campiñas francesas: los Le Pen que pululan en los oscuros meandros del resentimiento celebran esos doce balazos que perforaron la idea de una nación fundada en la libertad y la igualdad. Dinamitaron una idea de fraternidad que los incluía, para fortalecer la islamofobia que los criminaliza por anticipado.
Sabe el Opa que los intolerantes se entienden entre ellos, su calaña innoble no admite el humor, ese lubricante natural de la inteligencia y la imaginación. Piensa el Opa en esas doce personas. Las imagina dejando los chicos en la escuela, desenvolviendo la baguette, renegando con las fibras que se secan justo cuando les vino a la gullivera una idea buenísima. Los imagina abriendo grandotes los ojos cuando llega la cuenta del gas en enero; descorchando un vinito con amigos; o en el momento íntimo del abrazo y el temblor. Todo eso amputado porque una persona que iba demasiado a la iglesia (a cualquier iglesia: todas están repletas de Padres Rigobertos) decidió que alguna cosa sacrosanta requiere venganza.
El Opa se pregunta cómo puede ser posible. Piensa en los países del Occidente horrorizado, que sin embargo financiaron a todas las aventuras integristas, desde Italia a Afganistán, desde la Comarca cuando los Marcianos hasta el Estado de Oklahoma, desde El Salvador hasta Hungría. A la hora de imponer dictaduras sangrientas, el Occidente horrorizado siempre contó, para el trabajo sucio y los negocios ídem, con la espada y la cruz, o el fetiche religioso equivalente. Y el Opa entiende que ese Occidente es hipócrita e irresponsable, jugando con un fuego que no sabe cómo apagar, porque les falta la grandeza para ponerse en lugar del otro.
Piensa el Opa en esas religiones que se asumen las únicas verdaderas, y que por lo tanto reputan a quienes no creen como una banda de equivocados en el mejor de los casos, o de infieles que arderán en el infierno, en todos los otros. El Opa encuentra que no puede respetar a esas religiones ni a las personas que las profesan, porque esas personas de entrada asumen que el Opa merece la hoguera y el suplicio. Y el Opa ya tuvo suficiente con el Padre Rigoberto.
Y piensa el Opa, también, en la gente que dice “algo habrán hecho”, que asumen que los colegas de Charlie Hebdo jugaron con una provocación que puede válidamente ser saldada a plomazos una tarde cualquiera. Son los mismos que meten la nariz donde no los llaman, para imponer sus sensibilidades de solterona reprimida sobre gentes infinitamente más libres y por lo tanto sanas. Los que no entienden que no puede haber ofensa si para ver la ofensa tengo que comprar la revista que ofende.
Los colegas nunca le impusieron sus cosas a nadie. El que quería las leía y el que no, no. Sabe el Opa que hay un pasquín que denuesta y vilipendia a los Opas y caídos del catre, pero como nadie lo obliga a comprarlo y menos a leerlo, al Opa le importa un rábano: que escriban lo que se les cante. Por eso no entiende cómo, en esta Comarca o en la que sea, alguien puede destrozar un cuadro, interrumpir una película, aniquilar doce vidas, porque alguien diga algo que no le gusta.
Todos los espíritus percudidos, las almas innobles, los comehostias y chupacirios de todas las religiones están internamente regocijados por la matanza de París. Con esa gente, ni con otra que se tome tan en serio que no sea capaz de imaginarse bendecidos por la pátina del humor, el Opa no quiere saber nada. No es como ellos, y no pretenderá exterminarlos, pero los quiere bien lejos, donde no le puedan hacer daño, ni al Opa, ni a las personas que el Opa ama, respeta, o meramente se cruza por la calle.