Todo tiene un final, todo termina. Al menos en apariencia, porque el Opa bien sabe que en la Comarca no se termina nada en forma definitiva, que hasta los más desangelados de los fracasos pueden ser el día inicial de un retorno infausto. Terminó, por lo pronto, el gobierno de Alberto, “el okupa”, “mequetrefe”, “pitito”, “el Angustias”, entre otros apodos acaso menos crueles. No significa que haya terminado esa asociación ilícita de la que emergió convertido en candidato a presidente hace cuatro años y medio; tan sólo se ha iniciado un hiato, un intervalo marcado por la marcha pendular e idiota hacia el extremo derecho de este tablero roto que todavía subsiste en los mapas.
María Isabel Fernández de K, faraona
egipcia, autopercibida abogada, ha dejado por fin un legado a la altura de su
construcción política: un fantoche de utilería controlado por una repostera
tarotista y que juntos encabezan el tren fantasma de la derecha de la Comarca. Que
acceda a la primera magistratura de la Comarca un energúmeno violento,
intolerante, con rasgos psicopáticos y un discurso consistente en un aglomerado
de slogans mal ensamblado sólo pudo ser posible si fue antecedido por el
reinado de una energúmena violenta, intolerante, con rasgos psicopáticos y un discurso
consistente en un aglomerado de slogans mal ensamblado, pero de signo opuesto. Ellos,
los energúmenos (les energúmenes), se regocijaban locuaces y risueños como
escolares en el acto de traspaso del mando, mientras el presidente saliente se
deterioraba detrás de los cortinados y las instituciones. Él le dijo “quedate tranquila”.
Y ahora sabemos a qué se refería.
Porque el novísmo ministro de
Justicia, que hasta ayer fue abogado de los empresarios imputados en la causa “Cuadernos”,
ya confirmó que el Ministerio a su cargo no va a querellar a esos imputados, ni
a nadie, en ninguna de todas las causas de corrupción que se convirtieron en
encarnadura del kirchnerato. Para ratificarlo, hizo designar a su socio en su
estudio jurídico como Director de la Oficina Anticorrupción. Es lo que se llama
“pisar la pelota”. Tampoco impedirá un fraude colosal vinculado con la estatización
de la empresa petrolífera de la Comarca, que beneficiará a los testaferros de Cristina.
Hace tiempo y en otra vida, el Opa
sostenía que lo que se oculta detrás de cada populismo salvaje (de derecha y de
izquierda, que son equivalentes) es un relato extremista que simplifica los
análisis para esconder los casos más flagrantes de conflicto de intereses. En otras
palabras, que se idiotiza el discurso para distraernos de la apropiación del
Estado por parte de los privados a los que éste debe controlar. Así, un abogado
defensor de empresarios, políticos corruptos y narcos, se convierte en Ministro
de Justicia. El nuevo titular de la Comisión Nacional de Valores es abogado de
un fondo de inversión denunciado por fraude ante la misma CNV que debe fiscalizarlo.
La Canciller, heredera de una cadena de bancos, firmó un decreto que desregula
a bancos como el suyo. Ejemplos proliferan.
Pero en este contexto además se ha
deteriorado tanto el debate público que casi no queda nadie que no quiera psicopatear
al prójimo por un lado o por el otro. Desde los medios, desde las redes, desde
la cultura (esa “tura de turas” que irritaba a don Julio Cortázar), el nivel de
patrullaje ideológico se ha vuelto tan insoportable como estéril y bobo. Si uno
cuestiona la constitucionalidad de un decreto, es acusado de kirchnero-castrochavista
por los esbirros del “Papadas”. Si uno pondera la razonabilidad de alguna de
las medidas propuestas, se convierte en un cipayo vendepatria odiador de
pobres. A todos ellos, el Opa respondería parejamente con una cita del gran
Amadeo Sabatini: “que se vayan a la concha overa de la puta madre que los
parió”. Don Amadeo respondió así al mandadero de Perón que le había
preguntado cuánto dinero quería para ser su vicepresidente. Ese noble exabrupto
merece ser recitado cada vez que un ciudadano se encuentre incordiado por
orates que levantan el índice acusador de la mano derecha o de la izquierda,
dividiendo el mundo en los buenos (nosotros) y los malos (ellos).
El Opa vino a hablar de conflicto de
intereses. Porque es eso lo que muestra qué es lo que vino a hacer este
gobierno de infames. Para quién van a gobernar. En este caso, para la casta que
busca impunidad: militares genocidas, políticos del menemismo, empresarios coimeros,
narcos de Nordelta, funcionarios de Cristina. El Opa mira a sus vecinos,
aferrados a lo que queda de su status de clase media, mirando al vacío, hacia
abajo, tratando de no caerse. Muchos de ellos votaron al Papadas en defensa
propia, para sacarse de encima la corporación mafiosa conducida por el
peornismo, pero son ellos los que pagarán el ajuste y el dolor, las privaciones
y la vergüenza. Después, posiblemente, si todavía hay elecciones en la Comarca,
seguramente volverá Cristina. O algún sucedáneo del Angustias, repitiendo el
péndulo idiota.
Entre tanto el Papadas despliega su
fanatismo mesiánico ante los líderes del capitalismo, esperando una palmada en
el lomo o algún hueso no tan roído. Pero da vergüenza, tanto como daba
vergüenza el Angustias cuando tropezaba con un micrófono. Es que cuando en la Comarca
uno crea que no se puede ser tan energúmeno como el presidente saliente, viene
el entrante y te demuestra que sí, que siempre pueden, que hay siempre algo más
para rascar del fondo de la olla de la inepcia y la soberbia. De un pituco
flojito de papeles pasamos a un profesor beodo con el dedito levantado, y de
allí al líder de una secta de medievales, tarotistas y vedettes de baja estofa,
analfabetos orgullosos, cada uno en su berrinche, dando ocote urbi et orbe,
como se dice en la Comarca.
Cada vez que sale de la Comarca, al Opa
le preguntan cómo es posible que sus compatriotas hayan elegido a semejante
imbécil, y debe responder señalando al imbécil anterior, y al anterior, y al
anterior, a cada oscuro albañil del desaliento.
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